martes, 28 de septiembre de 2010
CAPRICHITOS DE NADA.
domingo, 26 de septiembre de 2010
viernes, 24 de septiembre de 2010
GRACIAS, SR. ARELLANOS.
Sonrían, por favor; de lo contrario seguiré
lamentando no "habermelos comido" en
aquel entonces.
Bien, Sr. Arellanos, quede constancia de que no se ma ha escapado el "auténtico y profundo" motivo de su última visita a este blog.
Es mala esa costumbre del humano de quedarse con la fachada de los seres que tratamos. Sí, es mala. Así no conseguiremos, casi nunca, descubrir a la cantidad de gente cojonuda que nos rodea y que parece, sólo parece, que no nos abraza.
El caso es que a fin de cuentas, Vd. ha conseguido darme un tema, pero al cual yo voy a dar contestación con una importantísima -para mí- variante.
Tal como reza el subtítulo de este blog, sólo trataré de lo que "pueda y SEPA" . Séase, no puedo siquiera entrar a comentar o cambiar impresiones con Vd. con su profundidad y conocimiento sobre bodegas, marcas y añadas de cerveza o ricos caldos de nuestra España (menos aún extranjeros). Ahora bien, Vd. dígame dónde y cuándo podemos degustar esas fantásticas cervezas y allá voy yo. Porque eso sí, de comer y beber sí que sé. Es decir, entro en esa categoría de seres, que muchos desprecian, que en absoluto puedan parecerse a un gourmet , pero por supuesto que sé distinguir y apreciar lo bueno/bueno de lo normal o normalito.
Hubo un tiempo en que mi santa legal cogía unos emputes conmigo del diablo: Yo decía "Oye, ésto esta riquísimo, ¿lleva esto o aquello?" La bronca era monumental: "¡Por favor, ¿cómo es que no sabes distinguir lo que comes?" "¿Cómo que no? Esto es un arroz para chuparse los dedos. Ya te lo he dicho" "¿Y cómo puedes preguntarme lo que lleva; que no lo distingues?" "¡Pues no, coño! ¿No te basta que te diga que está para cagarse de gusto?" Pues no, al parecer no le bastaba; yo debía saber hasta la última pizca de cualquier especia que le había añadido. Lo bueno -para mí- es que me importaba sólo medio huevo su cabreo, pues yo seguía disfrutando de aquel plato de manjar que había cocinado. ¡Manda huevos con las mujeres/esposas, ¿no?! ¡A mí qué narices me importaba cómo lo había cocinado, qué le había puesto o añadido y su tiempo de cocción!. Una vez humeando en un plato ante mí, era como la mejor sopa de marisco de casa de un obispo (ojo, hablo con conocimiento. Comí en casa de un obispo este tipo de suculento caldo).
Quiero decir, querido amigo, que yo soy, a lo bruto, "comedor y bebedor", pero de lo más exquisito que pueda costear mi bolsillo. No quiera nadie que desentrañe cómo ha sido cocinado ese pecado de gula que se me presenta. ¡A mí qué me importa! ¿Disfruta mi paladar; qué más quiero saber? Además, más en serio, qué le voy a hacer, por más que me esforzara no podría averiguar si lleva "cebollita rehogada; una pizca de comino; un... ¡yo qué sé!" A lo máximo que llego es a: "está algo dulce; se ha pasado un poco de sal; le falta cocer un poco; demasiado cocido". Yo hago feliz a cualquier persona que me invite a comer cocinando ella porque me va casi todo y todo lo aprecio. Y si hablamos de bebida no sé más allá de distinguir el vino buenísimo y el bueno del malísimo o picado. Y de licores, casi, también igual.
Como preámbulo a la exposición de otra muy individual querencia mía en el comer, debo anticiparle que mis comidas preferidas son, sin orden de primacía, dos: El jamón de bellota, cortado en finas láminas aceitosas y tiernas con sus vetas de grasa rosada, y la tortilla española al estilo de mis dos grandes TERESAS, madre e hija mayor, quiero decir, jugosas y no amazacotadas como en muchos bares, en los que en cuanto te descuidas, te plantan un pincho de la mejor tortilla del mundo denigrada e insultada con su sequedad "intragable".
A lo que quería ir: Me gusta comer como antes. Me explico, como cuando no había nacido la cocina "de autor y su esquisitez". El mejor ejemplo: me encanta un plato lleno de chuletillas de cordero lechal, algo tostaditas acompañadas de un generoso montón de patatas frita -jamás a "lo pobre"-.
Claro, si voy a algún sitio, pido esto, y me sirven un plato en el que no vea ninguna chuletilla ni patata frita, sino un montoncito de "algo" en medio del plato, pregunto, y me dicen: "el plato que ha pedido está 'deconstruido', pruébelo, notará el puro sabor de lo que Vd. desea..." Mire, oiga, váyase Vd. a la mierda, y o me sirve unas chuletillas como Dios manda o me largo, o sea". En una ocasión, en Denia, en el restaurante de un hotelito metido entre pinos, carito él, comí con mi santa: "¿Quieren el menú o algún plato en concreto?" Ella y yo nos miramos. "Pues bien, sírvanos el menú". Cago en su padre. El menú consistía en una retahila de lo menos doce platos, enormes de tamaño, con algo en su fondo. La ventaja es que acertaban en dejar ese "algo" en el centro, no había que buscar mucho. El "algo ese" sólo alcanzaba a dos, tres como mucho, bocados (juro que la mitad no he sabido todavía lo que comí); lo peor: cuando algún bocado lo notaba buenísimo... ¡no podía pedir más o repetir! Enseguida me plantaban delante otro enorme plato con su montoncito de cosa comible en el centro y con mucho adorno o floritura. Lo siento, ni Ferrán Adriá ni na de na; soy así de primitivo, para mí eso no es comer como mandan los cánones. Eso sí, lo mejor fue el vino. No sé -el Sr. Arellanos me rectificará- el mejor o de los mejores de la denominación "Alicante". El tipo me recomendó más el crianza que el reverva de "Enrique Mendoza" de ya no recuerdo qué añada. Lo peor: que luego me enteré de que en ese mismo restaurante te podían servir un buen arroz a la marinera (estábamos en Denia), un arroz con bogavante o cualquier pescado fresco a la sal o a la espalda; cago en mi inexperiencia.
Todo el rollo anterior, ya sabe, referido a su lección de conocimientos sobre el buen beber, que a mí me va de maravilla por nuestro contacto no tecnológico sino personal.
Lo demás, el BAMBI, etc., etc., mire, quedo contento porque se ha desahogado, pero ya sabe que lo tengo escrito y comentado: De toda esta gente, salvo algo que me iirite todavía más que todo lo que están haciendo, unos y otros, no gastaré en absoluto las teclas de mi ordenador.
Repito: Gracias. Sea feliz... lo que pueda.
DESVENCIJADO - Luis Ramírez de Arellano