viernes, 22 de octubre de 2010

TODO TIENE SU LÍMITE


Fotografía de Mayo de 1995: ¡ESPAÑA!
España huele a borrasca de barro. Borrasca que cuando descarga deja coches aparcados en la calle llenos de mierda, de marrón. Por lo visto eso es lo evaporamos en nuestro suelo para que luego las nubes, hartas de esa molestísima sensación de náusea, nos lo vomiten encima, con goterones marrones y malolientes.
La bella VALLADOLID, una de las cunas de España y hacedora de nuestro idioma español, ha parido unas gentes castellanas, recias y de una parla purísima castellana (para todos los gustos, se puede citar a esa "muchachita de Valladolid", Concha Velasco -su vida privada me importa una mierda- simpática siempre y trabajadora aún en activo. Cómo no, a nuestro gran Miguel Delibes, grande de nuestra literatura... Y además, por allí pasa el Pisuerga.
Pero, ay, ¿quién se libra de la garrapata?
(Soy consciente de que esta entrada me puede costar un disgusto, pero... ¡ya está bien!. Mis deseos de paz y de mantener cariños y amistades me hacen asentir, sonreír, callar. Se crecen y se crecen ante mi pacifismo pazguato, como carente de argumentos, como... como un imbécil. Mi único y gran argumento es: Mira, oye, analiza... Los temas particulares, jamás una cabeza bien armada los puede cargar a nadie en particular ni a ningún grupo de casi facinerosos que se ha agrupado para formar un partido político y "salvar a la patria". Uno, aunque parezca que no, sí que oye DE TODO, pero una cosa es escucharlo en un "medio" y otra, casi repetido, en boca del o los que atacan. No. Se acabó. Yo tiro a izquierdas. Los demás pueden tirar a derechas o lanzarse del puente al río. Pero no vuelvan a repetirme éste, aquél o el otro de allá. Porque, definitivamente tengo que dejar claro mi pensamiento: si la izquierda, hasta ahora, formada en una cosa que se llama PSOE, lo está hacienco fatal, la derecha, que dice llamarse PP, hoy por hoy es la mierda más grande y apestosa de corrupción y olor a mierda de moscas que puedo recordar).
Decía, Valladolid ha tenido la desgracia de que le salga un reptil asqueroso, que en absoluto se merece el nombre de León, un bicho repugnante de lengua bífida, que con eufemismos cobardes y sibilinos llama a una ministra "puta chupona" (los no nacidos en Valladolid también conocemos el idioma). ¿Qué "león" en usted, idiota de los cojones? ¿Por qué no se lo dice a ella, en su cara y claro? Ahora bien, parece que esta cosa que anda a dos patas pero no se sabe si con cerebro, tiene antecedentes de otras lindezas por el estilo.
(Esta misma mañana una "civilizado" de derechas me ha comentado: "Ese tipo, en otro país estaría en su casa desde ayer... o en chirona")
Y como ya el hartazgo me ahoga, a ver, señor registrador del frenillo en la lengua, ¿Ud. qué coño de líder o jefe es? Ahora que recordando historia no muy antigua también le da igual que la señorita "noble" (¿o es señora, ¡Dios, quién habrá cargado con esta bruja!) le diga a un compañero "hijo de puta", escuchado por toda España y a su señoría se la sople, pues bueno, eso es Vd.: "A ver si haciéndome el loco con el follón del patio de mi colegio y diciendo que NO a todo, llego a la poltrona... ¡Pero vamos a ver, gilipollas, ¿cuándo se ha visto que un tipo que aspira al poder no haga públicas sus intenciones, que dice que no tiene el por qué hasta que ya está apoltronado?! ¡¡Es que suena de memo e idiota y tonto como ni usted se ha dado cuenta!! ¡¿Qué coño de programa quiere que le voten si no lo dice, cuatro ojos?! O que la Comunidad Valenciana, desde Castellón, Valencia hasta Alicante tenga a todos sus altos cargos imputados por la justicia...¡¿y qué, passsa, tío?! ¡esos vuelven a las listas de las elecciones!
Bien, esto no es propio de mí... Pero, ¡es mucho aguantar! ¡Buscar una paz imposible en este país de intranquilos pensadores! El que quiera puede irse cagando con Zapatero todo lo que tenga adentro, pero ojo con pasarse porque se acabó la pose de pacífico: No aguanto ninguna imbecilidad más. Al menos hasta que no vea por televisión al impresentable ese de Valladolid encerrado o destituido y hacienco bolillos en su casa.
¡Que ya está bien, cojones!
DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano.

miércoles, 20 de octubre de 2010

ENFERMEDADES



Fotografía de Agosto de 1994.
(IBIZA)
Uno está enfermo de muslos,
algo así como sufrir de lupus...
(¡vaya, hombre, última vocal,
de última sílaba, "o" y "u",
mierda,
me han jodido la rima!
¿De las palabras su música?)
Morenos,
tostados,
aceitunos,
tanto da...
¡pero robustos, redondos!
¿No te van blancos?
¡¿Y quién pone reparos?!
Si con azules líneas veteados,
mejor.
Uno está enfermo de pechugas.
¿Tostadas, rustidas, algo duras?
NO, tiernas;
y siempre temblonas.
Uno está enfermo de vencidos
y agradecidos mirares,
que suplican y se entregan,
por entrecerrados párpados
de su realidad soñadores.
Uno está enfermo de labios,
abiertos,
de lengua brillante y dientes adentro.
No suenan los dientes como teclado de piano,
pero, ¡qué misterio!
Te suena el tacto
del rastrear de esa lengua
en tu boca enferma,
hambrienta.
Y al rato,
el abrazo, la mirada, la sonrisa,
todo antes atento, tenso...
Ahora, agradecido.
Uno está enfermo, al fin,
de húmedas selvas,
intrincadas,
tan conocidas
y... ¡cada vez inexploradas!
Aventuras nuevas,
excitante curiosidad...
¿Yo he estado aquí?
¡Tú verás, enfermo!
Poco me importa.
Si he estado o no, tanto me da.
¡Se nota todo tan nuevo, tan de sorpresa!
Suena una voz, potente, oscura:
¡Entérate: Si después de visiteos,
como una ignorancia enciende tu ardor,
no lo dudes, sigues con amor!
Otra voz, indudable prosa, chillona,
se burla...
¡Chaval! ¿No será todo hambruna?
DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano

sábado, 16 de octubre de 2010

FOGONES MONACALES (¿final...?)



Fotografía de Enero de 1991.

Campos de Castilla. Al fondo, CASTROJERIZ


Sin entretenimiento alguno, directamente al grano.

Se me ha olvidado comentar o informar anteriormente, que entre la ciencia culinaria de los Monasterios de clausura, eran aditivos indispensables en la mayoría de sus guisos u horneados la cebolla y el ajo. Sí, eso tan mal visto (u olido) en nuestra sociabilidad extramuros de frías, y calientes a la vez, piedras de muros abaciales. (Habría que probar un buen morreo lengüetero con la mezcla de sabores de tabaco, licores, ajo y cebolla: me lo imagino fantástico. Ustedes perdonen el desmán)
Creo que hoy ya es de general conocimiento las extraordinarias virtudes tanto en cocina como para, después el organismo humano, de estos dos ingredientes.
La cebolla se sabía que estaba por allí, se viera o no: Se notaba. Y a la segunda o tercera cucharada del guiso o tiento a lo braseado u horneado, el sabor riquísimo y picaruelo del ajo se iba depositando en el fondo de la lengua, casi en tu garganta. Según lo cocinado, el ajo o se veía o se notaba, tanto da. Lo importante es que esta sapiencia de siglos de estas gentes que, además de amar a Dios (como el valor en los toreros, esto se les suponía a todos) cuidaban, como aquél que dice, de P.M. su nutrición y alimentación. Estos autocuidados en su yantar, unido al estricto régimen de horarios, costumbres inalterables en horas de descanso, trabajo, rezos y puntualidad sin excusa alguna de transgresión para todo, o sea, orden perfecto, o más que perfecto, en su norma de vida, nos hacia ver a monjes que morían, todos, cercanos a los 100 años, salvo puñetera o imprevista enfermedad mortal.
(Y todo el rollo anterior es aplicable tanto a monjes como a monjas. Sacándole punta a lo que sea, bajo mi exclusivo recordatorio de sabores, esa alegría del “ajete” en cocinados o fritos o cocina más capitalina, se notaba más en la labor culinaria de las monjas que en la los monjes. ¿Necesitaban un poquito más de alegría ellas que ellos).

Ya que las he nombrado, voy por fin a ellas, las encantadoras monjas que nos han atendido en los dos o tres pequeños Monasterios, regidos por ellas, en los que nos hemos hospedado. (Para los burros o animales de pensamiento: las monjas siempre aceptaban a la mujer “legítima” –aunque no lo preguntaban, ya ellas lo sabían- como tu compañía; y si íbamos solos –lo más normal- la hospedería, aunque compartiera muros con la clausura, estaba más que bien separada. Es decir, ni correrías ni juergas medievales).
Las monjas cocinaban platos más capitalinos, más, digamos, como normales en tu ámbito familiar, pero, lo siento por aquél o aquélla cercano a mí que lea esto, le daban al plato un cariño tan extraordinario que sabían tal como si su Esposo, Jesús o Dios, hubiera estado cocinando con ellas.
Por ejemplo, la especialidad de las benedictinas de PALACIOS DE BENAVER (a pocos kilómetros al Norte de Burgos, dirección León) era un plato (que yo conocía de cocinarlo mi suegra y mi misma esposa): llamado “patatas a lo pobre” o “patatas con camisa” –y hay sitios que aún las llaman de otra manera-: Un plato sencillísimo, pero largo en el tiempo para la cocción, que estas mujeres de Palacios sacaban con categoría de cinco estrellas españolas (las Michelín no tienen bastantes). Luego, solían servirnos platos “normales” (el entrecomillado es especial). Pero… Pero, no sé cómo explicarlo… ¿Era nuestra predisposición; el aire de Castilla; o es que aquella merluza congelada simplemente rebozada, aquellas croquetas, aquellas tortillas, aquellas patatas fritas, aquellos trozos de jamón –normal, o de York o serrano-, aquello… lo que fuera, sabía distinto… todo, todo o casi todo con un sabor final al añadido del ajo, en el sofrito y sacado o servido en laminillas, fritito junto con el alimento principal?

De aquí, de Palacios, dos curiosidades. La hospedera habitual (joven-madura o madura bien conservada, delgada, nerviosa –es difícil con tanto manto y cubrimiento de cabeza, acertar; ¡y hay que ver el follón que andan armando con las mujeres musulmanas!-) era una encantadora mujer que sólo estaba pendiente de que comiéramos más o llamar a cocina para que hicieran una tortilla o lo que fuera si a alguno de nosotros no nos gustaba el menú. Una pega –al principio, difícil; luego, ya…-:Hablaba rapidísimo y siempre con la boca medio abierta por su sonrisa permanente. Casi nadie le entendíamos nada. Solíamos decirle que sí a todo y reíamos: Todo arreglado.
La Madre Abadesa, era algo especial. Mujer fuerte, grande, siempre simpática y sonriente, pero que al buen “mirón” no se le escapaba su carácter duro, firme, fuerte cuando y siempre que hubiere lugar a manifestarlo. Era graciosísima. Por lo visto, ellas, la comunidad, cenaban un poco antes que los huéspedes. Ella, la Abadesa, a mitad de nuestra cena, se presentaba en nuestro comedor, tomaba asiento y nos contaba, hasta con sus particulares comentarios, el telediario entero. Genial esta mujer (creo que por motivos de salud, hoy ya no es Abadesa).

En otro monasterio de monjas, SAN PEDRO DE LAS DUEÑAS, a unos 4 kms. de SAHAGÚN, ya provincia de León, su especialidad eran los postres, poquísimas veces nos servían frutas de postre o simplones flanes: eran especialistas en dulces, en concreto en unos rollitos de crema que nada más comer, al menos a otro y a mí, nos hacían salir del Monasterio y entrar en una verdadera mierda de planta baja que el dueño había dotado, con unas maderas mal puestas, de barra para tomarnos un orujo que nos suavizara la tremenda maravilla del dulce pegado a nuestras lenguas. (Por cierto, el dueño cabrón de este cuchitril -lo siento, pero es así- tenía un orujo para servir y otro para vender. Mi querido desaparecido amigo Rafael y yo le encargamos sendas botellas del fuerte licor para traérnoslas a Valencia. El tonto/cabrón debió de pensar que a qué santo íbamos a volver desde Valencia a reclamarle. El muy borde nos vendió dos botellas se puede decir que de puro alcohol… Después del primer trago, intragable, todo su contenido se fue por el sumidero.

Este SAN PEDRO DE LAS DUEÑAS, tiene una historia o leyenda que
JESUS TORBADO, apreciado escritor leonés, narra en su libro EL PEREGRINO (Planeta 1999). La expondré:
El Monasterio benedictino de SAHAGÚN, llegó a ser uno de los más importantes de Europa, con cientos y cientos de monjes y legos. Allí, el "cillero" -ecónomo-, tenía un poder importantísimo pues manejaba sus buenas bolsas de dineros en la compra de cereales, harinas, cervezas, vinos, en definitiva, alimento para toda aquella enorme tropa; al tiempo, claro, tramitaba y gestionaba la venta de sus cosechas y "limosneo" para el sustento de tan enorme comunidad.
Estamos tratando de siglos X, XI... El Monasterio de SAN PEDRO DE LAS DUEÑAS, del que ya he hablado, se nutría de jóvenes y maduras que colocaban allí sus feudales padres porque no sabían cómo quitárselas de encima (las "dueñas" o señoras que allí se enchufaban y que lo más seguro es que no tuvieran ni idea de vocación religiosa y sí "muchos picores").
Pues cuenta la leyenda -o historia, no aseguro nada- que esos tres kms. y medio, o por ahí, de distancia entre los monjes "hambrientos" (téngase en cuenta la época y considérese que la mayoría de monjes lo eran "por comer de caliente a diario") fue salvado rápidamente por el ansia de aquellos benedictinos con un túnel silencioso y discreto: Las "dueñas" parían con total discrección y los monjes vivían aliviados. Esta historia, a uno de nuestro grupo, bastante creyente y practicante, lo ponía frenético. Pero como éramos más los que nos reíamos...
Dos curiosidades más. Éstas de monjes, benedictinos, del Monasterio de Leyre, en la muy recia Navarra. Esta comunidad, se nutría en mandos y tropa (Abades y monjes) de los que destinaban desde Silos.
La foral Navarra ( que todavía no sé a cuento de qué viene esa foralidad y no viven fiscalmente como cualquier español de Andalucía, Valencia o Extremadura; pero ésta es otra historia).
En este monasterio comíamos y cenábamos en el refectorio junto con toda la comunidad, mientras el monje de turno, desde su púlpito u hornacina practicada en uno de los muros leía en voz alta la vida de algún santo, recordaba las reglas de San Benito o cualquier tema de este tipo. Estos tíos habían aprendido a engullir a una velocidad extraordinaria. Los huéspedes ocupábamos la primera mesa en la que un monje o hermano depositaba el cuenco metálico o bandeja con el primer plato. Primer problema: Según lo que fuera, literalmente hervía: imposible de masticar y tragar sin quemarte toda la boca. El "repartidor" daba toda la vuelta a las mesas, dispuestas en forma de "U". Y cuando había dejado la última caldereta, venía a recoger las primeras que había dejado. No era un problema, era un problemón.
Ya he dejado claro que si los monjes tenían el voto de pobreza, la comunidad no. Lo bueno era cuando nos hinchábamos a espárragos o truchas, pero, ah, un buen o mal día (en esé viaje venía un amigo mío, casi de la infancia, de los que disfrutan comiendo) Empezaron con unos entremeses de charcutería tipo hotel (nos miramos y pensamos que algo celebraban; pues muy bien), pero es que a continuación nos sirvieron cochinillo, creo que lechal, rustidito y todo, pero casi llameando. El amigo tragón, que se come y chupa hasta los huesos de este manjar de siete estrellas, se quemaba lengua y paladar por acabar y conseguir ponerse más.
Ese día se rebeló: Todavía comía de su segunda ración cuando se le puso delante el monje para retirarle el plato: Se acabó su paciencia y aunque en voz baja le soltó: "espera un poco, tío". El del hábito negro se retiró y cuando volvió con el postre, sin gestos y sin decir ni así, le retiró el plato, lleno de huesos mondos, donde antes había unos trozos exquisitos de lechal al horno.
Al salir del refectorio, formando grupo, comentamos todos que no era comida propia de un monasterio con voto de pobreza la comida de ese día, aunque todos salimos encantados. En esas estábamos cuando de la puerta de la cocina salió un joven postulante con varias botellas (güisqui, coñac, pacharán...) en una mano. En la otra una bandeja con tazas y una cafetera humeante. Se dirigía hacía "algún reservado" que no conocíamos. Nos miramos. ¿Celebraban así sus cosas, con esta humildad, o alguien los había obsequiado con todo esto, algún meapilas aspirante a perdones?
Aquí, en Leyre, tuvimos otra aventura con el padre hospedero, agrio y antipático como encargado adrede. La primera de todas las noches que dormimos allí, serían las cinco de la mañana, cuando pegado a la almohada de nuestras camas vociferó como un auténtico animal un timbrazo que no había forma de parar después del sobresalto de infarto recibido. El "santo" hospedero, pretendiendo cuidar de la salud espiritual de los huéspedes, los había instalado en las habitaciones para que nos santificáramos acudiendo a maitines. El más espabilado de todos, ese mismo día, nos los desconectó a todos. Este limón vestido de negro, además, tenía la manía de que en la medida que nos asignaba las habitaciones, nos descargaba en las manos un montón de libros: el de "horas", la Biblia, el de "salmos", etc., etc.. Yo, particularmente, al segundo año que fuimos lo dejé un poco jodido, lo siento: "Mire, padre -le dije- yo no quiero ningún libro. Si intento seguir el canto con sus libros no me entero de que esa sagrada música gregoriana me está invadiendo". Seguro que no entendió nada. No me dejó los libros y se acabó. Mi gran amigo jodidamente desaparecido, me dijo: "Coño, tío, cómo le has hecho y dicho eso". Creo que le contesté: "A tomar por culo, hombre, tanto dar la lata".
Creo haber terminado no obstante podría con este tema llenar cien páginas, o más.
Sólo despedirme de esto con unas sonrisas.
Éramos un grupo muy dispar y variopinto: Desde creyentes a rajatabla hasta republicanos anticlericales. Lo cual, creo que se sabrá entender, no quita "espiritualidad humana" ante cualquier manifestación que te pueda erizar el vello. Pues bien. Normalmente pasábamos cerca de SIGÜENZA o veíamos el cartel indicativo de su dirección: Indefectiblemente, el republicano canturreaba: "El Obispo de Sigüenza es un poco sinvergüenza". Al instante respondía el de derechas: "Que nooo, que era el Alcalde"
Por último una coplilla del republicano, aplicable a la actualidad de cualquier mundillo:
El que nunca ha sido cosa,
y alguna cosa lo hacen,
como no sabe de cosas,
¡Dios mío, que cositas hace!
¿Está bien ya de Monasterios?
Que cenen ustedes debidamente.
DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano

viernes, 15 de octubre de 2010

FOGONES MONACALES (a ver si final...)

Fotografía de Mayo de 2003

VILLASANDINO, norte de Burgos, hacia León,
yendo desde PALACIOS DE BENAVER, Monasterio
de Monjas Benedictina, donde nos hospedábamos,
hacia CASTROJERIZ –pleno Camino de Santiago-

Es común en la Castilla que tanto amo, que el
horizonte que te señala algún punto habitado, lo haga,
primero que nada, con las almenas de las torres del homenaje
de algún castillo más o menos mejor conservado o en ruinas,
o alguna espadaña o cúpula de enormes iglesias, éstas, por
lo general mejor conservadas y hasta aún útiles para el
culto con, según la época, las perfectas obras de construcción de los nidos
de las cigüeñas, silueteadas allá en lo alto por los claros
cielos o compactas nubes blanquísimas de los cielos castellanos.

(Aquellas raíces de escalas sociales, nadie se engañe, son la se-
milla de nuestra actualidad: El señor feudal edificaba su castillo, para lo cual precisaba un porrón de mano de obra miserable que primero
acampaba a unos 50/100 metros de la obra y luego levantaban sus casuchas –muchos comenzaban a trabajar allí y allí morían-. Lo mismo
con las iglesias –O Iglesia o Dinero, real o feudal, ellos se repartían
el Poder-, los demás, el pueblo harapiento, el servicio, los artesanos…
sólo eran escalones por lo que subían Poderes o Iglesia o alfombras algo mugrientas para limpiarse el barro de sus peleas o cacerías o romerías y procesiones acompañando a algún reo de herejía)


No quiero hoy ya perderme por más ramas.

Tal vez por la bondad de las materias primas que he citado, los guisos levantaban a un muerto y siempre en aquellas calderetas, sobraba, aunque el hospedero en tanto, en pie o sentado junto a nosotros, charlaba de lo que fuere, siempre nos ofrecía más.
Nunca como primero o entrante, la ensalada. Normalmente de tomate, cebolla y otras verduras que yo empecé a conocer en estos lugares.
(Ya debo hacer un pequeño alto para hacer saber o aclarar que una de las grandes ciencias que se estudiaba y practicaba en los monasterios, era la de saber, y saber aplicar, las muchísimas o pocas virtudes que poseen las puras plantas salvajes del monte y las cultivadas por el hombre, y obtener el mejor beneficio para la salud del cuerpo del conocimiento exacto del maridaje entre ellas y sus posibles apliques medicinales. Cogí, en la mala época, tal escepticismo, que no sé si hoy, en estas abadías, todavía uno o dos monjes se dedican a estos estudios, o sencillamente compran latas de fabada Litoral y cajas de Aspirina )
Así, por la parrafada entre paréntesis, conocí y empecé a adorar el sencillo guiso, algo o poco espeso de los platos de lentejas con arroz.
No se conocía en mi más cercano entorno familiar al menos esta mezcla debidamente condimentada. El arroz por su lado y las lentejas por otro. Pero es que allí me enseñaron su razón: El arroz, casado en guiso con las lentejas, ofrece a éstas la gran ventaja de que su hierro es mejor digerido y asimilado por el organismo humano. Encima, ellos casi nunca coloreaban el caldo con chorizo o trozos de jamón. Era lo que se suele llamar un plato viudo, es decir, sin carne; sí con patata y verduras. Y por encima de todo es que sabía a gloria. Nos daba algo de vergüenza que nos tomaran por tragones, pero ninguno se conformaba con servirse el primer tímido plato.
Como en estos cenobios tienen su ciencia, va y de pronto, si el primero había sido un guiso normal (eso sí, siempre exquisito), pues el segundo era una caldereta que ellos llaman “paella”, que, por supuesto, no se parecía en nada a mi paella valenciana, pero, insisto, no sé qué arte tenían, porque a veces no viendo más que algún despistado trocito de carne y verdura en mayor cantidad, aquellos arroces tenían un sabor increíble.
Ya te encontrabas algo hinchado cuando te servían un cuenco lleno de ensalada, como, en teoría, último plato. A mí esto me despistaba bastante dado que en mi ambiente familiar la ensalada era, y sigue siéndolo, lo primero que se deposita al centro de la mesa.
Pues bien, gentes amigas, cuando me recitaron todas las propiedades de la humilde lechuga, en todas sus variedades, creo que puse cara de tonto. Comprendí la razón de que en las cenas un buen plato de lechuga fuese lo último: Entre sus múltiples beneficios para el organismo, resulta que es un fantástico tranquilizante para coger bien el sueño.
Vale. Pues en las comidas, todavía después de la comentada lechuga, o fruta (de sus frutales o comprada) o los días felices en nos aparecían con flanes de su propia cocina o arroz con leche idem.
Ya lo he dicho, carne poca y algo de pescado. Pero, tengo que insistir, excelentemente condimentado.

Me lo temía. No hay forma de acabar. Me quedan las maravillosas monjas, de las que apenas veíamos y saboreábamos el producto de su trabajo de cocina, y, como guinda, una buena anécdota, para la que yo os preparo:
Los monjes hacen voto de pobreza, sí, pero ojo, NO la Comunidad, que para eso tienen un monje “ecónomo” que se ocupa, bajo las órdenes del Abad, de comprar, vender, administrar sus bienes, invertir si procede, etc., etc. Es de justicia aclarar que cuando a un monje se le cae de espejeante el hábito, la comunidad le compra uno nuevo, así como que paga el Monasterio todos los gastos de Sanidad de toda la comunidad, desde las simples Aspirinas nombradas hasta unas gafas nuevas. Hay Monasterios, verdaderamente ricos, lo niegue quien lo niegue.

Lo siento, me autoemplazo para otro día.


DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano


jueves, 14 de octubre de 2010

FOGONES MONACALES (sigue...)


Fotografía de Mayo de 1979

(Claustro de la Abadía de Santo Domingo de Silos,
en Burgos, una de las mayores joyas del arte romá-
nico -quizás la 1ª en España, y en Europa nada lejos
del primer lugar-).

Ya ha quedado dicho en hojas atrás que éste fue el primer Monasterio en el que me hospedé en mi vida (año 1969, el mismo de mi casorio), yo solo y agarré unas anginas de órdago como analfabeto total de los airecillos castellanos y el tremendo helor de la catedral de Burgos, por mucho calor que despida su enorme belleza y por mucho mes de Junio que fuera (era un Junio castallano puro, no de mi Valencia).

Por ciscunstancias algo novelescas que no vienen al caso, tal vez fue el mismo de la fecha de la instantánea, 1979 (diez después de mi conocimiento "anginoso" de este, entonces, maravilloso lugar y refugio) fue cuando volví a Silos, ya acompañado de, creo recordar, tres amigos, atraídos por lo que yo siempre contaba que había vivido, visto y respirado en aquella mi primera visita de 1969. A partir de entonces, y con pocos fallos, durante varios, bastantes años, repetíamos experiencia, buscando hospedaje en otros monasterios que nos aportaran nuevas "bases" y, sobre todo, nuevas experiencias, aunque nuestro preferido fuera, siempre, este de Silos.

Aunque en algún momento "señale" o puntualice, quiero hablar "en general" de la cocina y condimentos de estos hombres y mujeres, retirados en clausura, con una norma en su regla de admitir huéspedes. (Calculo que allá por los siglos X, XI, XII (antes algunos, con vestigios visigóticos) en los que comenzaron a levantarse estos monasterios, tanto por prebendas de reyes de turno o hidalgos de arcas llenas (no nos engañemos: o para intentar ganar indulgencias para sus hazañas con lozanas criadas rurales, esposas de sus mozos de cuadra o palafraneros, etc-; celebrar cualquiera de sus batallas a sangre y polvo con miles de cabezas de enemigos cortadas o, cosa corriente, por darle casa en la que pintar algo, como Abad, al más tonto de sus hijos, ni guerrero ni comedor ni follador; o a la más fea de sus hijas de imposible emparejamiento - Uno de los monasterios que visitábamos, San Pedro de las "Dueñas", monjas benedictinas, como ya dije, "uno no quiere señalar", pero no hay que leer mucho para deducir "qué se conocía por 'dueña'; el progenitor que más dote donaba al Monasterio, "colocaba" a su hija de Abadesa; y así podemos ir bajando hasta la tornera o portera.

Vayamos a lo que importa: Lo que primero llama o despierta las papilas del visitante o huésped es el exquisito sabor de lo que sirven.
Empezando por el desayuno, en ninguno, monjes o monjas, falta, con perdón, un pan que te cagas, mermeladas y miel "caseras", o bien elaboradas en sus cocinas o la de algún "artesano" del pueblo; también mantequilla, ésta, según la Abadía, o se notaba propia o era de esa que va en paquetitos, como en los hoteles infieles. No había empalago ninguno de dulzores excesivos ni en confituras ni en secreciones de las abejas. Leche de sus establos; eso sí, café como podían; y algún plato con bollería o pastas, ésto sí, de fuera, adquirido. Todo, dispuesto al moderno estilo de auto-servicio y que el hospedero vigilaba que no se acabaran los recipientes del suministro. Como en todos los grupos, aquí, en el mío, también siempre destacaba el que se ponía totalmente morado (Normalmente, en todos los de monjes los huéspedes éramos pocos y, oh gloria, ninguna mujer. La clausura, en los monjes, no admitía hospedar mujeres, menos todavía si la hospedería se ubicaba dentro del propio Monasterio, ay, cerca de las celdas de hombres "cortados", por puro amor a su Fe o sufriendo indeciblemente toda su vida de celibato).
A pesar de quedar muy convenientemente servidos, durante la excursión de turno, andando o en coche, al volver, antes de entrar en el monasterio, en cualquier bar o taberna del pueblo, caía o un "vinico" o una "cervezica", con cacaos o altramuces o aceitunas o... lo que fuera.

En unos monasterios se comía en el refectorio, junto con toda la comunidad. Esto tenía su encanto contra la pega, a veces fuerte, de comer rápido y en silencio total. En cualquier caso, en comedor de huéspedes o junto con la comunidad, lo primero: un rezo corto todo el mundo en pie. Luego, un hermano, normalmente, hasta que se le unía el padre hospedro una vez terminado su condumio, nos iban sirviendo. Especie de calderetas de no sé qué metal, llenas de sopicaldos o arroces melosos o secos con contenido más que suficiente para seis, siete personas cuando cada recipiente era para cuatro. Encima, cada dos por tres, nos preguntaban si queríamos más.

(¿Acabaré este tema alguna vez? Tanto se me agolpan los recuerdos que suelto algunos rebeldes que se me plantan en los dedos sin haber sido llamados a figurar aquí. A ver si a la próxima acometida o empuje, parimos de una vez)

Queridas gentes, que desayunen al estilo monacal.
Hasta, si es posible, el reventón final.

DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano

martes, 12 de octubre de 2010

FOGONES MONACALES


Fotografía de Mayo de 1987
Desde el balcón de la habitación/celda que me asignaron en el Monasterio Cisterciense de VALVANERA.
Levantado durante el románico, en una de los grandiosas laderas, reventonas de verde, que cierran un estrecho vallejo por cuyo fondo serpentea un cantarín riachuelo (cuyo nombre tendría que consultar, y ya saben...) que imaginé mucho más ruidoso y caudaloso en épocas de deshielo.
Enclavado en plena Sierra de la Demanda (Cordillera Ibérica), con parte importante que hace frontera natural entre La Rioja, Soria y Burgos. (Mareante la carretera, muy hermoso el paisaje).
Los Cistercienses, como ocurre u ocurrió en muchas órdenes monásticas (monjes y monjas) son una escisión de los O.S.B. -Orden de San Benito - Benedictinos, cuando en un momento dado, un grupo de monjes, animado por alguno más lanzado que no sé quién fue, consideró que la disciplina primigenia del fundador se estaba relajando en sus normas (comenzaron a llevar hasta calzado más cerrado y calcetines -tiene huevos eso de querer ir con sandalias con los pinrreles desabrigados alimentando sabañones... Hay gustos para todo-). Además cambiaron el habitual hábito negro del benedictino por el blanco. Uno, influido por sus lecturas, cómo no, tiende cada vez más, al estilo de Juan José Millás, a buscarle punta algo surrealista a cualquier tema; entonces, pienso, ¿no elegirían el blanco como color de mayor pureza y menos lutos? En el blanco, la mancha, la falta, se nota enseguida. Sobre el negro lo que más destaca son los brillos de la tela que acumula por los años de uso... y vaya, brillos he visto como espejos. Eso sí, en nada o muy poco se diferencian en liturgias y rezos y horas. El orat et labora no lo han cambiado, salvo puede que, tal vez, en los maitines se castiguen madrugando aún más que los de negro.
Bien, vayamos ya al asunto principal.
Lo primero que debo aclarar o informar es que en mi época, ya lejana, de visiteo y hospedajes en Monasterios, todo era "más verdad, más auténtico, más puro, más natural..." En todo ello incluyo, claro, la materia prima con la que cocinaban sus sabrosísimos guisos, potajes, verduras, legumbres, algo de pescado y poca carne. Y a esto contribuía el que el cocinero era normalmente o un monje o un lego con sapiencia para los fogones, y esas materias primas eran de sus propias huertas, pequeñas piaras, muy poco vacuno, leche de sus establos y hasta en algunos casos, huevos y carne de pollo de sus propios criaderos que alguno explotaba como grandes granjas. Comían ellos y huéspedes y comercializaban el resto, que no era moco de pavo.
Gentes cercanas al grupo más o menos habitual que una semana al año nos largábamos solos, sin mujeres, de Monasterios, no conseguían quitarse la mosca de la oreja. Tampoco jamás ninguno de nosotros pretendió ni explicar ni convencer a nadie. Sabíamos que íbamos a ir conocienco Castilla, León, Navarra, La Rioja... poco a poco, a base de hospedajes en estos monasterios, limpios, baratos y con una comida extraordinaria; aparte, claro, del buen ambiente entre nosotros y acudir a algunos rezos. Los que no conocen esto, no pueden ni imaginar el relajo que te inunda al escuchar un coro de voces de piedra y agua entonar salmos y oraciones en puro gregoriano, aunque no entendieras nada, sólo sentir que la salmodia se te metía en la sangre.
Toda esta bondad se terminó, como todo lo puro y bueno. Comenzaron las Abadías a llenarse de abades con carreras y masters (ejecutivos más que humildes monjes). Faltaban vocaciones, claro. Los cocineros con amor fueron sustituyéndose por profesionales con sueldo. Arrendaban huerta y explotaciones ganaderas... La atención y el cariño de acogida se iban sustituyendo por un "toma la llave de la celda; no sé si podremos charlar..."
Las libertades para el hospedado -está en el Reglamento de Orden de San Benito-, quizás por cubrir la falta de vocaciones, hicieron aparecer padres hospederos que sutilmente te hacían mención a que no bajabas a laudes, que no te veían en misa... Un coñazo.
A uno de los rezos, yo al menos, no faltaba nunca: Completas, oraciones de canto gregoriano, el templo casi a oscuras, poco antes del retiro obligado a tu habitación, que eran -supongo seguirán igual- una melodía maravillosa que se me metía adentro más que otros cantos. Ya en la habitación y metido en la cama, apenas podía leer un cuarto de hora, me dormía como un bendito, como si fuera bueno o santo de verdad... Xe, una maravilla.
A estos deterioros, en los que con mi experiencia, podría extenderme en anécdotas que descubrieran mi lado zafio y el oscuro escondite de mi ruinidad, que explota cuando se siente traicionado, decía, a todo este poco o nada atractivo panorama para seguir visitando estos fantásticos monasterios -casi todos de nuestro enorme arte románico- se unió el escape a reacción de la poca Fe que me quedaba y que a veces conseguía entreverla de nuevo en estos refugios que han acabado convirtiéndose en plazas públicas.
Como es normal en mí (defecto a corregir), con el preámbulo se me agotó el tiempo. No pretendo dejar el tema colgado. Procuraré esta misma tarde largar sobre el motivo principal de esta entrada.
(Creo que merezco perdón si confieso que estos años míos de visitar Monasterios y mi estancia en ellos con amigos -alguno jodidamente desparecido- fueron de los pocos buenos de mi vida. Ojo, dos o tres meses de año, no vayan a creer. La preparación del viaje, la propia estancia y el poso que me quedaba que, por más que lo intentara, no conseguía alargar mucho).
A ver si hasta luego, buenas gentes.
DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano

sábado, 9 de octubre de 2010

VA DE SENTIMIENTOS: CUIDADO

Fotografia de Diciembre de 2008

La criatura de la foto, es lógico imaginarlo, es una de mis nietas. Otra preciosidad que vive más lejos va para prima ballerina, además de ser un bellezón que combina el azul de sus ojos y el gualdo de su pelo a las mil maravillas.

No voy a tratar de una exaltación de mis nietos (ojo: seis), entre otras cosas porque no debe tener adentros sanos todo aquel hombre, puro de espíritu, que no babée, aunque sea poco, al mirar o hablar de sus nietos. En fin, voy a lo que importa.

¡Ojala siga!.

Mañana mismo la vida me hace alcanzar dos tercios del total de la Cifra del Maligno: Me hace cumplir 66 años. Es una paradoja tremenda y ruego que nadie me pida explicaciones: No soy feliz, no estoy contento... pero miro hacia atrás, y sobre al excitante, enorme y tremendo presente de estos seis magníficos nietos que, a veces, me parece mentira que, en parte, procedan de algún gen mío, y va y me siento orgulloso, contento, feliz...

(Un momento: Voy a secarme la baba)

Recuerdo mis jóvenes años de casado con hijos. A todos les dimos el añadido esfuerzo de la llamada "actividad extraescolar". Danza clásica; canto en uno de los principales coros de niños de Valencia; una buena academia de dibujo (al cuarto, ya lo saben, no nos dio tiempo a aplicarle este sobresfuerzo).

Es el caso que poseo una parte de melancolía de la que no me puedo desprender (Tampoco sé si quiero hacerlo), y disfruto repasando y viendo mis álbumes de fotos. El otro día me salió la fotografía del encabezamiento. Lo primero que me pareció es que la partitura, la música pura iluminaba el rosto de mi nieta. Recordé cuando le hice la foto: en su casa, no sé qué día, con el piano que sus padres habían comprado para que la cría practicara (y ya se ocupan ellos, sus padres, de que lo haga). Pero más aún recordé el día que, por final del curso académico, la academia con acreditación oficial a la que acude, hizo una audición para los padres. Esta nieta mía, de belleza rompedora, actuaba la penúltima (tampoco se puede impedir que un enano graciosísimo y algo guaperas fuera el último, porque, en realidad ese chaval rubio tocó de maravilla). Pero yo voy a mi nieta. No sé si tuvo buena técnica, si acertó con el tempo y melodía... ¡no sé música! Pero sí me pareció maravillosa hasta la emoción incontenible el verla a ella, volcada sobre el piano, y escuchar la pieza que tocó -preciosa- que ni sé ni de quién era...

(Un momento, voy a sonarme y sober algún lagrimón algo borde)

En fin, todo esto me hizo pensar en aquellos años, tan lejanos, en los que Ella y yo, casi obligábanos a nuestros hijos -padres de estos nietos- a sus actividades extraescolares (¡sigue siendo tan mierda la educación en España...!), y pensé si ahora mis hijos, padres de estos geniales nietos no se estarán pasando con tanta actividad para sus hijos. Pero ocurre que, por ejemplo, a la de la foto del piano, que tiene algunas cosas más que ahora no importan, y a los otros, con sus "ingleses", sus "balletes", "sus fulbitos y baloncestos", y alguna cosa más, va y se les ve contentos, alegres, bulliciosos y, según el carácter de cada cual, contador o no de sus cosas.

Será, pienso, que este "estresamiento" de sus estudios y actividades extraescolares, no les pilla como lo hizo con sus padres, mis hijos. Esto debe ser algo tan natural para ellos porque ni en ello reparan. Y además, encantados.

Ojala sigas, princesa, y yo llegue a llorar a moco tendido en un concierto en un teatro, me da igual que actúes como única intérprete o solista de una orquesta. El primer grito de ¡bravo! -si es que acierto cuando termina la pieza- será el mío.

¿Os parece bien por hoy? Ya llegaré a las cocinas y fogones monacales, tiempo al tiempo.

Salud, buenas gentes.

DESVENCIJADO

Luis Ramírez de Arellano.

sábado, 2 de octubre de 2010

QUIEBROS EN LA VIDA.


Fotografía de Agosto de 1975.

"La Madonna y el niño"


Hubiera sido algo de memez titular la
foto como "La Virgen y el Niño", cuando desde siglos y siglos, un niño, un hijo abrazado a su madre desmiente, sin más, tal virginidad.

Y el hecho de utilizar esta antigua foto (todos hemos creído en algún tonto momento de nuestra vida en la felicidad), es por servirme de la imagen para comentar los imprevistos golpes del vivir, las pedradas de la vida que, de pronto, cambian tu actualidad, tu presente y tu futuro.

El niño de la foto, un año y dos meses después de la instantánea murió, una viscosa marranada a la que no le dio la gana dar auxilio salvador, o estaba despistado -como siempre- el Dios que dicen que lo creó, pero que luego se olvidó de él dejado caer en tan enmarañado y merdoso mundo. Bien, todo se puede considerar normal. Miles de niños mueren a diario en el mundo sin que el Gran Tipo deje su partida de mus (parafraseando al fallecido escritor manchego Rodrigo Rubio).

Pero es el tema que mi vida, nuestra vida, la Madonna y yo, cambió.
Tenemos una vida antes y otra después de la muerte del angelote de azulado mirar.
Uno, más o menos, derramó las sangrantes y rabiosas lágrimas y su alma reventó de decepciones, improperios, sapos y culebras. Aún me quedó, relativamente lleno, el depósito del alma de sufrires acuosos salados. De hecho, a estas alturas de mi vida, soy más llorón que nunca.
Pero, ah, la madonna. ¿Quién convence a una madre de que su tan inmenso amor no puede proteger a un hijo?
Tanto derramó que quedó seca por muchos meses, años...
La tremenda ternura que emana en la foto desapareció para siempre jamás. Se transformó, toda aquella delicadeza, en una cabalgante madurez de hermosura gigante, belleza dura, una real hembra, pero, ojo, rompedora, atractiva protegida por unas barreras que, a veces, eran sólo un mirar paralizante: "..."atrévete, da un paso, anda". En otras era negativas secas; en otras ironías tan rasposas que daban urticaria al pesado de turno.
(Como anécdota: Yo he tenido, en diversas ocasiones, que hablar y sonreír con tipos que, según me había contado ella, le habían propuesto cama. Alguno casi amigo; otros, conocidos; los menos, de trato de trabajo).
Ni hacíamos caso. Nos reíamos. Todavía vivíamos esa etapa de amistad con sexo que puede ser aún amor.
Pero a lo que me interesa: Nuestra vida en común cambió totalmente. Ella sobre todo. Podría asegurar que no ha vuelto a su expresión nunca más la ternura. Sólo apuntes en cuanto comenzaron a venir nietos. Pero jamás la expresión excelsa de la foto.

¿Y por qué todo esto? Cuando uno va teniendo más momentos de soledad al tiempo que no puede impedir el ir cumpliendo años, cada vez mira más hacia atrás, lo que ha dejado, vivido, lo que vivió; retrocede hasta su niñez si es que aquella estapa la recuerda feliz. Sí, no se puede dejar de mirar atrás quizás buscando algo hermoso que vivimos en lo que todavía podamos apoyarnos para seguir, porque... porque no podemos mirar constantemente hacia delante: lo que vemos es un camino cada vez más corto, más empinado, repleto de sustos, úlceras, ciruigías urgentes, mochilas para poder respirar... y lo peor: cánceres o Alzheimer. No. A estas edades no apatece nada mirar hacia adelante, sino recuperar vivencias, como mínimo, amables, calientes. Y, al tanto: no me meto en absoluto con los optimistas incorregibles: Cada uno se busca la tranquilidad o seudofelidad como puede.Solamente yo, según mi leal entender, pienso que es un error total eso del presente, que para mí no existe más, medido en tiempo, que en una millonésima de segundo en la que tu cerebro ha experimentado algo dichoso, que precisamente se convierte en dichoso cuando lo recuerdas, jamás en la velocidad a la que lo has vivido.

Querida gente, disfrutad de la tarde, del fin de semana, de una buena cena, de una buena copa y, el que pueda, de un encamado triunfal. Os lo digo: Es lo que a altas edades más recordaréis con una sonrisa, cada vez más caras.

DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano