viernes, 8 de julio de 2011

EPÍLOGO Y ESPERANZA DEL VIVIR.



Fotografía de Enero de 1991 - Mi Castilla con el sosegado dorado del invierno de su cereal (Cerca de Castrojeriz)


Ayer, en mi comentario sobre "VIDA, MUERTE, AMOR", tuve el fallo de olvidar una canción mexicana que por mis casi constantes "depres" me ha gustado siempre. A lo mejor es que soy así de dramático. No lo sé. Lo que no podré ser jamás es un asiduo de la risa, sonrisa y el contento. Nunca he entendendido ni entenderé los motivos que mueven a esta gente "tan simpática" habitando el mismo mundo que yo. Claro que siempre me podrán argüir aquello de "los colores de los cristales con que se mira"... Pero es que, coño, ¿se rompen tan rápido los cristales?.


(Hay que, debo advertir, de que no obstante mi manifestación de que se debe de escribir visceralmente, todo el que sepa leer no necesitará explicación ni advertencia de que en mis letras rebullen mis sentimientos, mis entrañas, mi alma no sé por qué siempre dolida... pero no mi vida real. Aunque pueda parecerse, hay poco o nada, o casi nada, autobiográfico)


Allá va la canción mexicana:


-Letra y música de JOSÉ ALFREDO JIMÉNEZ:


Por tu amor que tanto quiero

y tanto extraño

que me sirvan una copa y nada más;

que me sirvan de una vez pa'todo el año

que me pienso seriamente emborrachar.


Si te cuentan

que me vieron muy borracho

orgullosamente diles que es por ti,

porque yo tendré el valor de no negarlo

gritaré que por tu amor

me estoy matando

y sabrán que por tus besos me perdí.


Para de hoy en adelante

el amor no me interesa;

cantaré por todo el mundo

mi dolor y mi tristeza,

porque sé que de este golpe

ya no voy a levantarme,

y aunque yo no lo quisiera

voy a morirme de amor.


LA ESPERANZA DE O EN EL VIVIR:


En la gran religión dominante en España y bastante parte de Europa y Suramérica, hay un dicho beato que reza: "los caminos del Señor son inescrutables" (es muy socorrido en la Iglesia para aquellos que no paran de enredar con preguntas y petición de aclaraciones a cosas que no entienden -porque no pueden ni podrán jamás, ni ellos ni el más mínimo currante de su cerebro-).

Pues para mí resulta inescrutable el hecho de que por pequeñas y complicadas sendas de pronto me invada un raro pero bienhechor sentimiento de esperanza a pesar de abrumarme con algún pesar ajeno más (Siempre, pero siempre, recuerdo la primera frase de la magnífica ya antigua novela de Javier Marías "Corazón tan blanco"; Escribió este pequeño o grande genio de la literatura: Yo no quería saber pero he sabido...).

Más que explicar nada, cuento el sucedido:

Esta misma mañana (¿10 horas?), acodado en la barra, cosumía yo, aunque con apetito, cansinamente, un pequeño bocadillo de no importa qué en El Aromas -o mejor, en el Bar de mi esquina-. En un momento dado, yo al menos, he notado una nueva y suave ambientación de color azul purísima. Con sus ojos y mirar por delante ha entrado el rostro, la sonrisa y la presencia apaciguadora de Lorena, la dulce cara de nena -que ya quedó bien claro que no es ninguna nena-. Hacía mucho que no visitaba el bar. De los habituales con quienes habla ella sólo estaba yo. La he visto de nuevo sonreír con ese imposible estar apacible transmisor de paz que es difícil de entender sabiendo los problemas de todo tipo con los que vive con la inestimable ayuda -ella lo dice- de sus padres y los abrazos, besos y caricias de su pequeña hija.

Es una mujer que -como deben hacer todas las personas- te mira y más te mira cuando te cuenta. Yo correspondo -suelo hacerlo- pero, a veces, ese tan calmante y precioso azul y el tono apaciguante de su charla que sale de su pequeña sonrisa, me acogota y recobro fuerzas mirando un segundo o dos a otro lugar fuera de su rostro.

"Mira, hala, me voy a la playa"

"Eso es lo que tienes que hacer; te tumbas bocabajo, ocultas cara y cabeza e intenta dormirte, a ver si te vas un rato de ti"

-Voy con amigas.

-Mejor, ellas cuidarán tu sueño.

Me ha puesto al día de todos sus pesares y el mal vivir que la VIDA le está dando, añadiendo una intervención quirúrgica, encima, que tiene pronto. Todo siempre sin dejar de iluminarme con el azul purísima de sus ojos y tranquilizándome con su sonrisa, algo tristona, sí, pero ¡tan dulce!

Al despedirse, con esa su naturalidad que desarma -pero que le puede perjudicar- me ha dado dos besos:

"Bueno, hale, ya os contaré. Se me hace tarde.

"Cuidate mucho, Lorena.

Ha sonreído y ha desaparecido.


Bien, quien vea a esta bonita casi chiquilla por la calle -a lo mejor con un cigarrillo en la mano- no puede imaginarse el tesoro que porta en sus adentros. Hay que tratarla para descubrirlo. Aquí no se trata de que ella se agarre con fuerza a la ESPERANZA, es que la Esperanza es ella misma. Y combate a la VIDA y en la vida con la sencillez y enormidad de ser como es. La Esperanza, sin duda, se pegará a ella como una lapa. ¿Dónde va a encontrar mejor materialización?

Si no me tomara por un viejales predicador y beatón, algún día intentaría explicarle esto, pero sólo puedo decirle lo de siempre: "Vale, no dejes nunca de ser así" Ese ánimo apacible, nada guerrero pero sin duda triunfador. Esta Esperanza que se llama Lorena, sin duda, saldrá adelante, es ESPERANZA pura, de la buena, de la auténtica.

A mí, cuando hablo un rato con ella, me deja dentro, aunque no me dure mucho, un extraño vigor que, claro, en mí es difícil que anide.


DESVENCIJADO

Luis Ramírez de Arellano.

jueves, 7 de julio de 2011

VIDA, MUERTE, AMOR.







Fotografía de Diciembre de 1989 - Puerto de SANTA CRUZ DE TENERIFE





(Éste puede ser un ejemplo de uno de los muchos escenarios que nos monta LA VIDA, para los muchos que piensan que "¡que bella es la vida!" Pero la VIDA, la auténtica, está en algún marinero que puede estar dormitando en la panza de uno de los barcos; en los habitantes que la casitas del fondo... En otro sitio, en cualquiera menos en el decorado)

En la existencia del homo erectus reinan, prevalecen o destacan, por encima de cualquier otra cuestión, tres insobornables influencias que afectan su paso por el mundo de la forma más brutal y que se derivan o desprenden de unos sustantivos que las nombran pero que no definen ni describen como formas tangibles, visibles; es decir, son inasibles, inmateriales, algo así como entelequias con las que no te puedes enfrentar, a las que no puedes repudiar (sólo a una) ni mucho menos con las que dialogar –en la forma de paseo a lo Séneca por zona ajardinada rodeado de discípulos ávidos, sobre todo, de “razones racionales”-.

VIDA, MUERTE, AMOR…

La VIDA viene a ser como el grandioso ZEUS del Olimpo o el no menos todopoderoso DIOS cristiano (por otro lado, también entelequias, ambos). Está –la Vida- y flota y cree reinar sobre todo el orbe y, según dicen, más allá, donde guarda otras variedades de vidas para cuando se canse de las que conocemos y ÉL domina –cree-.
El humano juguetea tan divertido y tranquilo en su limbo cuando alguien lo agarra del brazo y tira de él:
“¡Tú, a VIVIR!”
“Pero, oiga, ¡¿y por qué yo; no puede ser otro?!” –grita el feliz vapor, lloroso.
“¡¡Que tires para allá, te he dicho!!”
Y no “tira” él: lo tiran, lo lanzan al estercolero que es la VIDA.
Es la única que, como he dicho antes, se puede repudiar en el momento el desarrollo de su razón le muestra adónde lo han lanzado. Sencillo: Diez partes de lejía y dos gotas de limón. Es un cóctel que no falla: En nada, a tomar por culo la VIDA.

La MUERTE, dejando aparte el que se considera el gran absurdo de la vida (yo, al menos, no entenderé jamás ni una ni otra cuestión), me ha llevado a concluir que el mismo Misterio que te deja caer aquí, como más se divierte es eligiendo quiénes viven más, quiénes menos y a quiénes les hace jodido el tránsito o suave y rápido mientras descansa tomándose un cubata.
Pero para el objeto de esta cosa que quiero escribir y que se me entienda, lo principal es el momento dramático en el que el humano “descubre” LA MUERTE. Puede ser pronto (muy cruel) o mediado su crecimiento.
Hasta ese momento, el nacido (neutro, ojo, no me vengan con lo de la ministra pija), sólo ha vivido con cariños, risas, amor (aunque no supiera lo que era); juegos de niños y más risas; sorpresas, pesares y gozos de la primera adolescencia… De pronto, una madre, un padre, un hermano, un amigo querido (sin ser consciente de este su cariño por él)…¡lo que sea! Desaparecen, “se mueren”. Comienza a descuadrarse. ¿Qué es eso de la muerte? ¿Y por qué ya no estará más? ¡¡QUÉ ES ESO DE LA MUERTE!!.
En ocasiones, el encuentro con ella, rozándote y arañándote el alma con raspados que dejarán eternas cicatrices, te ataca en tu primera o plena juventud. Quizás sea la primera vez que te acuerdas de Dios y no será para bien. Es cuando empiezas a odiar frases de meapilas como: “¡Ay, Señor, mira, Dios así lo ha querido! Lo primero que se te ocurre es: ¡Joder, pues vaya dios! (He escrito mucho de esto –para el que me conozca, lo sabe de sobra, y sobra cualquier añadido-).
Concluyendo: la primera y más dura lección que te recita LA VIDA: Intenta no ser muy gilipollas porque no eres más que algo, muy poca cosa, que vino para acá, casi exclusivamente, para esperar irte otra vez con LA MUERTE.
Segunda lección: Ésta te la dicta la propia MUERTE: Huele, huele mal la muerte. Los cadáveres, casi enseguida, se endurecen y se ponen cianóticos y como el hielo (De las peores experiencias que se pueden pasar en la vida es la vaporosa e intimidante sensación de besar a un cadáver que fue un ser querido –el que suscribe ha besado a dos témpanos muy amados y ha sido incapaz de darles el más mínimo calor; apartó sus labios tiritando-). Por todo ello hay que taparlo pronto, enterrarlo o quemarlo antes de que llegue a apestar y enfríe todo nuestro entorno. Pero ya: Muerto: rápido a la tierra o a las llamas. Que sólo te queden los bellos recuerdos del muerto cuando era un vivo.

Adónde se quiere llegar es al AMOR a pesar del largo introito.

El AMOR está por ahí, también formando parte del aire que respiramos, inasible tal como el aire pero, también como él, indispensable para seguir respirando, viviendo. Viene a ser la única hermosa compensación que se pone a nuestro alcance por la putada gastada de enviarnos aquí (Quizás, quiero creer, muchos de los arrancados de su feliz limbo hayan aterrizado en este barrizal mundano por eso, por AMOR -al menos, durante un tiempo feliz, los limpiarán de barro inmundo a menudo-)
De todo ese inabarcable, grandioso componente del aire que nos envuelve que convive con EL AMOR, hay que procurar siempre, aunque sea con alguna inocente trampa, respirar, tragar y guardar con 100 llaves un gran sorbo de AMOR.
En ocasiones, surgirá por tus ojos, tu boca, tus ingles y te dará dulcísimos y violentos sueños, te hará reír y reír, reventar de gozo tu pecho al tiempo que muchas noches torrentes de lágrimas mojarán tu almohada. Y lo peor, y más maravilloso al tiempo, es que no se alcanza a comprender del todo esa conmoción.
Mas no es éste, el primer AMOR adolescente, el que aquí importa traer. No.
Ya madurado el ser –o casi maduro-, se nota un temblor, como un terremoto en ese rincón donde guardas el AMOR en espera del “BESO DEL PRÍNCIPE”. El despertar es glorioso y tremendo: es la brutal sacudida del ENAMORAMIENTO, la más maravillosa fase en la vida de cualquier ser que pueda vivirla (Hay que compadecer a todo humano que no haya sentido esto, el nacer del AMOR en su cuerpo, en sus sentimientos, bien por incapacidad –pésimo esto- bien por un carácter inadaptado y suicida. Lo mínimo es saber amar. Lo perfecto, añadir al amar el sentirse amado; no se dude esto: genial).
En el colmo de esa grandiosa felicidad compartida, los dos seres se dicen: “vamos a vivir y arrostrar juntos toda esta complicación que es la vida que nos espera por delante”.Y normalmente formados, saben que, aun siguiendo siendo seres individuales, quieren acompañarse con el aporte de su particular personalidad, cada cual, para ese fin. Saben que la fiereza inicial del enamoramiento se aplacará y dará paso al AMOR sereno, a la compañía, al apoyo mutuo, a la amistad, todo porque quedó pintado a fuego en cada alma, y aunque el calor de la pintura se haya enfriado se mantiene el color que eligieron de común acuerdo.
Todo lo van a vencer, con todo van a poder porque, ay, convencidos están de que, con suerte, hasta puede que marchen juntos de esta sucia vida que ellos siempre procuraron embellecer. (Éste es el final feliz de cualquier cuento que pueda escribir algún pusilánime que se pasa la vida poniéndose telones y más telones delante para acomodarse lo que pueda ver e inventarse un pasar tan facilón como irreal).
Pero… Sí, pero cuando uno es muy mirón, muy observador y, sobre todo, escéptico total –no pesimista-, aunque reconozca que sí, se dan esos casos y alguno conoce, y más, vea y se avergüence de las formas y modos con que, a trancas y barrancas, llegan casi a diñarla juntos, incluso otros –los del milagro- en los que llegan casi a la misma caja los dos y cogidos, con una dulzura inimaginable, de la mano, con un buen capazo de años cada uno sobre los hombros y otro que arrastran los dos a una que contiene todo lo vivido y salvado juntos, sí, a pesar de ello, hasta a pesar de los muchos casos en que por creencias o cabezonería ahí andan soportándose, maldiciendo, días enteros en los que entre los dos ni llega el aliento de uno a otro… En fin, hay que seguir.

Llega un día aciago, lleven juntos los años que sean, muchos o pocos, en el que al despertar los inunda un raro olor, nada agradable por cierto. “Bah, los sumideros…”. Pero cada día que pasa el olor se va haciendo más fuerte, pestilente. “¡¿No tendrás algo podrido en la nevera, coño?!” “¡¿Desde cuando no abres tú la nevera, imbécil?!” (los tacos e insultos no hace falta que suenen; sólo pretenden resaltar la situación).
El día en el que el ambiente ya hiede, hay que dejar de ignorar: ¡Huele a muerto, a cadáver en proceso de pudrición! ¡¡Aquel AMOR eterno, HA MUERTO!! Hay que aplicar los mismos pasos que para LA MUERTE. Puede, claro, que algo quede en el rincón de cada uno si en su día supieron hacer buen acopio, porque el AMOR por sí mismo no muere, ¡NO PUEDE MORIR!, se acabaría el mundo. Así como tampoco existen diversas clases de amor ni debe usarse esa tonta manía de calificar o adjetivar el AMOR. El AMOR es lo que es. Lo que es diferente es la forma de usarlo y administrarlo de cada bípedo humano. Pero esa porción que cada uno puso de su bolsillo para vivirla y gozarla juntos, ésa ha sido matada, y ya apesta; hay que buscar brisa nueva y fresca, y enterrar, incinerar y aventar lo que fue AMOR y ahora no más que huele a mierda fabricada por intestinos enfermos.

(Lo siento, pero soy de los que piensan –he leído a bastantes- que para escribir hay que volcar tus vísceras, de lo contrario, no escribas; sonarás a falso o tontería y ridiculez infinitas).

DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano