viernes, 16 de diciembre de 2011

TIEMPO DE "REFRESCO"

NECESITO, CREO, UN TIEMPO DE PAUSA EN EL ESCRIBIR.

ES LÓGICO QUE HAYA GENTE QUE NO SEPA QUE TAMBIÉN ESCRIBO EN ESO QUE LLAMAN DIARIOS SECRETOS. YO LOS BAUTIZO COMO DIARIOS ÍNTIMOS QUE SE ABRIRÁN Y SE LEERÁN -SI A ALGUIEN LE INTERESA- DESPUÉS DE QUE YO LA "ESPICHE".

TAL VEZ POR ESTA CUESTIÓN, DEJE UN TIEMPO DE APARECER POR AQUÍ -CLARO, ELLO SIN PERJUICIO DE TODO AQUÉL QUE ME QUIERA DECIR ALGO Y ME LO SUELTE, LO CUAL AGRADECERÉ.

SIMPLEMENTE ME OCURRE QUE YO ME AlIMENTO, ESENCIALMENTE, DE -ADEMÁS DE LOS CONDIMENTOS FÍSICOS NATURALES DE "lectura", Y ESTO ES ALGO QUE TENGO ABANDONADO VARIOS MESES. (Puedo contar hasta 19 libros pendientes de leer) ÉSTE ES UN ALIMENTO IMPORTANTÍSIMO PARA MÍ. TANTO COMO QUE SI DESPUÉS DE "DIGERIRLOS" NO FUERA CAPAZ DE ESCRBIR.
"TODO ESCRITO", LO NIEGUE O NO; LO QUIERA O NO, SE ALIMENTA DE LO LEÍDO, ENGULLIDO Y DEBIDAMENTE ASIMILADO.

ESPERO VUESTRA COMPRENSIÓN Y CARIÑO.

DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano

DE NUEVO: UN TEMA ANTIGUO.

    Fotografía de 2008 (Marzo)

(Éste es el "descacharre" de la vida. Talmente como un mecano para montar y desmontar... ¡Pero... en manos de quién, coño!)

EL ANTÍDOTO

(Cuento con inicial nacimiento en  Octubre de 1996. Corregido -ampliado o reducido, ni me acuerdo-, en Enero de 2001 con motivo de mis "guerras editoriales". Hoy, lo traslado aquí tal como quedó en esta última ocasión)

Esta vez dedicado con especial cariño a mi bloguera
e internauta favorita, ANA GENOVÉS, esperando que ella sí,a la primera, le agarrre el fondo o motivo al dichoso cuento.


La muerte es el colmo de la grandiosa estupidez que es la vida. Estúpido, sí, muy estúpido el tema. Nunca he entendeido eso de que te nazcan para matarte, después. La parla vulgar y corriente dice “morirte”. ¡A qué santo vas a morirte tú, hombre! (Eso sí, están los suicidas...)
 Por entre el grandioso vértigo brumoso que vagaba por mis meninges me di cuenta de que estaba meditando. Qué tontería, vaya. Una forma blanca y voluminosa fue tomando forma y contornos ante mi nublado mirar, levantando a duras penas las cortinas de mis párpados.

La bata blanca se ajustaba explosiva a las abundantes formas de la cuarentona enfermera que andaba manipulando gomas, pantallas verdes y ventosas sobre mi pecho. Tenía un culo señorial la ateese de pelos ondulados de un castaño veteado de mechas rubias. El tubito que penetraba en mi nariz me molestaba cosa mala. Mis amodorradas reflexiones de tonta filosofía vital, el olor a hospital y muerte, el aura de vida insultante que envolvía el cuerpazo de mi cuidadora, el pitidito rítmico que emitía el sube y baja del monitor verde indicando que el tica-tac de mi corazón todavía resistía, mi estar allí postrado y sus razones, y mi propio calamitoso estado físico, todo, me tenía un tanto beodo. Parecía que, de momento, salía de ésta. Ella me sonrió, me dio una palmadita en la rodilla y me ofreció su espalda para ratirarse con frescachones andares. El subir y bajar de sus poderosas nalgas me mareó algo más y me provocó una leve excitación que conseguí anular pronto dado su grado de inconveniencia. Me vino a las mientes el retozón trotar de un percherón. Intente dormir de nuevo, me dijo volviéndose desde la puerta. Bonita boca. Intenté responderle con una sonrisa.
La muerte, su cercanía, su anuncio o presencia siempre me ha empujado con fuerza brutal, y contra una debilísima defensa de mi voluntad, hacia un estado de rebeldía preñado de furia, rabia y pataleo que sólo puedo aplacar con una impresindible, fogosa y extenuante sesión de sexo. Si bien justo es recordar que no siempre ha sido así: Yo no era así. Apareció de pronto, como el que se encuentra con una diabetes para el resto de sus días o se le averían, de un acostarse a un despertar, los riñones y le firman una historia de negro futuro dializándose a toda hora en espera de que la palme un caritativo donante. Pero, mi caso, ¿qué donación posible existe? ¿Llegaremos a poder donar sentires, sentimientos, alma, espíritu o lo que sea eso tan abstracto e intangible? A lo mejor se salvaban más vidas que donando vísceras, materia, física. Lo enfermo del humano, seguro, no es cosa física. Y esta curiosa, y a veces molesta, irascibilidad contra la muerte se introdujo en mí cuando todavía era joven, cuando impotente ante el hecho, perdido y desorientado, viví las antinaturales muertes de mi mujer y de mi hijo a la vez, quizás separadas por algún minuto, pero en el mismo acto. Será hermoso y poético, pero también de lo más idiota morir intentando dar vida y queriendo ser vida, o sea, cumplir el tonto ciclo sin que apenas éste se haya iniciado. Tenía yo 25 años; mi hermosa compañera, 21; nueve meses, según algunos moralistas, mi hijo –era varón-; ni meses ni años, tal vez algún minuto, según yo. Todos los tiempos se fueron a la mierda en el parto. Nunca he sabido qué inútil explicación me narró el ginecólogo, blanco y demacrado dentro de su verde sayón con el gorrito, también verde, mareándolo entre sus manos nerviosas, tan expertas dentro de cuerpos abiertos y perdidas ahora en el aire, como inservibles. Y sigo sin saberlo porque ni atendí sus palabras ni quise enterarme más tarde. ¿O es que había razón razonable para esas dos muertes? En mí murió algo, también. Sufrí una mutación o fue el momento preciso de recibir la fúnebre noticia en aquella luminosa sala de espera de vida, que se llenó de muerte negra sin cochino detrimento de su luminosidad, en el que la rara enfermedad se instaló en mí. Sentí unas sacudidas terribles de incógnito origen. Me dañaron dos duros lagrimones brotando de mis ojos, muy dolorosos, como cristales de cantos sin pulir. Sólo eso, dos lagrimones.
 Se fue el médico, dejándome en la soledad más absoluta, y apareció descompuesta y llorando cataratas la enfermera amiga de mi mujer que también había estado en el quirófano del antiparto. No dijo nada. Se me abrazó toda ella pegada a mi cuerpo y sacudida por convulsiones. Mojadas su mejilla y la mía, resbalaban en sus roces. Saltaban de su boca a mi cercano oído, sin orden e inconexas, palabras que eran mi nombre y repetitivas y angustiosas preguntas, lastimosas, desesperadas. Yo no sabía dónde esteba mi yo. Mi cuerpo sí, recibía el calor húmedo y sufriente de otro ser, pero calor de vida. Aturdido noté cómo volvía mi yo, raro, con una impresionante seriedad, gélido, casi congelado y exigiendo calores curativos. Mis brazos, hasta ese momento colgantes a mis costados, se movieron para abrazar también y se enroscaron en nuca y espalda de la amiga de mi muerta. Recorrí su espalda y mi otra mano se introdujo bajo la melena para abarcar su nuca. Al sentir lo que el tacto me transmitía, recordé esa costumbre o manía que tienen la mayoría de las enfermeras de enfundarse sus uniformes sobre la pura ropa interior, sin más tejidos intermedios. El rastreo de mi mano por su espalda tomaba ritmo espasmódico y averiguaba, también, la ausencia de sujetador. Ella, imantada a mí, hiposa, manando lágrimas sin parar, debía andar por espacios de páramos inconsolables con el sufrimiento lacerante del fatal suceso recién ocurrido. Parecía no notar el crepitar de mi cuerpo, mi masajeo y una poderosa y dolorosa erección que impulsaba, sin miramiento alguno, mis riñones hacia ella, apretando y apretando. ¿Qué me estaba pasando? Furiosa y violentamente bajé mi mano de golpe hasta su nalga, apreté y la atraje más hacia mí. Fue el momento en que ella volvió al instante actual, concreto y vivo. Apartó su rostro para mirarme fijamente. Su cara era un paisaje desastroso, un brillante y desencajado terreno después de una brusca y torrencial tormenta; sus ojos, un manantial pertinaz; sorbía por sus narices el desbordamiento que hasta su labio superior llegaba; la boca entreabierta, con la lengua en constante caza de los salados riachuelos que bordeaban sus comisuras; con una mano restregaba sus barbilla y mejillas; y, desde el fondo de ese espanto, una abrumadora mirada de incomprensión, de pregunta inquisidora, de denuncia macabra, de deleznable acusación. El estallido lo sacudió todo en unos segundos: Abandoné su nuca y me apropié de su otra nalga con voluntad de garra; con las dos manos empujé hacia mi vientre con una fuerza que no me conocía, aplasté mi boca contra la suya con mi lengua queriendo abrirse paso entre sus dientes..... De un empellón descomunal logró zafarse de mi abrazo. Quedé quieto ante ella, mirando alternativamente al suelo y a sus excitados pechos que reflejaban lo ansioso de su respirar. Sus lloros y lamentos se convirtieron en gritones sollozos. Su lagrimear formaba burbujas en nariz y labios.
 - ¡Por Dios, por Carmina, por tu hijo....! ¡Pero, pero qué eres tú, qué eres! ¡Una mala bestia, un animal, un, un.....! El golpe te ha trastornado, si no, no....
 - Todo es una puta mierda –solté sin mirarla, increiblemente calmado, sereno, con una voz como interna, deminíaca, de poseso.
 Ella encendió un cigarrillo y se acercó a un ventanal, manipuló en su rostro con manos y pañuelos y, todavía irritada pero recompuesta, profesional de la comprensión y el dolor, me habló de nuevo:

- Ve a tomarte un café, o una tila. O tres copazos, lo que quieras. Dentro de un rato podrás pasar a verla.
 - ¡A ver a quién, coño, a quién, dime! No quiero ver nada de nada porque ahí dentro hay nada, no hay nadie. Esta tarde, o mañana, no sé. Ya vendré.

- Pero, hombre...

- Adiós. Y, si quieres, perdona.

Salí decidido a buscar una puta. Pero la quería de las caras, de noche larga y servicios completos y lentos. Todo el dolor de mi rabia lo tenía concentrado en mis testículos. No sabía cuántas sesiones necesitaría para apaciguarme, para que con el bálsamo me fuese volviendo la vida, para que con la muerte de los orgasmos acudiese a mí, como un regreso victorioso, una burla a la muerte, un reafirmar que la verticalidad mandaba todavía en el mundo. ¿Hay sensación más fuerte de vivir que el sexo? Mi pedorreta a la muerte se me antojaba que debía ser hasta brutal. La patada recibida merecía ser contestada con una paliza seria, concienzuda. Tú llegarás, Parca de mierda, tienes que llegar, pero, ay, hasta que llegues....¡Cómo te odio, cómo odio todo este absurdo, esta incongruencia!

Al día siguiente, en el funeral y entierro, aún con huellas inequívocas de aniquilamiento en mi rostro, todo eran comentarios sobre mi entereza, tal era mi estado de tranquilidad. No llevaba puestas ni las manidas gafas oscuras. Pero yo ya sabía que en algún rincón de mis entrañas se había aposentado una rara enfermedad. Una extraña viscerilla había brotado por algún recoveco cercano a mis intestinos, mi hígado, no sé, por ahí. Una víscera minúscula pero virulenta, con una irritación latente, mal encarada, juguetona y pronta al desmadre al primer husmeo de vapores de muerte. Miré los ataúdes, uno de ellos blanco, muy pequeño. Desvié ese mirar hacia un lado. Me llamó la atención el sabroso perfil de la enfermera ultrajada la tarde anterior.

Ya tapiado el nicho, enterrada la muerte, mi estado se fue normalizando. Los últimos besos, abrazos, pésames de las mujeres del cortejo, amigas, esposas y novias de amigos, compañeras de trabajo, ya no se me antojaban como objetivos de arrebatos sexuales. Me sentí normal al causar en mí estas muestras de condolencia femeninas no más que la agradable sensación de un aliento caliente de compañía, de amistad. Sin embargo, pronto comprobé que el mal tan singular estaba agarrado con saña en mis adentros: Saliendo del cementerio, nos cruzamos con otro cortejo que entraba con su muerto al frente. La viscerilla saltó y mi mirada quedó fija en el culo alto, redondo y apretado de una compañera de oficina, mujer en cuya anatomía jamás antes había reparado.

Se me acercó un hombre joven enfundado de verde, gorro puesto y mascarilla colgando sobre el pecho. Manga corta y brazos peludos. Lo acompañaba la enfermera de antes. En silencio, sin ni siquiera mirarme, se puso a examinar gráficos y anotaciones de una tablilla que colgaba a los pies de mi cama mientras escuchaba informe verbal de la vitaminada de blanco. Me hizo unas breves exploraciones y, por fin, escuché su voz dirigiéndose a la eficaz cuarentona: Traslado a planta, el peligro ha pasado. Luego se encaró conmigo con una media sonrisa: Amigo mío, por los pelos, eh; bien, unos días más aquí y a casa, una buena y larga convalecencia, rehabilitación, revisiones y, creo, recuperación más que satisfactoria; pero, ojo, antes de irse, usted y yo tendremos una seria charla.

- ¿Por? ¿Tan fuerte ha sido el asunto?

- Serio, sí. Mire, Vd., claro, no se acuerda de nada, pero cuando los de la ambulancia lo recogieron estaba en pelota viva cruzado sobre una cama enorme, había una botella de coñac en la mesilla a la que le quedaba escasamente un dedo –tumbado, eh- de líquido y un cenicero rebosando colillas. Eso sin contar “cuantos”, ya me entiende, porque su asustada novia tenía poco más o menos todo un señor ataque de nervios. Y no es usted ningún chaval, ¿sabe?

- ¿Mi novia? Ah, ya. O sea, que me rondó la muerte.

- Digamos que subía por la escalera y los camilleros por el ascensor. Así que cuando salga de aquí nada de galanteos y piropos a la muerte. Ni se imagina lo fácil que se la seduce, ¿vale? Pero ya hablaremos.

Vaya, vaya, me dije para mí mientras aliviaba el susto descansando la mirada sobre la abundancia pectoral de la de las mechas rubias, que asentía muy circunspecta a toda la perorata del galeno.

Instalado ya en una soleada habitación de dos, junto a otro tipo que dormía y dormía con un brazo conectado a un gotero, recordé como inconveniente o de mal gusto –que me jodió, vamos- la alusión hecha por el doctor a mi edad (...”que no es usted un chaval...”) Total, cuarenta y....bueno, cuarenta y....largos octubres. Mira que darme a mí una cosa tan vulgar como un infarto....¡y en momento tan inoportuno; la leche, vaya cuadro!

Más despierto, calmado y, por qué no decirlo, menos acojonado, recordé todos los números comprados que habían hecho que la rifa infartosa, esta vez, me tocara de pleno.Un acontecimiento luctuoso idiota y desesperante –como casi todos los inesperados-, las circunstancias que lo produjeron, el que la muerte había ligado esta vez con un amigo muy cercano y querido, una sucesión de casualidades –con sus previas causalidades-, azar o, simplemente, la consecuencia de lo estúpido de la vida y sus cosas, tal vez, reventaron mi viscerilla. Y mi antídoto, qué curioso, en lugar de salvarme, ahora casi se me lleva por delante.

Todas mis compañeras eventuales desde las muertes de mi mujer y mi hijo (si no yerro por mi actual estado, no más de seis o siete No soy promiscuo y temo como a hemorroides los líos amorosos, lo que me ha inclinado siempre al poco a poco y al una detrás de otra. O sea, sencillito, normalito), digo, todas han sabido, vivido, padecido –o disfrutado, según- del virus irritado de mi viscerilla. Cada una de ellas ha asumido mi antídoto de distinta manera. Alguna ha reaccionado parecido a otra, pero siempre con algún pequeño detalle diferenciador. Hubo una casi al principio –divina Mavi- de apariencia modosa, gesto aneglical, dulce cuerpo, blanca de piel y rubia real, con apacible mirar verde no de mar profunda sino de tranquilo estanque abrigado por frondoso jardin que, sin embargo, se embrabecía, se ponía hecha una furia en contra de mi rara enfermedad cada vez que ésta se manifestaba. Llegó a llamarme necrófilo, ¡con lo viva, dioses del placer, que estaba ella! No llegó a aceptarlo nunca y fue hasta lógico que nuestra ruptura llegase por este escollo. En su defensa, justo es reconocer que por aquel lejano entonces la enfermedad andaba recién nacida, con crisis mucho más furibundas que luego, con el paso de los años, como todo, se fueron suavizando. Adelgacé bastante. Mis cercanos se preocupaban por lo que les parecía una muy lenta recuperación del trauma sufrido. Yo sabía que era cosa de mi viscerilla. No podía morir nadie medianamente conocido sin que yo dejara pasar más de dos horas, desde la recepción de la noticia, para encamarme con la compañera de turno o con amable, servicial y cara prostituta si tocaba ausencia de la primera. Por fortuna, el virus fue aplacándose, perdiendo lozanía y agresividad, y ya, desde hace algunos años, la muerte me tiene que rozar cada vez más cerca para que brote el ataque. Lo que sí se mantiene –de tal guisa me veo hoy y ahora- es que el trueno es tanto más atronador cuanto que el sentir por el muerto o la muerta, o las circunstancias de su óbito, hieren en mayor medida mi hondo rincón donde se ubican amores, rebeldías o incomprensiones....Y es que esta vez todo ha sido muy cruel, grande, insoportable.

Debería hacer un esfuerzo y extraviar mis pensamientos por oasis más frescos y tranquilos. Sólo el anuncio de revivir esta reciente muerte y su, digamos, envoltorio, me está llevando a una irritación perniciosa para mi estado y, aun sedado, somnoliento e infartado, cómo no, a una erección que, bien mirado, me preocupa menos: con las fuerzas tan agotadas el alzamiento no puede pasar de un leve engrosamiento pendulón. Mejor. Pero no puedo apartar de mí la imagen jovial del que fue mi amigo y que, no hace nada, ha matado un perfecto imbécil. Si el trancazo de la noticia telefónica fue terrible, el escuchar posteriormente los detalles fue como sentirme la cosa más ínfima del universo, ver ante mis ojos, como miles de veces antes, la mierdecilla que somos los humanos, invadirme el más destructor sentimiento de impotencia, de inutilidad.....y de una rabia infinita e insaciable que hacía hervir mi cuerpo. Si a todo ello debo unir que el brebaje actual del que sorbo los tragos de mi antídoto es mujer donde las haya, lozana, de esplendorosa madurez, morenaza profunda y de carnes de dulce y prieta ninfa, pues eso, así me encuentro yo ahora.

Mi amigo era un diferenciador nato de situaciones. Es decir, cada cosa, cada acto en su momento, a su debido tiempo y en su medida. Felizmente casado con una hermosa y azucarada canariona, tenía dos guapezas de hijas ya adolescentes que, ya nacidas en la península, ay, no habían heredado de su madre la miel caliente de su hablar aunque sí su belleza. Adoraban a su padre. Existe una corriente de pensamiento agilipollado –sobre todo hasta cierta edad- por el que al que piensa, al que matiza, al prudente se le asemeja con el pusilánime. Pues mi amigo era un pusilánime encantador: Llegaba el momento de la fiesta y el pendoneo, y el coche en casa o conducía algún amigo abstemio o a tirar de taxi. El trabajo era el trabajo, el ocio el ocio, y, por encima de todo, la aventura no era irresponsabilidad ni imprudencia. Más de una vez me comentaba con jocosidad, en algunos días de callejeo: ¿Te has dado cuenta de que los semáforos siempre los cruzan en rojo los cojos o los viejos reviejos? Es para cagarse, tú.

La noche del maldito viernes mi amigo tuvo que retrasar su salida del trabajo junto con otro aparejador y casi todos los delineantes de la empresa. Debían ultimar un proyecto “a toda leche”, les habían dicho desde las alturas. Daban las doce y media de la noche cuando salía de las oficinas del polígono industrial , casi engullido por la expansión urbana.

En algún lujoso ático de la ciudad, unas horas antes, un humanoide fantasmón bebía güisqui de una sola malta con su hijo, guaperas él, algo cachas (gimnasio, tenis al mediodía soleado, sueltas sesioncillas de rayos uva, etecé, etecé) y estudiante de 26 añitos de no sé qué ingeniería –muy fuerte esta carrera, jodidísima, tú-. El padre, más que ganar, había apelotonado un montón de pasta fácil en unos pocos años y andaba que el orgullo y la vanidad se le desparramaban más por sus metales acuñados que por su vástago, tan lindo y aplicado. Había considerado el progenitor unos meses atrás –deduzco yo ahora sin mucho riesgo de errar- que uno más de sus “signos externos” sería el que su hijo debía lucir más coche, más moda. Despreció el Golf descapotable rojo y le mercó un aparatoso y lujoso todoterreno, o como se llamen, que, efectivamente, son útiles para todos los terrenos menos para la ciudad, tan estrecha y congestionada. Al despedirse tiró mano al bolsillo y le largó su asignación de fin de semana, cincuenta mil (pesetas, no duros, tampoco iba a pasarse). Palmotazo en el hombro y sonrisota picarona sería el adiós del padre. Por más cosas y detalles de los que luego fui enterándome sobre el asesino y su familia, si la escena no ocurrió tal cual, muy parecida debió desarrollarse.

Una hora después de salir del ático familiar, el nene ya llevaba tres chivas más en el cuerpo y formaba ruedo junto a la barra de “su” pub con amigos y amigas del mismo pelaje -gente guapa, se dice así, ¿no? Con “la última” –antes de la cena, claro- el grupito decidió alimentar la noche con unos sólidos a base de unos mariscos precedidos de algunos tacos de un manchego bien curado y una finas laminillas de jabugo bien cortado. Se encaramaron al monstruo de coche, dale música a toda caña, discoteca rodante, ventanillas bajadas -¡cómo suena, eh! El equipo me costó un huevo, tía-, y vaya reprís, tú, ¿has visto?Chirriar de neumáticos y salida captadora de miradas de los del bar y transeúntes casuales. Pisando bien el acelerador, enfilaron hacia un destartalado establecimiento medio bar, medio tasca, medio cuchitril y desprecio de restaurante al uso, pero muy frecuentado por gentes como esta tribu, y sus mayores, por lo atractivo del montaje pergeñado por su propietario: Poco espacio, pocas mesas y menudas, excelente y fresca materia prima en cocina, plancha y curados; nada de cartas ni menús, un discreto toque de aparente y aseada suciedad y trato campechano y personal, de un tuteo muy estudiado y cuidado, y llegas y te pongo lo de la casa, ni precocuparte, ¿eh?, ya diréis basta. La cuenta, luego, nadie la repasa, quedaría mal; se paga la suma total y “deja algo más de propina, tú, no jodas”. El local de marras se sitúa tocando huertas en el extremo de un periférico barrio de la ciudad y hay que atravesar la gran avenida que bordea el polígono industrial en una de cuyas edificaciones trabajaba mi muerto, mi querido amigo.

En una de esas rotondas que, creo yo, con tan plausible intención tráfico nos ha llenado las avenidas de las grandes ciudades, como el niñato o no sabía para qué servían “estos redondeles de mierda, qué lío, tú”, o no leía, porque ya no podía, las claras señalizaciones para circular por ellas correctamente, embistió de forma traidora al coche de mi amigo. Tan sencillo, rápido y brutal como darle a toda velocidad en un lado trasero. Mi amigo y su coche salieron despedidos hacia adelante haciendo el trompo. El habilísimo volantista que debía ser el borracho asesino no supo esquivar a ése que pisaba huevos circundando la rotonda, asestándole el golpazo definitivo justo de pleno y en la misma puerta del conductor ya cuando el trompo se aquietó y mi amigo, imagino, estaría intentando enterarse de qué había pasado. Mi muerto murió en el acto, aplastado, destrozado. La tanqueta todoterreno, qué pena, joder, había sufrido unos desperfectos en los enormes y bruñidos parachoques delanteros y un faro roto. El criminal bajó de su trono rodante con una brechita de nada en la frente. Eso sí, él y su tropa, pasmados y tiesos sobre el asfalto, solos en la noche, con un destrozo de muerte ante ellos y por ellos, arrugados y apretujados unos contra otros, tal parecían de carnes transparentes de la tamaña pérdida de color sufrida.

Los datos de la policía apuntaron una velocidad altísima y un grado de alcoholemia fuera de toda medida, tanto en el agresor como en sus acompañantes. El cómplice, el paciente creador del monstruito, poco antes de recibir la llamada de los agentes en su bonito ático, andaba ya, también, medio borracho, pero al menos estaba encerrado y lo más que jodía era a su propio hígado.

Me reafirmo, debo divagar por otros derroteros. La máquina infartada se me acelera, me invade un cansancio preocupante y, encima, la viscerilla se me irrita pues su transmisión no consigue la respuesta deseada y habitual en su apéndice exterior. Quisiera dormir. Y que vuelvan a dormir a éste de mi lado, que desde que espabiló no hace más que lanzar quejidos.

Ya en el cementerio, los sepultureros dando paletazos al tapiaje del nicho, con el mirar doliendo y borroso, tragando ácidas y afiladas lágrimas y masticando rabia a rabiar, con un descuidado disimulo, por debajo del chaquetón, comencé a acariciar y palpar el cuerpo de mármol caliente de mi negraza a la que, como cantaba Patxi Andión, canela pura, canela pura le llovía a mi morena de su cintura....

Unas horas más tarde me trajeron a este hospital.


===oooOooo===



LUIS RAMÍREZ DE ARELLANO


(Versión revisada y acortada del cuento


parido en Octubre de 1996)


ENERO DE 2003


DESVENCIJADO - Luis Ramírez de Arellano







                               

miércoles, 14 de diciembre de 2011

VOLVIENDO DE NUEVO HACIA ATRÁS.

Fotografía de Abril de 2011
(Auténticos charcos formados por mi llanto, en ALATOZ. ¡QUÉ DE MIERDA TENÍA DENTRO, DIOS)

(Bueno, vale, que sí, que también ayudó la lluvia. -Pero... ¿ayudó o me acompañó?


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No es, mi internauta -o bloguera preferida- el que tengo reservado para ti, encantadadora ANA GENOVÉS.
(Inciso: No sé si te gustará que yo me dirija a ti por este medio cambiándote tu firma.)
Te lo explico: En este tema soy bastante nacionalista de LO ESPAÑOL: Veamos: ANA es un nombre precioso para cualquier hembra española. A lo sencillo y sin ánimo alguno de provocar, ¿que pinta una "n" más, y el garabato anglosajón e internauta de la "@"?
¿Me permites, Ana que yo te siga llamando "a mi manera"?

Bien, vamos a intentar transferir lo que quiero que quiso ser poesía y no sé en que quedó... ¡Ahí va!


                        Cita previa:

                         "Algunos matrimonios acaban bien, otros duran                toda  la vida"

(Estas citas me las prestan en el "El Aromas", el bar de mi esquina, en especial, el gestor, pero no tengo ni puñetera idea de quién fue su original inventor o paridor)
¿Vamos a lo pretendidamente serio?)


  

INTENTANDO HACER POESÍA





= NOSTALGÍA =
( Maldito el recuerdo)

Te recuerdo... ¡y no quiero!
¡Me duele tanto lo que el recuerdo me trae!
No quiero, repito... ¡Pero eras tan grande amor !
Recuerdo, ¡y cómo! el aspirar el aliento por tu boca espirado,
con mis besos, con los tuyos.

El azúcar de tus labios,
la sal de tu saliva.
Recuerdo tu mirar, mirándome,
tan de cerca, tan tu mirar en el mío,
¿gozando, demandando, dando?
A veces, sólo veía tu nuca, tu carnosa espina dorsal,
tus nalgas entregadas, pero...
siempre te volvía: necesitaba tus ojos, tu mirar,
¡tan intenso, tan embriagado y embriagador!
Recuerdo, ay, el calor interno de tus muslos,
apresando mis caderas.
No te vayas, me decías.
No podía irme.
Indefenso, vencido, agotado, exprimido...
feliz en mi modorra de amor.

Tanto recuerdo esas pequeñas muertes,
¡tan dichosas!
No parecía de este mundo ese morir,
muriendo en el fondo de tus ojos,
¡tan vivos, tan ansiosos, tan pedigüeños, tan generosos!
No quiero seguir recordando estos recuerdos,
¡te he amado tanto!

Admito, si es el caso, morir con estos recuerdos.
Bien,
que venga la muerte
si el paso lo he de dar
sintiendo la nostalgia del calor de tu cuerpo.
Y no es que lo pida,
sólo que mi vida
no tiene objeto ni meta sin el Amor,
y el Amor para mí, sólo y únicamente,
lo es, lo has sido tú,
mi preciosa y turbadora hembra
o sea, TU
lo quieras o no... Tú.





Luis Ramírez de Arellano
(En una tarde jodida del mes de Febrero de 2008)

DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano ( actual: Diciembre 2011)






  

martes, 13 de diciembre de 2011

¡¡PERDÓN!!

PIDO MIL VECES PERDÓN POR EL LÍO A MIS POCOS AMABLES VISITANTES POR MI ANALFABETISMO CON ESTO DE LAS TECNOLOGÍAS.
CREO QUE NACÍ DEMASIADO PRONTO PARA ASUMIR TODO ESTO CON NORMALIDAD.

Y LO PIDO PORQUE NO SÉ LO QUE A CADA UNO LE SALDRÁ. (Creo que la que mejor me ha cogido es mi visita favorita, Ana Genovés. Bien, sabes que te debo un cuento, que aunque antiguo, en esta ocasión te lo dedicaré especialmente a ti)


¡Xe, el que hace lo que puede.... Pues eso!

ENTREACTO CABREADO

Fotografía de Diciembre 2009
(¿De dónde va a ser: ¡de ALATOZ!)

(VOY A INSERTAR A CONTiNUACIÓN UN COMENTARIO DE ACTUALIDAD. -Ya seguiré con mis antiguallas, según mi promesa-)

He estado desplazado en mi esacape de ALATOZ, pero aun así, hasta aquel rincón tan pacífico, me ha escupido la televisión maldita  la cochina actualidad. Y me quebró, de manera especial, los más mínimos comentarios con respecto a la banda de asesinos que adquirió el nombre de ETA.
(Llevo varios chupitos; me marca el reloj las 20,20 horas; pensad  lo que queráis; yo, hoy, no puedo continuar. A ver si mañana, la jodida tecnología me deja continuar con lo hoy cortado). 
Hale, gente: ¡Hasta mañana!)

Vamos a seguir y salga lo que el Diablo quiera, porque creo que he armado un pifostio de padre y muy señor mío.

Pienso yo (que de vez en cuando lo hago, sí, esto de pensar; aunque procuro que no sea mucho ya que cada vez que el cerebro me funciona acabo, cuando lo cierro, de muy mala leche), que a qué viene tanto nombrar a esa gentuza de ETA por los medios, que si han dicho esto, que si ahora "¡EXIGEN¡" lo otro, que quieren aquello o lo de más allá.

Y eso que se les ha dicho varias veces, pero sus cerebros de corcho no llegan a entenderlo. Ellos sólo saben manejar armar, bombas lapa y ver nucas indefensas y desprevenida sobre las que disparar. A ver si yo lo entiendo bien.
Vosotros, gentuza de ETA, en nombre de la esencia de una determinada raza aria especial -que a fin de cuentas, como en toda España- o vino de los nortes o de los estes, piensan que son especiales, algo así como superiores y necesitan su patria independiente (sólo con esto, tan atrasados estan que todavía argumentan conceptos como "patría", etecé...).
No lo haré muy largo porque muchos cabreos se resuelven con el taco más gordo que sepas. Pero es que para vosotros no encuentro otro que descerebrados soñadores de una entelequia (y eso para los que, minimamente piensan, no para los pistoleros a sueldo). Veamos:
¿No os habéis enterado, por activa y por pasiva que vosotros no manteníais ninguna GUERRA con esta mi España que tanto odiáis? ¿No os habéis enterado que lo vuestro no más -y nada menos- que era un grupo -eso sí, muy bien organizado- de asesinos y encima cobardes por la forma de operar y matar de forma tan rastrera? ¿Qué cojones andáis pidiendo ahora porque, decís, ya no váis a matar? ¿Y las armas, dónde están? ¿Y el perdón público pedido  LAS VÍCTIMAS POR TANTOS AÑOS DE HORROR, SALVAJISMO Y MUERTES SIN SENTIDO? ¡¿PERO QUYE COJONES OS HABÉIS CREÍDO, PANDA DE CERDOS?! Vosotros no sois más que cualquier asesino común, por lo que tenéis que cumplir en su integridad las penas de cárcer que os impusieron (que por cierto, para muchos resultaron una burla para las víctimas, dado que ya van por vuestras calles y encima, para todos los imbéciles como vosotros, como héroes gudaris) .
No gentuza, no. Vosotros, como equiparables a cualquier vil asesino -aunque no iguaL, SOIS DE LO PEOR, DE LOS DE PREMEDITACIÓN Y ALEVOSÍA, de esos que la gente algo "tontita" como yo jamás llegaremos a comprender el fondo de vuestros motivos para causar tanto dolor en vuestro país y en España entera.
¿A qué cojones viene eso de exigir  beneficios penitenciarios para los presos etarras y acercamiento a vuestra tierra? ¡SI SOIS IGUAL -O PEOR, YA LO HE DICHO- QUE CUALQUIER ASESINO ENCERRADO, ¿QUÉ MIERDA ESTÁIS PIDIENDO?. No nos habéis hecho ningún favor con "dejar la acción armada". Sencillamente era algo que jamás debíais haber comenzado, ¿o es que creéis que merecéis algún premio por, simplemente, haberos sentido un momento "racionales"?
No, gentecita, no. Las penas con sangre de por medio las cumpliréis enteras. Ojo, y en la cárcel donde os haya tocado...
¡Tantas cosas os diría que me desbarataría! Una sola: Hubo una temporada de años en España que yo sólo lloraba con el telediario en cuanto daban noticias e imágenes de alguna terrible y cobarde acción vuestra. ¡Iros a la mierda, hombre y cumplid las penas impuestas con un valor que no conocéis pero del que presumís por vuestras matanzas salvajes!

A pesar de vosotros, grupo asqueroso, yo sigo queriendo como siempre a ese hermoso País Vasco y a los pocos o muchos vascos con los que en mi vida he tratado, comido, bebido y hasta cantado -aun reconociendo lo pésimo de mis tonos-
 

Vamos aintentar seguir por
 

sábado, 3 de diciembre de 2011

AUTOBIOGRAFÍA DOLOROSA

Fotografía de Febrero de 2009

Desde que inicié este blog, llevo como el peso de una falta dentro de mí: He escrito de muchas cosas, comentando actualidad, dando mi oponión... en fin, temas muy diversos hasta rozar temas personales biográficos (siempre con su debido maquillaje), y este hueco culpable es el dejado a un AMIGO, al tramo final de uno de los muertos que más vivo conservo en mi alma.

(Los relatos anteriores a éste -antiguos, como ya dije- sí que fueron publicados, aunque más valdría no se hubiera producido tal hecho; enfado más que alegría me produjo el verlos tal malamente tratados en "supuestas publicaciones literarias
Éste de hoy, no ha sido publicado; sí fue leído casi en su totalidad en una sesiones literiarias de muchísimo mérito para un pueblo tan pequeño en el que a veces me refugio (ALATOZ -La Manchuela - ALBACETE).

Es el relato auténtico y MUY VIVAMENTE SEGUIDO de la muerte de un ser muy querido aunque tuvo trallazos de esperanza, más deseada que real. De aquí el que fuera escrito "a trozos", en fechas no contínuas, según los acontecimientos nos iban asaetando el alma.

Se inician los escritos en Abril de 2003.
En sus troceados quejidos irán apareciendo las fechas... hasta la última.



RABIA, MUCHA RABIA.

Cuento, o lo que sea, con epílogo que hoy no sé.
Epílogo que tal vez escriba en su momento lleno de alcohol
de brindis alegres y sepultado bajo millones de risas
y pétalos de mil colores, o...
Desde abismos de negros crespones e infiernos crueles,
maldiciendo con más ira que ahora.
No sé, ni saberlo quiero.
Los dioses a quienes pregunto, ellos dirán.


                                     A mi amigo RAFAEL VILA.


                                               &&&&&&&&



R A B I A , M U C H A  R A B I A

Estábamos juntos como tantas veces antes, durante muchos años. Pero ese día tenía una impronta especial: A mi Amigo le iban a dar un diagnóstico médico definitivo. Salió de la consulta y vino hacia mí con el gesto contraído y un brillo intenso, muy intenso en los ojos. Me clavo su azul, gélido y brillante, muy brillante mirar en mis ojos, en los que yo me notaba el temor, el pavor de ver claro: “Me ha tocado, tengo un pequeño tumor cancerígeno en los pulmones, pero –siguió diciéndome y tanteando la broma- matón, pequeño pero matón”. Procuré disimular el impacto y la licuación que presionaba por reventar en mis lagrimales. Mientras, mirándolo y oyendo los detalles, como si sus presencia y sonido me fuesen ajenos, desconocidos, como si del paso de una intrascendente conversación al de una tremenda comunicación siguiente todo hubiese cambiado, como si mi Amigo fuese otro, un desconocido, alguien cuyas cosas duelen como duele la lectura de un periódico a un cotidiano y vacunado lector diario como yo, iba cargándome de la dosis ordinaria de ira hasta que, de repente, todo se me hizo real con infinita crueldad: El que me hablaba y miraba era mi Amigo, no un desconocido. Y me estaba diciendo que me podía, que cabía la posibilidad de que me dejara por un cáncer si no sé qué tratamiento no resultaba... Y ya mis neuronas, nervios, poros, fibras, tendones, carnes y almas, todo en mí se desembridó... Y todas las putas que en el mundo han sido, son y serán quedaron, quedan y quedarán cubiertas, ahogadas en mierda, en la fabulosa cantidad de mierda que mi rabia generó y dejó en proceso de fabricación para que mi pretendido y nunca conseguido desahogo se colmase algún día, si podía.


¡¿Cómo cojones, díganme, se rellenan estos tan abisales y negros vacíos del alma, me cago en todas las putas del universo?!


===ooo===


Tengo el alma de poeta.
Y ahora poeta quisiera parecer
(Parecer: a la vista física de los demás, ser)
Poeta para, con rabia esproncediana,
cantar mi desesperación.
Pero, ¿qué técnicas sé?
¿O es que poesía es técnica?
Quiero decirme, y convencerme: Tal vez lo fue.
Quiero creer, porque para mis intenciones sirve,
que poesía escrita es lamento o alegría del alma,
sentimiento.
Un intentar decir un sentir.
Y la técnica, la rima y el corsé
frenos al grito que se dice son.
¿Lo creo porque a mi agrafía se acomoda?
Tal vez. ¡Y qué!
¿Deben los lamentos del alma ser sinceros o bonitos?
¿Bonitos y sinceros? ¡Carísimo se me pone!
Cuando en hablando del mundo,
de esta puta vida,
te sinceras,
¡Ay, qué poco bonito suena!

==ooo==


58 años.
He despedido a un Hijo y a dos Amigos.
Otro Amigo me dice que podría irse, pronto.
¡¿Saben los dioses lo que es un Hijo,
lo que un Amigo es?!
¡¡Quiero conocer a un dios de esos!!
Le gusta al humano irse, moverse, despedirse.
¡No le gusta despedir, vivir la marcha de otros!
¡Joder, si es sencillo!
¡Qué dioses de mierda serán que esto no entienden!
Quiero conocer a un dios de esos.
Quiero que me explique, con él hablar
(Hablar entre dos: Comunicarse, decir, oir, asumir, contradecir,
razonar. No sumisión, no acatamiento servil. Que la razón se adentre
en lo inrazonable, que navegue por lo inasible,
que entienda y dé realidad a lo inentendible y a lo irreal)

===ooo===


Préstame, Espronceda, tu bomba.
Pero sólo la bomba. ¡Yo pondré su intención!
La dejaré, sí, caer mansa del cielo.
¡Pero yo elegiré los muertos!
Recorreré tu cementerio de muertos bien repleto.
¡Pero a unos pisaré y a otros besaré!
Mándame a tus queridas
sin chales en los pechos
y al aire el muslo bello
¡A ninguna reparos pondré!
Quiero agotar, encalmar mi rabia,
y nadando entre litros de semen hirviente,
lanzarla afuera.
¡Que el mundo sienta también mi dolor
por la salpicadura ardiente
de mi líquida y espesa alma!
Porque otro amigo se me puede ir, dejarme.
¡Y soy tan rico en Amigos,
tengo tan pocos!

¡¡Quiero, coño, conocer a un dios que me explique!!
Más: Que me apacigüe. Que, al menos, lo intente.
Me siento ahora así de egoista.
¡Y no lo lamento ni perdón pido!
El inmenso sufrimiento del mundo
no me afecta, ahora.
Es el mío, ahora, el insufrible,
el que mi alma abrasa.

¡Quiero, coño, conocer a un dios que me hable!
Porque, dioses, por vosotros: Piedad
¡Soy tan rico en amigos,
tengo tan pocos!

===oooOooo===

Alatoz, 25 Abril 2003
Luis Ramírez de Arellano


15 Septiembre 2003

= EPÍLOGO A “RABIA, MUCHA RABIA” =

(Ruego sea el primero y último)

No estoy lleno de alcohol por alegres brindis ni sepultado bajo millones de rosas y pétalos de mil colores.

Es mi infinita alegría de hoy solitaria y serena. Gozosa, tanto como los sentimientos más profundos se pueden gozar en soledad, esa soledad tan necesaria para pensar, revivir e intentar asimilar los sucesos fantásticos que tocan tu vida.

Tiempo habrá, y vendrá, de la celebración pagana y mundana de gritos, jolgorio y copas. Ya vendrá porque mi amigo Rafael, ¡se ha curado!. Le queda recuperar sus antiguas fuerzas. Mas los galenos insisten: “el cáncer ha desaparecido”.
De momento, me recojo en soledad para desperezarme, con infinitos sosiego y contento, zambullido en las cálidas aguas de una recobrada esperanza en la vida.




= ÉSTE TAN DOLOROSO DOLOR =
(Segundo y maldito epílogo a RABIA, MUCHA RABIA” de unas páginas atrás)






¡Qué dolor tan intenso!
¡Cómo duele el empuje de este designio ineludible!
Me duele el vacío del blanco de esta hoja.
La negra plenitud de la tinta, me duele.
Me duelen las yemas de los dedos apretando la pluma estilográfica.
¡Me duele la pluma!
La muñeca que se desliza; el brazo entero,
¡me duele!
Me duele el corazón, que bombea directo a la intención.
Me duele el desprecio a la razón en este grito; pura alma.
¡Es tan caliente, tan hirviendo está!
¡Qué dolor tan intenso!
¡Qué doloroso dolor!
Tengo que escribir del Amigo, enfermo de muerte... Y, ay
¡Cómo duele el empuje de este designio ineludible!




Nos equivocamos todos; nos “quisimos” equivocar. El malhadado mal escondido estaba. Tronaron las palabras y frases feas: Sistema linfático; agresivo; posible metástasis; páncreas y cerebro, mala cosa; nueva quimio; radio; quimio fortísima... ¡Qué tremendo dolor!
Uno, utópico incorregible, piensa que cuando a un humano, especie tan orgullosa de su condición, se le somete a un asqueroso proceso de degradación física, a una ultrajante humillación de su dignidad vertical, a un sufrimiento tan difícil de soportar, se le deberían adormecer o entontecer sus neuronas, anestesiar los centros nerviosos del cerebro que registran, procesan y traducen las sensaciones que músculos, huesos y cartílagos le remiten.


El Alzheimer llega a un punto en el que se torna caritativo para el trágicamente mordido por él: Todo se borra en el gris laberinto del cerebro; se acorchan las sensaciones; parece que todo se torna en mera reacción de instinto animal; bendito abandono del análisis racional. El cáncer no. El maldito cáncer es puta crueldad hasta los últimos instantes. Obliga a su víctima a vivirlo, a convivir con su purulencia. Manteniendo intactos los vericuetos gozadores y sufridores de la masa blanda de nuestro cráneo, hace que el dolor, físico y anímico, lo perciba el torturado tan espantosamente real que, buscando paz hasta en la incongruencia, no se admita como humano tan extenso y cruel dolor, tan sentido... ¡tan pensado! No se admite ni como humano, ni como justo, ni como merecido, ni como... Ni tan siquiera como interrogante.
Yo tenía un Amigo con una determinada apariencia, con un personal empuje,
con un mirar azul vivísimo hacia la vida, con una prestancia social, con una aproximación hacia la hiperactividad, con un tierno mal genio, con un gozoso secreto –conocido al amor de una amistad añeja caldeada con cervezas, humos y orujos-, con una decisión de hombría de bien en su vida, una muy determinante decisión... Yo tenía un amigo...entrañable. Gozaba yo de su vitalidad, de su fuerza, de su darse. Lloraba con él, entre colillas y lúdicos y lúcidos razonamientos, “etilizados” en su justo grado, de su secreto gozoso. Aplaudía su triunfo sobre la tentación, este tipo de tentación que lacera tanto si la vences como si en ella sucumbes. Maldecía con él ésa como penitencia con la que nacemos por causa de un pecado incomprensible: La obligación constante de elegir.


Pero a este Amigo lo hirió el cáncer.

¿Adónde fue, querido Rafael, tu humana presencia tan conocida por mí? ¿Qué fue de aquella tu imagen? ¿Dónde escondiste tu humor agrio, nada sutil? ¿Dónde, dime, anda ahora tu pecho abierto dispuesto siempre a derramar síes, entregas y favores? ¿Cómo, querido Amigo, soportas tamaña infamia sobre tu cuerpo? ¡¿Cómo coños aguantas la película que tu mente proyecta, crudelísimo retrato de tu degeneración, de tu tan doloroso dolor? ¿Era necesario, para morir, tu indigno proceso de pudrición, el tremendo sufrimiento de tu intelecto viviéndolo? ¡¡No!! No era necesario. Ni justo. Ni humano...

(No hay que preguntar –he aprendido ya- nada sobre este absurdo que es la vida. Menos aún sobre lo que, por y en ella, soportas y sufres... Hay que vivir despreciándola; es lo que procede)

A lo mejor, Amigo, me da un algo y muero yo antes que tú. No sé -¿lo sabe alguien? Debería- lo que tu jodido mal te permitirá ver, oir, sentir, vivir... ¡¿Vivir?! Hoy sólo sé que a aquel dolor egoista plasmado en páginas pasadas se le ha borrado ése que decía su egoismo. Yo no sólo me duele mi previsto dolor por el anuncio de tu marcha. Hoy me duele, como una llaga quemante, tu dolor. El verte doliente en extremo, cómo me duele. Hoy no es propio, mío, mi dolor; es tu dolor el que se instala en mis células... ¡Es verte, oirte, sentirte... y llorar cristales!

Pido a ese Dios de los dos, que va ya siendo bastante más tuyo que mío -¡tanta decepción, tantísimo dolor, son plomada en mansas aguas!- que no sea largo ése tu negro dolor. Que para bien o para mal, acabe de una vez. ¡Ya está bien! Tanta humana condena hacia la tortura del hombre para con el hombre, y ¡¿no es inmensa la tuya?! ¡¿Y quién te la aplica?! ¡¿Se complacen en ella dioses y diosecillos de aquellas mitologías de tan antiguos ancestros nuestros?! ¡¿Qué maldita corriente de aire, qué ventarrón desvía de su destino las humanas súplicas?!
¡Tanto me duele tu inmerecido dolor!
¿Qué hacer, al cara a cara verte, con mi dolor; cómo esconderlo?
¡Qué dolor tan intenso!
La bicha te consume, querido Amigo.
Te hunde, Rafael, todo el espectro del dolor.
Superaré tu muerte; indigna obligación de la condición humana. Pero,
¡no superaré tu dolor!
Y encima, amado Amigo, querido Rafael,
mi bicha dulce y amarga de hoy,
mi mal tremendo por unos pocos
no es sólo sentir el hachazo de su dolor, sino,
para más desdicha mía,
con palabras y frases me urge hacer tangible ese dolor
realizar ese dolor, hacerlo real en grafismo, y
abrazarlo y gozarlo;
sentir que la letra eleva,
aun con tremendo dolor,
éste tan intenso dolor,
ése tu tan doloroso dolor.


Luis Ramírez de Arellano
En Alatoz (La Manchuela-Albacete) en una maldita Semana
Santa, semana de pasión para un Amigo, del año 2004, en su                                                         mes de Abril.


= SE CUMPLE EL COLMO DE LA ABSURDA VIDA =
(Y ENCIMA, CON COCHINA CRUELDAD)
(Definitivo epílogo a RABIA, MUCHA RABIA. Y, aunque esperado, muy triste)

En la madrugada encalmada y de bochorno de un dia de tardía primavera, caluroso y muy luminoso, ha dado mi Amigo su última bocanada de sufrimiento.

Adiós, Rafael. Sólo por amor a ti, por respeto a tus sentires, cabría decirte, en lugar de ese pesimista “adiós”, un “hasta luego”, o “hasta pronto”... Yo, es que... ya sabes, cada vez sé menos de todo y de nada entiendo nada.

En fin, sea como tú lo quieres: Espérame con los chupitos bien fríos; el carajillo para ti; el mío solo... Seguiremos charrando. Y volveremos a fumar.

                                                                       Luis Ramírez de Arellano
                                                                      Valencia, 1 Junio 2004

(Reabilitado aquí con fecha 3 Diciembre 2011 por DESVENCIJADO)


 





















































































































































































viernes, 2 de diciembre de 2011

LAS TIJERITAS.

Voy a intentar "pegar" a continuación el texto del cuento "LAS TIJERITAS", que, con la tecnología de su parte, no le da la gana de salir. Allá vamos (Y conste que estoy preparado para la lapidación, aunque no toda la culpa sea mía, sino que me he lieado con una tía -la tecnología- de lo más rastrero y puñetero que se pueda encontar.



L A S   T I J E R I T A S =


La niña, dejémonos de cuentos, era mona; mejor: monísima. Y algo curtidita, es decir que iba a coger o ya los tenía o se los había dejado atrás los 30 añitos. Para el hombre maduro en la etapa de resistirse a entrar en lo de “viejo”, la niña estaba, sin lugar a dudas, en sazón. Y seguro, pensaba el hombre, cualquier bocadito en parte magra de su anatomía no dañaría ninguno de sus carísimos implantes dentales.

Era ella de piel de merengada espolvoreada de canela. O sea, de color de leche tostadita salpicada cariñosamente de pecas diminutas a veces espaciadas a veces formando constelación. Y ella quería lucirla. Se sabía de pigmento no vulgar –no mostraba las normales características de una pelirroja- y su presencia delataba un ser consciente de andar por la vida rompiendo miradas masculinas y provocando cochinos cotorreo y envidia femeninos. Un cuerpo serrano, vaya que sí. Más que serrano –jamón normalito-, más; como tirando hacia lo que se cría por allá por el arco suroccidental de nuestra España, casi puro bellota.

El vestidito que la cubría en parte –no entendía el hombre maduro ni sabía distinguir entre que si seda, algodón, hilo y demás; tejido borde, en todo caso, dictaminó el maduro- colgaba de su cuerpo con esa holgura enamorada que modela y acaricia y dibuja con suave abrazo las zonas de ese amor que lo convierten en locura, en pasión, en deseo. Pendía el vestidito hasta los tobillos, sí, encaramados éstos sobre algo parecido a unas sandalias de fantasía de añoranza romana –de la Roma antigua, la del inmenso imperio-, coloreadas sus tiras como con purpurina dorada, y alzadas por los bastantes centímetros de unos tacones como estiletes. Pero ¿y por arriba? ¡Ah, por arriba! Cada vez que iba y venía perseguida por la penosa e impotente mirada del maduro, el hombre se atragantaba trasegando una saliba espesa, reseca: Escote en pico de dadivoso ángulo –canal de entretetas diáfano como mar Rojo después de la famosa orden de Moisés- con el vértice queriendo hincarse en el ombligo. Por la espalda trazaba una prodigiosa “U” con los cabos de entrada al golfo de su dibujo más unidos que las orillas de la amplia y cálida dársena. Se presentían, casi se veían las delicadas curvas convexas que unen costados con caderas, vamos, los mullidos hundidos tallados en la cintura para albergar manos de contrario enamorado o enfebrecido. La muy abierta curva sobre la que descansaba esta lujuriosa U, por un milagro de retoque de costurera, tan sólo aireaba el cachondo hoyuelo que marca en su centro el final de la espalda y el inicio del tajo generoso que regala dos jugosas sandías en lugar de una, y cada sandía, por mor del capricho adiposo del vestidito, mostrándose alta, altanera, agresiva y –si mi viejo sentido del buen otear féminas sigue sin flaquear, pensaba el hombre- prieta, muy prieta.Y todo él –el vestidito- contrariando sus propias ganas de caer, de deslizarse entero por el cuerpo de la moza hasta rendirse a sus pies, sujeto en ésta su intención por dos tirantitos de nada, dos hilillos dorados que remontando sus hombros unían los dos altos picos del escote delantero con los cabos de la U de la espalda. El vestidito, de candoroso azul plomo tirando a purísima –no veas- con lluvia de diminutas, apenas visibles, estrellitas de oro, se abrazaba a sus nalgas sin marcar bordes o costuras de braga: Tanga, sentenció el hombre maduro, ¡qué genial invento!.

Y la niña para arriba y la niña para abajo. No sabía el hombre en cuál, pero en uno de los primeros bancos de la iglesia debía haber situado ella su lugar de referencia, porque lo que es sentarse con las ganas se quedó la madera de sentir la calorina de su culo. Y el cura largaba ya la homilía con especial dedicación a los novios. Y la niña para arriba. “Y ahora, recemos”, decía el revestido instruyendo con imperativa elegancia a los asistentes al bodorrio para que se levantaran, coño, que ahora hay que levantarse. Y la niña para abajo. Y el hombre maduro que por educación de crianza –o sea, por edad-, aunque años ha había abandonado eso de la práctica, sí que sabía de misas –posiblemente el único en el abarrotado templo, él, su santa de siglos y algunos más de similar quinta-, se despistaba, porque andando por entre el murmullo de 999 moscardones (perdón por la cifra, pero es que todos ponen 1.000), con ese garboso y dasafiante ir y venir, la niña del vestidito a ver quién era el tontarras que miraba y escuchaba al cura y menos aún ojeaba el negro espaldar del novio o el precioso, chica, precioso velo de la novia que se desmayaba, formando su geometría, sobre los tres escalones bajando hacia el pasillo central.

Al hombre maduro le pareció que la frase final del oficiante, el “podéis ir en paz”, la soltó con soniquete de doble intención. No lo aseguraría, no, pero... ese tono y esa forma de extender los brazos y abrir las palmas....En fin. Entonces retumbaron en el templo, aun por encima del guirigay, las alegres notas de La Primavera de Vivaldi. Y la niña monísima del vestidito debió pensar que ése era, en la ceremonia, su gran momento: Arrancó desde casi la costurilla del precioso, chica, precioso velo de la novia y, más que encaminarse al ritmo jacarandoso de la música hacia la salida, arremetió contra el pasillo central. A lo mejor, pensó el hombre –buenazo en el fondo-, era primera dama de honor de la novia o, ya con meditación prosaica, pensó seguidamente que además de tenerse muy pateados los laterales con su público, ésta era una oportunidad que no podía desaprovechar. Luego, en la cena, el palmito tiene ya otra ciencia para lucirlo. Pasó tan cerca del hombre, situado él en la esquina de un banco anclado por la mitad de la nave, que éste sintió la sacudida del temblor de su teta derecha, libre de sujeciones por supuesto; igual que la izquierda, claro.

oooOooo

Sabía yo que iba a causar sensación. Estragos. Elegí bien el vestido. Ah, y este peinado despeinado, y este tenue maquillaje. Jo, todos me miran. Luzco guay de verdad.

Pero, qué chusco, hay poca gente joven, bueno, pocos tíos solos. Ay, no sé qué bichito me corre por la sangre, no puedo estarme quieta. Voy a salir, le diré a Fulano... Y al entrar otra vez....seguro, jo, cómo debe verse mi espalda, demasié. Y el tío ese viejo no me quita ojo. Pobre, con ésa a su lado; su mujer pienso que será; y lo estoy poniendo a cien. Mientras no le dé un paralís. Yo ya me vi chipén en casa, pero debo de estar....¿Y las viejas y las tías, cómo me miran? Amigas, sí, muy amigas, pero rabian. Anda y que les den por donde no quepa. La que tenga que lo luzca y la que no, pues eso, morcilla malagueña. Huy, voy a salir otra vez. ¿Cuándo acabará el pesado de este cura?. Mira, mira qué manera de aplicarme rayos X el viejo. Y es que no sé qué tengo, pero me estoy pidiendo una marcha caribeña que ni una mulata culona marcándose un bailongo afrocubano. He acertado, este vestido es para ir así: ni sujetador ni bragas, sólo el tanga. Olé mis teticas, tan tiesas y pizpiretas ellas. Bah, ni 30 ni nada: suerte y currelo de gimnasio. Ese viejo no podría pellizcarme el culo, así, bien duro y alto, para tronchar esquinas. ¿Qué, te encandilo, viejito? ¡Pues toma andares guasones! Agarra para la vista ya que te pasó el tiempo de la palpa. ¿Y estos jovenzuelos, se creerán los criajos que matan con esas miradas? No veas tú el chalado del último que me quiso querer, bobito mío lo que te perdiste por matón y chulo, pura ternera argentina a la brasa y cariñito español del bueno, del de sin corpiño, desatado. Pero eras tan imbécil, majo. Y los que veo por aquí que me parece van sin pareja, atufan a cortos de talla. El viejo, ese viejo que ya me ha desnudado veinte veces, mira tú, me da que sí, ése daría la talla. Tiene unas canas de despeine y unas arrugas de planchar, pero.... ¿cómo morder sin dientes? Demasiadas calorías para su colesterol. Da rabia que el mundo no se acople a su mejor acomodo en lugar de ensamblarse como piezas prefabricadas. ¡Huy, qué picores! Voy a salir otra vez. ¡Disimula un poco, caray, viejito, mírame de vez en cuando la carita, que tampoco está mal, hombre!

ooo0ooo
                                          
La cena había sido a la última y normal en su desarrollo. Es decir: amplia zona al aire libre con mesas redondas para entre diez y doce tragones y criticones, o sea, invitados. Todo el espacio abrigado por verde, mucho verde iluminado con la disposición de focos más efectista. Césped, humedecida alfombra de césped, pinos, muchos pinos y macetones a sus raíces o desperdigados como con descuido y reventando de geranios de todos los colores y margaritas, éstas todas blancas, eso sí.La piscina, también iluminada con luces submarinas, dando ilusorio alivio al calor de la noche de Agosto.

Antes de aposentarse en las mesas, al mogollón ante el expositor acorchado con folios sujetos con chinchetas para ver dónde habían situado a cada cual. “A ver si nos fastidian como en la última, cariño, y nos endilgan en la mesa a tus primos”. “¡La 9, tú, macho, estamos en la 9! “¿Y dónde coño está la 9?” “Espera, tío, que primero va el aperitivo de pie”. “Ah”. “¡Mira, ya salen con las bandejas!” A unos camareros les cortan el paso a lo seco, con sonrisa o sin ella. A otros se les persigue en bandada. Desde las copas de los pinos tal parece una masa de estorninos con blando abombarse y estrecharse en pos de la liebre de chaquetilla blanca portadora de vasos de cerveza –casi siempre caliente-, coca-colas, güisquis, vino.... “Oiga, ¿no lleva jerez?” “No, señor, ¿si quiere un jugo de tomate?” “Oye, tú, que por allá sale otro con croquetas y calamares y aún no los he probado”. “Pero si te has hinchado a canapés y frivolidades saladas”. “¡Mira, joer, ya lo han cazado!” Luego, ya aculados en las sillas forradas de cretona acoplada con grandes lazadas, el follón de 300 vasos y unos 100 cubiertos. Los panecillos justos, pero ¿cuál es el tuyo, el de la derecha o el de la izquierda? A leer el menú. “¿Qué será ésto, oye?” “Ah, no sé, algo de carne si va de segundo”. Entre plato y plato unas sonrisas con los asignados a tu mesa, 20 ó 30 chorraditas, la escuchita a la pareja con la calificación obtenida por el plato anterior y la esperanza de que el tinto sea mejor que el blanco; sacar alguna pinocha de los vasos y, cuando este entrenimiento se agota, un sueñecito mientras llega el siguiente, porque de sorbete de limón no se repite y no puede uno engañar la espera dándole traguitos al blanco, algo dulce y con aguja, leche, que se sube sin darte cuenta.

Ya pasada la indestructible horterada del “¡vivan los novios¡” “¡vivan los padrinos!” “¡que se besen, que se besen, que se besen!”; cumplidos los trámites del tachán-tachán nupcial de la irrupción de la gran tarta de boda, los espadazos a dos manos –la del novio guiando a la de la novia- para partir los 7 pisos de mejunje dulzón de merengue, bizcocho borracho y fina capa de chocolate, los torpones pasos de los ya contraídos en el vals de apertura del baile y los más académicos y castizos de los padrinos junto con las cinco o seis parejas carrozonas que se suman a los novios y padrinos para danzar al son de lo suyo (el hombre maduro, con su santa de siglos, no perdonaba en ninguna boda este vals telonero del ruido rey posterior y las pachangas de las canciones del verano y ritmos caribeños en boga. Ah, con el vals sí, gozaba y hasta intentaba lucirse hasta hacer trastabillear y marear a su señora esposa, ay, por Dios, tanta vuelta, para ya, hale, vamos a sentarnos), digo, decía, pasado todo este habitual y cansino protocolo, la barra libre ya estaba abierta (barra libre: postrer invento de unos años acá de los espabilados de la restauración en el negoción de festejos de bodas) Muchos maduritos brincaban como sabían y podían –pero, oiga, para filmarlos- con la música atronadora de calientes notas nacida por los mundos de más abajo del Ecuador, tronchadora de caderas añosas y castigadora de artrosis, deschaquetados ellos y desenchaladas ellas, con cubata en una mano y un rubio light en la otra ellas, con el puro obsequiado por el padrino en la boca ellos y un coñac, un güisqui, un ron en vaso de tubo o algo así en una mano y la otra, alocada, dibujando tonterías sin fin entre el humo y el follón. Nuestro hombre maduro, aparte de tener que haber restringido drásticamente su hábito de fumar, maldita sea la mierda esta de cumplir años quieras o no, jamás se fumaba el habano o el canario del padrino; tenía una colección enorme en casa de cigarros de bodas –ya secos, deshaciéndose, infumables muchos de ellos- porque sostenía que eran los puros que más caros le salían, sin ser fumador de puros, y merecían conservarse y no hacerlos humo, hala, enseguida y así porque así.

Salvo en los escasos minutos en que, durante la cena, había dedicado su atención a las viandas, en cada sorbito al vino, que le permitía alzar la vista, y en los largos entreactos de entreplatos, el hombre maduro, como despistando, no había perdido ojo al ajetreo paseante de la niña monísima del vestidito y a sus escotes, frontal y dorsal, brillantes de luna y farolas. Tan pronto emergía la niña, erecta como un junco bellamente esculpido, allá por el otro extremo del sembrado de mesas, risas y cabezas, como le daba un susto de infarto al encararle los imanes de sus hermosas nalgas al conversar inclinada y de espaldas a él con alguien de una mesa cercana –alguien bienaventurado, pensaba el hombre maduro, que estaría visionando la soltura maravillosa de sus pequeñas y amorosas tetas.

Con el despacho a mano suelta de la barra libre y los decibelios perforando tapones de cera auditivos hasta ponerte lo gris cerebral a revoluciones de chachachá, salsa, cumbia, samba, rumba, etecé, la pista, oliendo a sudores mezclados con 359 colonias y esencias, a alcoholes con campanillas de cubitos de hielo y a tabacos rubios y negros, parecía una masa de epilépticos en lo fuerte de la crisis. El hombre maduro pensaba, animado y ya con cachondeo etílico en el cuerpo, que él y otros como él y su santa de siglos, movían el esqueleto, pero las jovencitas, las niñas monísimas de pícaros vestiditos, movían la carne, sus carnes de textura de flan muy cuajado; y los jovencitos....¿había allí jovencitos? Era lo bueno de estos bailes de ahora: A tu pareja, si te da, ni la ves ni la miras. Y de entre toda la piel morena que allí se agitaba, sobresalía con destellos la epidermis de leche tostadita de los brazos de la niña, anguilas danzarinas, sus hombros algo perlados por gotitas de sudor, sus caderas de goma, sus pechos calientamiradas, que si me voy a salir pero no me salgo, y, cagüen, lo extraordinario de la sujeción de toda la casi casta funda textil de cuerpo tan delicioso por dos insignificantes y delgadísimas tirillas doradas, una a cada lado de su cuello de víctima de vampiro.

En medio del fenomenal barullo se acercaron al hombre maduro y a su santa de siglos, los padres del novio, él con puro y copa en una mano y la otra escondida en el bolsillo del pantalón, ella con un gintonic agarrado con las dos y toda la cara un contento, una risa, una juerga. Pararon los cuatro sus movimientos y a grito pelado, aunque apenas se oían, intentaron hablarse unos momentos: “Todo fenomenal” “¿De verdad; habéis estado bien; cómo lo pasáis?” “De verdad, oid, estupendo todo. Y ella está guapísima”. “Oye, el traje precioso, eh”. Y en eso el último trago que le llega al cerebro al hombre maduro y entra en la bromita haciéndole mención a la madre del novio de la niña, de la perla preciosa que iba danzando por allí, sola. “Bueno, chicos, no os vayáis aún, divertíos; nos vemos luego”. Y hala, a seguir castigando los huesos, dejarse machacar los tímpanos, fumar de más y pedir otra copa, que sí, mujer, que estoy bien para conducir, que no te preocupes.

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Por la autovía, ya de vuelta a casa a las tantas, a setenta por hora, aguzando la vista para distinguir a tiempo los chalecos reflectantes de la guardia civil, si me hacen soplar la fastidiamos, y con la santa de siglos dando cabezadas a su lado, el hombre maduro iba castigándose duramente: Malditas bodas, maldita barra libre, malditas copas. Siempre tengo que cagarla con alguna memez de viejo atolondrado. ¿Y esta tonta del bote coge una broma de nada y la mete, también? Debía nadar en más copas que yo.

Claro que ella celebraba que, por fin, había casado al chico. Y recuerda el hombre maduro, agarrado con rabia al volante, cómo, entre la bruma y el estruendo, se le vino encima la madre del novio arrastrando de una mano a la niña monísima del vestidito, se le plantó delante y....¡toma ya! “Mira, Nina -¡yyyyy, pensó él, casi ‘Niña’!- éste es Madurito, un amigo de toda la vida. Me ha dicho que estabas muy guapa. Anda, Madu, aquí la tienes, es Nina, amiga de mi hija”. Y cómo la niña monísima le acercó mucho sus mejillas para hacerse oir, cómo se tambaleó con su aroma: “Encantada. Y gracias”. Y el alcohol puñetero que lo obnubiló: “No, mujer, es verdad, estás preciosa, eres preciosa; sólo quisiera tener unas tijeritas para cortar esos tirantitos”. Risitas de la niña, un mimoso gesto de susto y su huída dejando la estela de sus nalgas saltarinas más montaraces que nunca. La voz de la santa de siglos: “¡Chico, por favor, qué dices. Huy, no bebas más!”. Y el tortazo inmediato del pequeñó rincón de conciencia todavía sin intoxicar: “¡Ya está, la gansada, el ridículo. La he cagado!”.

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En la pista de baile sólo quedaban los grupos de jóvenes. Pasaba de las cinco de la madrugada. La niña monísima del vestidito contaba a unas amigas lo que le había dicho el hombre maduro, toda ella movida por aspavientos y risas.

- ¿Qué os parece el baboso viejo verde?

- Es que, Nina, pobre hombre. ¿Tú sabes cómo vas?

- ¡Pues monísima, guapa; voy monísima!


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