domingo, 29 de julio de 2012

EL VIEJO Y LA PUTITA.



Fotografía de Noviembre de 2004




 EL VIEJO Y LA PUTITA (cuento)

Don Juan Rioseco Pedregoso, era un hombre de 80 y algún año más -no recuerdo con exactitud-.

Delgado y fibroso, paseaba su persona por las calles de la ciudad todos los días, en un muy tempranero caminar callejero, portando en su mano derecha, recogido sobre el pecho, un libro, y la otra mano dejándola ir hacia adelante y hacia atrás, con un rítmico bamboleo. Esto sí, siempre con mirar altanero y nada dubitativo. Sólo se imponía una restricción que, dado el mundo como está, no siempre podía cumplir: No quería parar sus andares y volver su esqueleto para dirigir el análisis de su vista -todavía sana- a la trasera de alguna hermosa mujer que había alborotado su tranquilo mirar, y, lo peor,  su VER, de frente. Reanudaba sus pasos razonándose: "¡Tanto me da, que piensen lo que quieran, coño...esa mujer era olímpica!"

Muy tieso él, siempre andaba con traje de chaqueta. Lo único que se había autoconsentido era el prescindir de la asfixiante corbata (sus hijos -cinco, nada menos-), cuando él accedía, le regalaban camisas para llevar sin casar el más alto botón con su par ojal.

(Apuntemos ya: lo de sus hijos, hasta a él mismo, no es que le maltratará el ánimo, pero, aunque se le fuera acabando su tiempo, en algún momento debería dedicar lo menos un día -la cosa no era para menos- a analizar los porqués que lo habían traído hasta hoy, entre las féminas y varones de su prole, a no llevarse lo que el entendía "BIEN"  con ninguno de ellos. Tenía su guasa el asunto. El problema base, entendía Juan era -como casi todo en la vida-, la educación. Él y su fallecida esposa -desaparecida ya iba para diez años- habían intentando inculcar a todos sus hijos su educación, la que ellos habían recibido de pequeños, adolescentes, jóvenes y sus primeros vuelos ya casi adultos. Juan, que durante sus últimos años de trabajo había sido director de un bastante grande Instituto de Enseñanza Media, -después de muchos años de maestro en él  -en el que también ejercía su mujer como profesora de Lengua y Literatura -poseía la licenciatura de Filología Hispánica-, había ido observando cómo sus hijos se iban sumando a los usos y costumbres de la "ganadería" de la que, "decían" él era el director. Y esos dichosos "usos y costumbres" los defendían, casi siempre, con malos modos, de todo menos con el uso de la palabra proveniente de la razón y procesar lo poco o mucho de sabiduría que los maestros dejaban caer sobre sus testas esperando un calado en sus cerebros del tipo "riego por goteo". No. En muchas ocasiones, recordaba Juan, cambió impresiones con los alumnos de los últimos cursos -que le costaba Dios y ayuda que no terminaran en un alboroto tremendo con la expresión y palabra dominantes, casi gritos, de "... estamos en un país libre y Libertad". Organizó una conferencia, eligiendo él a los alumnos para asistir que él veía más reacios a escuchar, permitir y asumir razones que, principalmente, "molestaban" su forma de vivir y convivir. Desde la etimología del vocablo hasta su última acepción, Juan se exprimió cerebro y cuerpo por meter en aquellas casi nacientes molleras lo que era y en qué consistía eso, LA LIBERTAD. Ese día llegó a casa con la más enorme sensación de fracaso que había tenido en su vida.

Eso veía básicamente en sus cinco hijos. Él, el anciano padre, según ellos, tenía limitadas ciertas actitudes por razón de su edad -eso de volverse a mirar a una guapa mujer, por ejemplo, no iba con la supuesta honorabilidad de su edad-. Y muchas más cosas. Ellos, todos, por razón de la llamada "Libertad de expresión" reían a todo tren en las comidas familiares con cualquier chascarrillo o sucedido real, adornada su exposición con el tono que se consideraba oportuno -para ellos-, desde una leve picardía a la más soez expresión o peor palabreja tintadas desde el verde claro al rojo explosivo.
De su comportamiento y atención hacia él, ni atender este punto quería. Ni los veía ni escuchaba sus voces al teléfono salvo -cómo no- cuando necesitaban algo que requería su ayuda -de aquella época suya de hasta ya casado, ir, como mínimo, una vez a la semana, a ver -¡SOLO VER! a sus padres-, a la hora actual, "¡!puaf!". Quizás -se reconvenía Juan, no tengo ni la gracia ni el más mínimo tirón. ¿Por qué no? Tal vez toda la culpa residiese en él, en su seriedad y su manía por las formas y la rectitud. En fin...).

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Terminaba su largo paseo matutino, nuestro querido Juan del que hablamos, después de haberse tomado un "cortado" en la cafetería cercana, entrando en el jardín botánico.

(Lo que nunca pudo tragar -republicano, anticlerical y, en definitiva, "rojo pacífico"-,  es que tuviera que pagar por entrar en el precioso vergel de todo tipo de árboles y plantas creado y sostenido por la municipalidad -le importaba, respecto a este tema no uno, sino un par de huevos quién "reinase" en La Casa del Pueblo, "se decía para él, sin sonido. "¡Cojones y recojones, esto se paga con mis impuestos, ¡¡¿por qué coños tengo que pagar para entrar, estar un rato y disfrutar de este vergel!" -Juan, en sus adentros, era muy, pero que muy mal hablado, pero su función en el Instituto, y más como Director, lo habían convertido, al estilo suramericano, en suavón-).

Don Juan Rioseco, primero que nada, paseaba por las avenidas tan tupidas que apenas entraba la luz del astro Sol. Gozaba de qué manera de ese frescor que le regalaba la multitud de especies de árboles y arbustos -cada uno con su letrero identificativo- que en ese amplio espacio estaban al cuidado, ojo, de un jardinero experto y mayor -allí no podía trabajar, al tanto de la exquisita  flora, cualquier jardinero sin la debida formación-.

Mi personaje, Don Juan Rioseco Pedregoso, llegaba, por fin, a SU glorieta.  Un reducido espacio, perfectamente cuadrado cercado por setos de baja altura, defendido por árboles majestuosos y dos bancos de madera y hierro, pero de diseño de un moribundo novecientos, con una sola entrada -la glorieta-. Parecía como si hubiesen intentado esconderla bien y crear una gran paz arbolada y hurtarla, por lo difícil de su hallazgo y entrada, de las  hordas de "tiernos", jubilosos y "folloneros" críos que en manada guiaba e intentaba aquietar un profesional de la enseñanza, maestro o maestra (recuerdos, Ministra), con la vocación más que suficiente por su profesión y conseguir que alguna de las bestezuelas a su cargo -en la educación escolar- consiguiera tragar, sin que se diera cuenta, algo de ciencia botánica.
La verdad, Juan escuchaba el follón, pero casi nunca invadían SU glorieta.

Controlada y comprobada la paz con la melodía de fondo de miles de pájaros, Don Juan Rioseco, se acomodaba. Dedicaba unos cinco minutos a otear los retazos de azul y su claridad mediterránea que las copas de los árboles, tremendos, y su feraz ramaje dejaban colar, y, acto seguido abría su libro por la señal dejada en la última lectura. Caía pronto en un baño de letras y frases... Siempre había sido un enamorado de la lectura...

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Un día, leía y paró. Levantó la vista para meditar o saborear, quizás volver sobre ella, una bella frase que el escritor había conseguido o acertado plenamente (¡es tan hermosa nuestra lengua!, andaba pensando Juan).
Al bajar la vista para introducirse de nuevo en la lectura, con un pequeño sobresalto -acostumbrado a su soledad-,  notó una presencia tangible sentada a su lado...
Lo primero que sacudió a Juan: "!Que cosita de mujer más bonita!" Ella, una jovencita con signos de madurez demasiado temprana, lo miraba con una sonrisa encantadora. Juan señaló la hoja y cerró el libro.
 - ¡Hola! l -dijo Juan con el mejor gesto que pudo poner; y prosiguió: -¿Qué haces aquí, tan sola, a estas horas?
 - Estaba muy cansada. Siempre descanso por aquí, pero este lugar tan tranquilo no lo conocía. Se está muy bien.
 - Pero... no sé, ¿y el colegio, o trabajo, o... yo qué sé?
Juan recibió como un trancazo. La jovencita se separó un poco de él como para que su andanada lo abarcase por completo.
  -Oye, abuelo, de discursitos ni medio. ¡No te jode, el viejo! ¡Con lo a gusto que estaba...! - Hizo ella ademán de levantarse para irse.

En principio fue como una ira controlada que aprendió a manejar en sus años de maestro. En seguida fue un atractivo paternal rociado con perfumes machos, todo mezclado, lo que impulsó a Juan a agarrar por la muñeca a la chiquilla y, como notando un rebrotar de sus antiguos bríos, la obligó a sentarse de nuevo y se le encaró:

  - ¡Siéntate y escucha! Si vuelves a hablarme así, de medio guantazo vas a parar a la tierra que cierran los setos y te quedas allí un buen rato, seca y sin circulación hasta que por tus pinrreles te suba algo de sapiencia de la pura tierra que, encima, está abonada! ¡¡Lo tienes claro!! -la soltó- Ahora -continuó Juan- puedes irte o quedarte, estar calladita o hablar conmigo, de forma educada y normal, todo el tiempo que quieras.

Juan empezó a ver en el rostro de la criatura cómo iban asomando destellos de malicia, gestos y sonrisitas que tenía, todo, olvidado. Así, a bote pronto, va y la jovencita, ya con una muy franca y abierta picardía, le espeta:

  - Oye, oye, oye... a ti lo que te pasa es que te has puesto cachondo, ¿eh, a que sí? Es que hoy llevo el suéter preferido de mis teticas. Mira, con 30 euros, te hago un arreglito que te vas a quedar como en la gloria. ¿Qué ta parece? -En tanto, Violeta -que así se llamaba la lanzada jovencita- , ya había depositado una de sus manos en la parte alta del muslo de Juan.

Juan, no es que perdió sino que repudió sus formalidades y acudió a las formas y lenguajes del patio de Instituto en el que ejerció y del que más tarde fue Director. De un fuerte manotazo apartó la mano de Violeta y explotó de forma inusual en él.

  - ¡¡Pero tú eres una gran puta, chiquilla, una enorme puta con pinta de putita!!
   - ¡Eh, sin insultar, viejo! -soltó Violeta.
   - ¡¿Que no insulte yo, so puta más que puta?!. Primero: Podríamos reconducir el tema si empiezas a tratarme de Vd. y me pides perdón. Luego, pensaré yo si te lo pido a ti.¿Pero qué coño te pasa, ir ofreciendo masturbaciones por ahí a viejos como yo?

   A Violeta le asomó una pátina acuosa en ambos ojos. Se levantó ágil para escapar de las manos de Juan y comenzó la huida. Antes de salir de la glorieta se volvió hacia Juan, que permanecía tieso en el banco viéndola marchar, y le gritó, ya con lágrimas auténticas:

  -¡¡Tengo que vivir, imbécil; y comer!! Y por suerte no todos los tipos son tan santurrones gilipollas como USTED. ¡A tomar por el culo, abuelo!


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Don Juan Rioseco, anduvo varios días con sus adentros alterados. Lo perturbaba la hermosa presencia, la guapeza, la estampa y sobre todo los muy bonitos ojos, algo achinados, de Violeta.

Lo encorajinaba de forma tremenda, por otro lado, que la vida hubiera lanzado u obligado a esta casi naciente flor tan hermosa a la vida que llevaba.

Se castigaba con tremendas sacudidas de cabeza cuando, por mucha fuerza de voluntad que ponía, el puro y fiero sexo, ya olvidado casi por completo, le sacudía las ingles con el recuerdo de Violeta.

Pero no cambió sus costumbres. Su paseo, su cortado, su glorieta y su lectura. Sólo que ahora levantaba la vista del libro más de lo normal y miraba con una rara avidez, que hasta a él mismo asustaba, a su lado, hacía el otro único banco de la glorieta, a todo el resto del terroso espacio, ¡cruelmente vacío! Días había en los que a mitad de su tiempo normal, cerraba libro y ojos. Aunque no dormía, soñaba con apariciones milagrosas.

Al cabo de poco más de una semana y media, aun sin levantar la vista de su lectura, Juan sintió muy clara y en su alma la presencia milagrosa, y cercana. Como gozando a lo sibarita, disfrutando de ese tiempo forzado que retrasa el dulce golpe del goce, cerró con una parsimonia exasperante el libro; miró con total lentitud a su lado y, por fin, al banco de enfrente, quizás a unos cinco metros de él, tan reducida era la glorieta. ¡Allí estaba Violeta!, mirándolo fijamente, con el suéter "de sus teticas" y una corta falda más bien estrecha y ajustada pero que no alcanzaba el don de "minifalda".

Juan notó una sacudida mientras le devolvía la sonrisa. Sintió un temblor imperceptible que quizás no más sacudió a su corazón, su cerebro y a su sexo, por este orden. ¡Qué bonita estaba esa chiquilla! ¡Pero era eso: una chiquilla! Puede que con la edad de alguna de sus nietas. Aunque se consideraba hombre "de religión", también se sabía totalmente ateo para toda cuestión de reglas estúpidas e incomprensibles, sobre todas, las católicas. ¡Pero, leches, monologaba para él mismo: ¡¡Es que notaba encabritarse aquella tan olvidada virilidad, rediez!! Se arreó una buena palmada en su mejilla derecha con el ánimo de hacer salir de sí todo incómodo resquemor y quedar totalmente libre ante "el momento", ante la realidad.

Al fin, habló a Violeta, extendiendo su mano derecha abierta hacia ella:

  -¡Hola, mujer! Me alegro mucho de verte. Anda, ven aquí, a mi lado; a mí me cuesta más llegar hasta el tuyo.

Violeta, con la gracia criminal que caracteriza a estas ninfas aventajadas, llegó hasta Juan y se aposentó a su lado.

Mirándose y sin hablar, estuvieron un corto espacio de tiempo. Habló primero Violeta:

  - Es que, mire, me fui mal el otro día y quería volver a verlo para pedirle...
  - Vale, para, chiquilla. No hace falta que sigas. Yo también me fui con un regusto ácido...
   - ¡Ay, es que habla usted de una forma; diga que también se fue mal, y ya está!
     - Sí, Violeta, bastante mal me fui. El hablar es que sale espontáneo. Trabajé muchos años tocando el leng..., perdón, cuidando la forma de hablar. Mira, los dos no nos comportamos debidamente, cada uno con sus razones, su forma de ser y su tratar con la vida...
  - ¿Ve? Ya estamos: ¿qué tengo yo que tratar con la vida? La vida manda y me trata como le da la real gana.

Juan no contestó. Se dedicó a mirar sus bonitos ojos sonriéndole...

  - ¡Eh, oiga, pero nada de lástimas ni compasiones! Me defiendo bien yo solita. Lo que no podrá negarme es que la vida es bastante cabrona.
  - Pues sí, así es Violeta. No te lo puedo negar. A ti te ha tocado un mal bocado.
  - ¡Ya estamos! -volvió a exclamar Violeta- ¿Pero es que no puede hablar en cristiano?.

Por cambiar el tema, Juan le preguntó que cómo le iba el día.
  - Hoy chungo, "dita" sea; sí señor, chungo.
  - ¿Has desayunado?
  - Bah. A las seis y media, todavía legañosa, un café con leche en un bareto de mala muerte.
   - Tendrás hambre para la comida.
   - Claro. Pero hoy haré, ¿como se dice eso?
   - Abstinencia.
   - ¡Eso! No puedo ir todavía por la pensión. Le debo a la bruja pasta gansa. Y ya veremos si me deja hoy dormir allí.

Juan sacó un billete de 50 euros:

  - Toma. Supongo que tendrás para un menú barato pero decente y que "esa tipa" -me lo has pegado- te dé cama esta noche. No puedes...
  - ¡Eeeh, alto ahí! De limosnas nada. Yo me trabajo lo que me dan, así es que...
   - Por favor, Violeta, no seas tan orgullosa como yo lo fui el otro día. Lo estoy deseando, ando algo así como hirviendo, pero hoy no podría. Cuando te vea, no sé, como más normal, con más cercanía, confianza... Toma esto como un préstamo. ¡Ya me lo pagarás! En cierto modo me estoy asegurando el que volverás por aquí.
  - Sólo le he entendido bien lo último con ese largar tan raro que se gasta, pero tenga seguro que estos 50 pavos no acabarán en regalo. Gracias, abuelo.

Violeta rió con sorna al decirle lo de "abuelo", le dio un beso muy rápido en la mejilla y salió corriendo con su billete de 50 euros.


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Durante los tiempos que siguieron, al menos dos veces por semana, sin día prefijado, Violeta aparecía por la glorieta y se pasaba un buen rato con Juan.


Violeta le preguntó un día con gracia pero algo avergonzada, si podía llamarlo "abuelo"


  - Es que yo no he tenido abuelos y no sé por qué, mire usted, es algo que me hubiera gustado mucho; no sé, todo eso de jugar, pasear, hablar, que me hubiera llevado al circo. ¡Le parece tontorrón!
  - Me parece, princesa, que tienes más ternura dentro de la que tú te crees, Ah, y ya está bien: puedes llamarme Juan, abuelo y tratarme de tú. En esa boquita, el "usted" dirigido a mí me suena fatal.


El Otoño iba ya avanzado y la umbría de la glorieta enfriaba la calidez del momento. Juan, por miedo a los resfriados malos de viejo, ya vestía una zamarra de largura algo más de tres cuartos. Violeta un sencillo chaquetón debajo del cual, siempre, lucía el suéter granate de la teticas. (Juan le había confesado en una ocasión que sí, que le encantaba esa prenda y que le sentaba de maravilla). A pesar del frescor ambiental, ambos se sintieron envueltos por un extraño pero muy agradable calor.


  - ¿Puedo apoyar la cabeza en tu hombro, abuelo? ¡Huy, qué raro! ¡No puedo hablarle de tú! ¡Juan, es que me impone!
  - Haz lo que quieras, Violeta. Anda, descansa tu cabeza en mí.


Los envolvió un sosiego, una paz enormes. En un momento dado, Violeta corrió su chaquetón hasta cubrir el regazo de Juan. Fue deslizando su mano muslo arriba y más aún hasta alcanzar lo alto de la cremallera y abrir la bragueta de Don Juan Rioseco. Violeta, sin mirarlo a la cara, susurró recostada en su hombro mientras su mano buscaba rutas:


  - Juan, todavía no le he pagado aquellos 50 euros.


Él, mirando hacia las copas de los árboles estaba iniciando el camino hacia todos los cielos y asombrándose de que aquello siguiera existiendo y más todavía con capacidad de actuar.


  - Violeta, princesa, no me hables, no digas nada o me arrepentiré.


Cuando todo acabó, Juan sentía en su cuerpo y alma la más hermosa de las flojedades. Se podía decir que se notaba como ingrávido. Besó en la cabeza a Violeta y acarició sus cabellos. Unos diez minutos más tarde, Violeta dio como un brinco, besó a Juan en la mejilla y salió corriendo.


Este día con "su momento" lo guardó Don Juan Rioseco Pedregoso, en lo más profundo de sus sentimientos como lo más maravilloso que le podía suceder en el poco resto de vida que le quedara.




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Apareció Violeta por la glorieta mirando a Juan y sonriendo con andares casi de cría saltarina.


   - Buenos días, abuelo -y le plantó un sonoro beso en la mejilla.
   - ¡Hola, bonita! Tenía miedo que no volvieras. Saliste tan corriendo...


Ella con un gracioso mohín, levantó los hombros y, mirando hacia el suelo, le contestó lentamente:


  - Me dio algo, no sé, como vergüenza. No sé si sabré decírselo, pero...mire, una cosa es que sepa lo que hago y otra que...
   - Eh, anda, levanta la cabeza y mírame con tus bonitos. Tenía pensado el tema ya por si volvías, porque con aquella estampida que diste yo no sabía...
   - Pero, me entiende, ¿no?
   - Está todo clarísimo, Violeta. Tanto que tengo que proponerte algo: Jamás, nunca más, tendremos nada parecido a aquello. Eso sí, yo quiero que sigas viniendo y charlar o, aunque no nos digamos nada, estar un buen rato uno al lado del otro. Si te vale, da por olvidado todo lo demás...
   
Como una auténtica chiquilla, Violeta, de rodillas en el banco al lado de Juan, se le lanzó al cuello, lo apretó con fuerza y le plantó varios besos en la mejilla.


  - Oye, criatura -dijo Juan- ¡que me ahogas!
  - Por qué no pudo ser usted mi abuelo, coño.
  - Violeta, esa lengua.
  - Perdón.
  - Podemos celebrar este pacto, si no tienes otro plan, zampándonos un buen cocido madrileño ¿Te gusta el cocido?
   - ¡Mmmm, me encanta!
   - Aquí cerca hay un bar de menú, de barrio, pero muy limpio y aseado. Los martes, hacen siempre cocido. Te invito a comer y charlamos más, ¿te vale?


Se ensombreció de pronto el gesto de Violeta.


   - Yo no puedo ir por ahí con usted, Juan. Menos aún a comer en un bar. Qué dirán. No pararán de mirarnos.
   - Mira, Violeta... ¿a ver? Hoy vas vestida muy normal, nada llamativa, o sea, no vas con indumentaria de, lo siento, tu trabajo -hasta has prescindido hoy de nuestro suéter-. ¿Que a pesar de todo dicen? Tú puedes pasar muy bien por nieta mía. ¿Que siguen diciendo? Lo dirán de mí, me tendrán envidia o me machacarán. A ti no te van a criticar. ¿Que nos miran? Ahí no puedo hacer nada: eres muy bonita, Violeta. ¿Tú crees que a mi edad puedo permitirme esos miedos? Bueno, qué, ¿te hace el cocido o no?
  - Abuelo, usted me da fuerza. ¡Comeremos juntos cocido!


El cariño y la amistad siguió creciendo con estos encuentros semanales en la glorieta, entre el viejo y la putita.


En una ocasión, Violeta apareció saltando, muy alegre.
Se plantó de rodillas al lado de Juan, sobre el banco.


  - Acabo de pasar por el bar de los menús. Hoy tienen paella.
   - Pues les sale muy buena -contestó Juan- ¿Quieres que vayamos?
    - Sí, pero hoy pago yo.
    - ¡Ni hablar chiquilla!
    - ¿Serás capaz, abuelo, de no darme ese capricho?


Juan quedó mirando aquel rostro tan bonito, tan joven, ya tan querido. Un cúmulo de sentimientos se le agolpó en la garganta y a duras penas pudo parar la nublazón de sus ojos.


   - Vale, hecho, Violeta. Pero ¿sabes por qué? Porque hace un momento, por primera vez me has tuteado. Pero que quede claro que la primera y última vez que pagas, ¿eh?


Al salir del Jardín Botánico, Violeta se cogió del brazo de Juan.


  - ¿Me dejas, Juan?
  - Vaya tontería, mujer, ¡pues claro que sí!


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De esta forma, maravillosa para Juan, y muy feliz para Violeta, llegaron a pasar hasta seis años más. Ninguno quiso decirlo abiertamente, pero estaba muy claro que entre el viejo y la putita alumbraron uno de los amores más bellos y puros que conocer se pueda.


Llegó el día, tenía que llegar, en que al entrar Violeta en la glorieta, no estaba Juan, SU abuelo. Fue otros días pero el banco de Juan seguía vacío. Violeta se decidió a preguntar al portero de la entrada. "Ese señor murió hace unos 10 días. Vino la familia por si habíamos encontrado por aquí algo de él".


Violeta se encaminó, ya con lágrimas en los ojos, hacia la reja de entrada. Iba mascullando que "...claro, el abuelo Juan notaba que la muerte se le acercaba..., claro, por eso me dio aquel paquetón de billetes... y por eso me dijo que "chitón y a cogerlo, a ver si podía cambiar en algo mi vida... y que si no, que hiciera lo que quisiera..." le dio un sollozo más fuerte. Andaba ya casi en la misma reja, pañuelo en mano y moqueando dolor, cuando escuchó, gritona, la voz del portero:


  - Oye, guapita, ¿y qué te interesa a ti ese señor, qué tenías...?


Violeta se volvió hacia él con el rostro lleno de lagrimas, dolor y una feroz rabia. Le gritó al tipo:


  - Tardarías años en entender... Además, ¡a ti qué cojones te importa, imbécil!.


Ante el gesto de salir del mostrador del portero, Violeta paró un taxi y le salió alguna de sus antiguas -de "antes de SU abuelo"- formas. 


   - Oiga, por favor, cagando leches a tal calle.


(Donde sí que se armó jaleo de verdad fue en la reunión que tuvieron los cinco hijos tras la muerte de su padre. Todo sospechas unos de otros, todo discusiones "A ver que había pasado con los 70.000 Euros que "el papá tenía en la cuenta y que ahora sólo quedaban 30.000 con una sola extracción de la libreta de la diferencia volada, ¡A ver!")




F  I  N

DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano
29 de Julio de 2012                               
     

    








   

   

7 comentarios:

  1. Des,

    ¡Cuánta realidad hay en este relato ficticio! Me ha encantado Don Juan Rioseco Pedregoso y su putita.

    Hablando de amores platónicos descubres –uno- tan puro como el concebido por el mismísimo Platón.

    Cierto es que, existió un pago por esa “manoletina”. Pero, después, nacieron unos sentimientos –desconocidos- para ambos.

    Él tan recto y ella tan “echá palante”. Él a la sazón de la dama de la hoz y –ella- con toda la vida por delante.

    Un cuento perfecto donde –sale a la luz- una de mis máximas. En el amor no existe, sexo, color de piel, ideologías o edad.

    Gracias por esta maravilla, besos,

    Ann@

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  2. ¿que le voy a decir Sr. Desvencijado?Una vez mas me ha encantado su relato.La ternura aflora...

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  3. Querido: No se que decir. Genial. Te has superado. Si estuviéramos en el "feibuk" Hubiera puesto "Me gusta" y en comentarios: "Pero mucho"
    Me ha emocionado.
    Tengo que pensar en ponerte algún comentario, que jamas critica. A ver de que forma puedo hilvanar esto con la Luna, las estrellas y una noche muy singular. Y si no te lo contare para que lo hagas tu.
    Un abrazo, amigo mio.

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  4. Hay algo en la vida que siempre me ha revuelto los intestinos y me lo he quitado de en medio con una hostia Valleinclaniana. Yo, uno casado, feliz y guapo va sobrado, pues, el oficio de periodista lo he desarrollado con más solvencia que la de efímeros fútiles eunucos alcoholizados de pene flácido en la ventanilla de una caja de ahorros corrupta. El maestro Umbral, que bebía del barato Ballantines—la cogió con la mujer de Cela—el bueno, la malta escocesa, la ponía el genio. Aquel que alcanzó la gloria trabajando y siendo leído por sus lectores: el jubilado prostático. Lo malo, es que el cabestro que se le pasó el arroz, pero claro, soñar es gratis como la lotería y los infartos. Pero, él sigue insistiendo y me va a encontrar, luego llorara o no le dará tiempo. Ya no respira, porque está en un contenedor. Héctor Quiroga le llamaba la hostia del cloroformo. Ten cuidado y si crees que es una amenaza hablaré con tu esposa o tus hijas (te quedará más claro y menos ganas de garrafón con viagra). No es la primera vez, que mis 5000 DVD y mis 2500 libros, mis 5000 e-books, mis tres idiomas, mis tres carreras universitarias y todos los bares que me he zampado y aguantado a julandrones de tu calaña. Me enseñaron que Calderón de la Barca(hicimos la mili en el mismo sitio), se limpiaba las uñas con los pusilánimes anónimos. Lo dicho, cuídese que está mayor y lleva mal oficio. Cuando gané un Nadal, un Alfaguara o un Planeta se le podrá tener respeto. Ergo, viendo su prosa da risa, vigílese la tensión arterial, el ojo no sea que el parche acabe en estéreo y la pensión, por lo del pago al servidor de banda ancha. Mientras tanto; lo dicho e insisto cuide de su esposa y su familia. Vivimos en un mundo peligro. Y si quiere distracciones, estas son mis sugerencias: club de jubilados, talleres de literatura, videos porno para menesteres Onanianos, aire acondicionado o manifiéstese contra los recortes. ¿Será que el cobarde acosador está bien pagado, y mal follado? Lo dicho, vaya con cuidado que se quién eres, el olor a viejo naftalina te delata como a todos los viejos chochos y desvencijados. Con Dios, y ahora le lloras a la policía que te han amenazado, pringao

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    1. Incomprensible ANóNIMO, a pesar de que ya he dejado dicho en este blog que con los "embozos" acabó el célebre ESQUILACHE y que no contestaré nunca a quien no "se da a conocer, a quien no da la cara", le diré unas palabritas, erudito amigo.
      En algún párrafo se dirige, CREO, que a mí, como ¡COBARDE!. Ya empieza Vd. a hacer el ridículo teniendo en cuenta que yo camino al descubierto y Vd. tras esa vergüenza del anonimato.
      Es Vd. el ejemplo clásico del licenciado en mil carreras universitarias y no sabe por donde pasa el río MIÑO (le doy pistas, ¿eh? superleído: ya le apunto que se trata de un río).
      A pesar de toda su ¿SABIDURÍA? se arma Vd. unos líos al escribir, mejor, redactar, que no sé a quién se refiere, si a mí o a un fantasma o ente desconocido.
      Solamente el hecho de entrar a defender a CELA en contra de UMBRAL lo declara a Vd. perfectamente. Cada uno a su forma eran los dos igual de porritos, sólo que UMBRAL mantuvo "sus formas, su estilo"; CELA, en sus últimos libros, nos vendió unos tremendos pedruscos.
      Por último, el decirle que no creo que sea el habitual ANÓNIMO que a veces me visita, con sus frases escuetas y agradables. (Unas literaturas, las mejores, son de pocas frases, pocas hojas; la peor, como la suya, utiliza un montón de espacio sólo para insultarme y hasta amenazarme de forma "chulo de barrio". Por cierto, éste lo define a Vd. por completo: ¿A qué viene nombrar aquí hasta a la policía y amenazas como "que te conozco y cuida a tus hijas? Es usted lo más parecido, según su escrito, a una rata de alcantarilla.
      ¡Ah, y no se equivoque, no se acerque mucho ni a mí ni a los míos dando la cara y en plan chulo, puede Vd. irse con sus huevos, si los tiene, uno colgando de cada oreja.
      Por último, si todo su pésimo -literariamente hablando- parlamento ha surgido en defensa de ANNA GENOVÉS, flaco favor le ha hechos Vd.: La querida ANNA, sabe defenderse muy requetebién ella sola. Justo ayer tarde, intentando yo una una razonada y "culta" disculpa con todos aquellos visitantes del blog MEMORIA PERDIDA, de ANNA, ella con todo el derecho del mundo por ser dueña de su blog, cortó mi entrada. No puedo hacer más. Ahora sí, en contra de gilipollas, pretenciosos, bravucones y gentes cargadas de "titulitis" que, demostrado está con su excelso ejemplo, quedan al final como "mindundis", SÍ QUE PUEDO HACER, Y SIN ESE LENGUAJE DE PUTO DE BARRIO DE "POLICÍA" Y DEMÁS.
      Adiós, imbécil.
      (Un buen consejo: NO SE ACERQUE NI A MÍ NI A LOS MÍOS)
      Des- LUIS RAMÍREZ DE ARELLANO

      Eliminar
  5. Mi querido Desvencijado: Quien anda con …… acaba……
    No te voy a decir te lo dije, por que los listos y los que ven venir las cosas me joden, y los que luego te lo recuerdan mas.
    Ese grupo del Blog de mi amiga virtual, en el que todos se adulan, sacan la lengua hasta limpiar el suelo y que no se admite una critica constructiva… Pues que quiere que le diga..
    Me consta, y se de un último escrito suyo pidiendo excusas (perfecto) por si a alguien se pudiera haber sentido ofendido. Ha sido censurado. Demasiado perfecto para un grupo que lo único que se permite es la adulación y el mamoneo. Además aclaraba y dejaba cosas en su sitio.
    Respecto al anónimo-amenazador que entra en “nuestro” BLOG y escupe en vez de razonar, es que no se que decir.
    Dice que ha sido periodista. Me explico que durara poco. Se explica fatal, bastante peor que yo que jamás he escrito.

    He decidido copiar y pegar su escrito-amenazador, remitirlo a todos familiares y amigos que tengo en mi correo electrónico, para que todos aprendamos que gente psicópata hay por ahí y como no se debe de actuar y escribir.
    Tengo que confesar que a mi este tipo de matones me da un poquito de miedo.
    Delante de la parrafada que ha escrito el “tipo” y para titularlo pondré:
    ENGREIDO, ALTANERO, PETULANTE, JACTANCIOSO, CREIDO, PRESUNTUOSO, CHULO, FANFARRON, FATASMA, PEDANTE, VIROTE, INFLADO, ENGALLADO, EMPINGOROTADO.
    Por cierto yo si que se lo voy a decir a un amigo policía. Este tipo a parte de .......puede ser un matón.

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    Respuestas
    1. Gracias, amigo Paco. Lo celebraremos en el próximo almurerzo
      Des - luis ramírez de arellano.

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