domingo, 29 de julio de 2012

EL VIEJO Y LA PUTITA.



Fotografía de Noviembre de 2004




 EL VIEJO Y LA PUTITA (cuento)

Don Juan Rioseco Pedregoso, era un hombre de 80 y algún año más -no recuerdo con exactitud-.

Delgado y fibroso, paseaba su persona por las calles de la ciudad todos los días, en un muy tempranero caminar callejero, portando en su mano derecha, recogido sobre el pecho, un libro, y la otra mano dejándola ir hacia adelante y hacia atrás, con un rítmico bamboleo. Esto sí, siempre con mirar altanero y nada dubitativo. Sólo se imponía una restricción que, dado el mundo como está, no siempre podía cumplir: No quería parar sus andares y volver su esqueleto para dirigir el análisis de su vista -todavía sana- a la trasera de alguna hermosa mujer que había alborotado su tranquilo mirar, y, lo peor,  su VER, de frente. Reanudaba sus pasos razonándose: "¡Tanto me da, que piensen lo que quieran, coño...esa mujer era olímpica!"

Muy tieso él, siempre andaba con traje de chaqueta. Lo único que se había autoconsentido era el prescindir de la asfixiante corbata (sus hijos -cinco, nada menos-), cuando él accedía, le regalaban camisas para llevar sin casar el más alto botón con su par ojal.

(Apuntemos ya: lo de sus hijos, hasta a él mismo, no es que le maltratará el ánimo, pero, aunque se le fuera acabando su tiempo, en algún momento debería dedicar lo menos un día -la cosa no era para menos- a analizar los porqués que lo habían traído hasta hoy, entre las féminas y varones de su prole, a no llevarse lo que el entendía "BIEN"  con ninguno de ellos. Tenía su guasa el asunto. El problema base, entendía Juan era -como casi todo en la vida-, la educación. Él y su fallecida esposa -desaparecida ya iba para diez años- habían intentando inculcar a todos sus hijos su educación, la que ellos habían recibido de pequeños, adolescentes, jóvenes y sus primeros vuelos ya casi adultos. Juan, que durante sus últimos años de trabajo había sido director de un bastante grande Instituto de Enseñanza Media, -después de muchos años de maestro en él  -en el que también ejercía su mujer como profesora de Lengua y Literatura -poseía la licenciatura de Filología Hispánica-, había ido observando cómo sus hijos se iban sumando a los usos y costumbres de la "ganadería" de la que, "decían" él era el director. Y esos dichosos "usos y costumbres" los defendían, casi siempre, con malos modos, de todo menos con el uso de la palabra proveniente de la razón y procesar lo poco o mucho de sabiduría que los maestros dejaban caer sobre sus testas esperando un calado en sus cerebros del tipo "riego por goteo". No. En muchas ocasiones, recordaba Juan, cambió impresiones con los alumnos de los últimos cursos -que le costaba Dios y ayuda que no terminaran en un alboroto tremendo con la expresión y palabra dominantes, casi gritos, de "... estamos en un país libre y Libertad". Organizó una conferencia, eligiendo él a los alumnos para asistir que él veía más reacios a escuchar, permitir y asumir razones que, principalmente, "molestaban" su forma de vivir y convivir. Desde la etimología del vocablo hasta su última acepción, Juan se exprimió cerebro y cuerpo por meter en aquellas casi nacientes molleras lo que era y en qué consistía eso, LA LIBERTAD. Ese día llegó a casa con la más enorme sensación de fracaso que había tenido en su vida.

Eso veía básicamente en sus cinco hijos. Él, el anciano padre, según ellos, tenía limitadas ciertas actitudes por razón de su edad -eso de volverse a mirar a una guapa mujer, por ejemplo, no iba con la supuesta honorabilidad de su edad-. Y muchas más cosas. Ellos, todos, por razón de la llamada "Libertad de expresión" reían a todo tren en las comidas familiares con cualquier chascarrillo o sucedido real, adornada su exposición con el tono que se consideraba oportuno -para ellos-, desde una leve picardía a la más soez expresión o peor palabreja tintadas desde el verde claro al rojo explosivo.
De su comportamiento y atención hacia él, ni atender este punto quería. Ni los veía ni escuchaba sus voces al teléfono salvo -cómo no- cuando necesitaban algo que requería su ayuda -de aquella época suya de hasta ya casado, ir, como mínimo, una vez a la semana, a ver -¡SOLO VER! a sus padres-, a la hora actual, "¡!puaf!". Quizás -se reconvenía Juan, no tengo ni la gracia ni el más mínimo tirón. ¿Por qué no? Tal vez toda la culpa residiese en él, en su seriedad y su manía por las formas y la rectitud. En fin...).

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Terminaba su largo paseo matutino, nuestro querido Juan del que hablamos, después de haberse tomado un "cortado" en la cafetería cercana, entrando en el jardín botánico.

(Lo que nunca pudo tragar -republicano, anticlerical y, en definitiva, "rojo pacífico"-,  es que tuviera que pagar por entrar en el precioso vergel de todo tipo de árboles y plantas creado y sostenido por la municipalidad -le importaba, respecto a este tema no uno, sino un par de huevos quién "reinase" en La Casa del Pueblo, "se decía para él, sin sonido. "¡Cojones y recojones, esto se paga con mis impuestos, ¡¡¿por qué coños tengo que pagar para entrar, estar un rato y disfrutar de este vergel!" -Juan, en sus adentros, era muy, pero que muy mal hablado, pero su función en el Instituto, y más como Director, lo habían convertido, al estilo suramericano, en suavón-).

Don Juan Rioseco, primero que nada, paseaba por las avenidas tan tupidas que apenas entraba la luz del astro Sol. Gozaba de qué manera de ese frescor que le regalaba la multitud de especies de árboles y arbustos -cada uno con su letrero identificativo- que en ese amplio espacio estaban al cuidado, ojo, de un jardinero experto y mayor -allí no podía trabajar, al tanto de la exquisita  flora, cualquier jardinero sin la debida formación-.

Mi personaje, Don Juan Rioseco Pedregoso, llegaba, por fin, a SU glorieta.  Un reducido espacio, perfectamente cuadrado cercado por setos de baja altura, defendido por árboles majestuosos y dos bancos de madera y hierro, pero de diseño de un moribundo novecientos, con una sola entrada -la glorieta-. Parecía como si hubiesen intentado esconderla bien y crear una gran paz arbolada y hurtarla, por lo difícil de su hallazgo y entrada, de las  hordas de "tiernos", jubilosos y "folloneros" críos que en manada guiaba e intentaba aquietar un profesional de la enseñanza, maestro o maestra (recuerdos, Ministra), con la vocación más que suficiente por su profesión y conseguir que alguna de las bestezuelas a su cargo -en la educación escolar- consiguiera tragar, sin que se diera cuenta, algo de ciencia botánica.
La verdad, Juan escuchaba el follón, pero casi nunca invadían SU glorieta.

Controlada y comprobada la paz con la melodía de fondo de miles de pájaros, Don Juan Rioseco, se acomodaba. Dedicaba unos cinco minutos a otear los retazos de azul y su claridad mediterránea que las copas de los árboles, tremendos, y su feraz ramaje dejaban colar, y, acto seguido abría su libro por la señal dejada en la última lectura. Caía pronto en un baño de letras y frases... Siempre había sido un enamorado de la lectura...

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Un día, leía y paró. Levantó la vista para meditar o saborear, quizás volver sobre ella, una bella frase que el escritor había conseguido o acertado plenamente (¡es tan hermosa nuestra lengua!, andaba pensando Juan).
Al bajar la vista para introducirse de nuevo en la lectura, con un pequeño sobresalto -acostumbrado a su soledad-,  notó una presencia tangible sentada a su lado...
Lo primero que sacudió a Juan: "!Que cosita de mujer más bonita!" Ella, una jovencita con signos de madurez demasiado temprana, lo miraba con una sonrisa encantadora. Juan señaló la hoja y cerró el libro.
 - ¡Hola! l -dijo Juan con el mejor gesto que pudo poner; y prosiguió: -¿Qué haces aquí, tan sola, a estas horas?
 - Estaba muy cansada. Siempre descanso por aquí, pero este lugar tan tranquilo no lo conocía. Se está muy bien.
 - Pero... no sé, ¿y el colegio, o trabajo, o... yo qué sé?
Juan recibió como un trancazo. La jovencita se separó un poco de él como para que su andanada lo abarcase por completo.
  -Oye, abuelo, de discursitos ni medio. ¡No te jode, el viejo! ¡Con lo a gusto que estaba...! - Hizo ella ademán de levantarse para irse.

En principio fue como una ira controlada que aprendió a manejar en sus años de maestro. En seguida fue un atractivo paternal rociado con perfumes machos, todo mezclado, lo que impulsó a Juan a agarrar por la muñeca a la chiquilla y, como notando un rebrotar de sus antiguos bríos, la obligó a sentarse de nuevo y se le encaró:

  - ¡Siéntate y escucha! Si vuelves a hablarme así, de medio guantazo vas a parar a la tierra que cierran los setos y te quedas allí un buen rato, seca y sin circulación hasta que por tus pinrreles te suba algo de sapiencia de la pura tierra que, encima, está abonada! ¡¡Lo tienes claro!! -la soltó- Ahora -continuó Juan- puedes irte o quedarte, estar calladita o hablar conmigo, de forma educada y normal, todo el tiempo que quieras.

Juan empezó a ver en el rostro de la criatura cómo iban asomando destellos de malicia, gestos y sonrisitas que tenía, todo, olvidado. Así, a bote pronto, va y la jovencita, ya con una muy franca y abierta picardía, le espeta:

  - Oye, oye, oye... a ti lo que te pasa es que te has puesto cachondo, ¿eh, a que sí? Es que hoy llevo el suéter preferido de mis teticas. Mira, con 30 euros, te hago un arreglito que te vas a quedar como en la gloria. ¿Qué ta parece? -En tanto, Violeta -que así se llamaba la lanzada jovencita- , ya había depositado una de sus manos en la parte alta del muslo de Juan.

Juan, no es que perdió sino que repudió sus formalidades y acudió a las formas y lenguajes del patio de Instituto en el que ejerció y del que más tarde fue Director. De un fuerte manotazo apartó la mano de Violeta y explotó de forma inusual en él.

  - ¡¡Pero tú eres una gran puta, chiquilla, una enorme puta con pinta de putita!!
   - ¡Eh, sin insultar, viejo! -soltó Violeta.
   - ¡¿Que no insulte yo, so puta más que puta?!. Primero: Podríamos reconducir el tema si empiezas a tratarme de Vd. y me pides perdón. Luego, pensaré yo si te lo pido a ti.¿Pero qué coño te pasa, ir ofreciendo masturbaciones por ahí a viejos como yo?

   A Violeta le asomó una pátina acuosa en ambos ojos. Se levantó ágil para escapar de las manos de Juan y comenzó la huida. Antes de salir de la glorieta se volvió hacia Juan, que permanecía tieso en el banco viéndola marchar, y le gritó, ya con lágrimas auténticas:

  -¡¡Tengo que vivir, imbécil; y comer!! Y por suerte no todos los tipos son tan santurrones gilipollas como USTED. ¡A tomar por el culo, abuelo!


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Don Juan Rioseco, anduvo varios días con sus adentros alterados. Lo perturbaba la hermosa presencia, la guapeza, la estampa y sobre todo los muy bonitos ojos, algo achinados, de Violeta.

Lo encorajinaba de forma tremenda, por otro lado, que la vida hubiera lanzado u obligado a esta casi naciente flor tan hermosa a la vida que llevaba.

Se castigaba con tremendas sacudidas de cabeza cuando, por mucha fuerza de voluntad que ponía, el puro y fiero sexo, ya olvidado casi por completo, le sacudía las ingles con el recuerdo de Violeta.

Pero no cambió sus costumbres. Su paseo, su cortado, su glorieta y su lectura. Sólo que ahora levantaba la vista del libro más de lo normal y miraba con una rara avidez, que hasta a él mismo asustaba, a su lado, hacía el otro único banco de la glorieta, a todo el resto del terroso espacio, ¡cruelmente vacío! Días había en los que a mitad de su tiempo normal, cerraba libro y ojos. Aunque no dormía, soñaba con apariciones milagrosas.

Al cabo de poco más de una semana y media, aun sin levantar la vista de su lectura, Juan sintió muy clara y en su alma la presencia milagrosa, y cercana. Como gozando a lo sibarita, disfrutando de ese tiempo forzado que retrasa el dulce golpe del goce, cerró con una parsimonia exasperante el libro; miró con total lentitud a su lado y, por fin, al banco de enfrente, quizás a unos cinco metros de él, tan reducida era la glorieta. ¡Allí estaba Violeta!, mirándolo fijamente, con el suéter "de sus teticas" y una corta falda más bien estrecha y ajustada pero que no alcanzaba el don de "minifalda".

Juan notó una sacudida mientras le devolvía la sonrisa. Sintió un temblor imperceptible que quizás no más sacudió a su corazón, su cerebro y a su sexo, por este orden. ¡Qué bonita estaba esa chiquilla! ¡Pero era eso: una chiquilla! Puede que con la edad de alguna de sus nietas. Aunque se consideraba hombre "de religión", también se sabía totalmente ateo para toda cuestión de reglas estúpidas e incomprensibles, sobre todas, las católicas. ¡Pero, leches, monologaba para él mismo: ¡¡Es que notaba encabritarse aquella tan olvidada virilidad, rediez!! Se arreó una buena palmada en su mejilla derecha con el ánimo de hacer salir de sí todo incómodo resquemor y quedar totalmente libre ante "el momento", ante la realidad.

Al fin, habló a Violeta, extendiendo su mano derecha abierta hacia ella:

  -¡Hola, mujer! Me alegro mucho de verte. Anda, ven aquí, a mi lado; a mí me cuesta más llegar hasta el tuyo.

Violeta, con la gracia criminal que caracteriza a estas ninfas aventajadas, llegó hasta Juan y se aposentó a su lado.

Mirándose y sin hablar, estuvieron un corto espacio de tiempo. Habló primero Violeta:

  - Es que, mire, me fui mal el otro día y quería volver a verlo para pedirle...
  - Vale, para, chiquilla. No hace falta que sigas. Yo también me fui con un regusto ácido...
   - ¡Ay, es que habla usted de una forma; diga que también se fue mal, y ya está!
     - Sí, Violeta, bastante mal me fui. El hablar es que sale espontáneo. Trabajé muchos años tocando el leng..., perdón, cuidando la forma de hablar. Mira, los dos no nos comportamos debidamente, cada uno con sus razones, su forma de ser y su tratar con la vida...
  - ¿Ve? Ya estamos: ¿qué tengo yo que tratar con la vida? La vida manda y me trata como le da la real gana.

Juan no contestó. Se dedicó a mirar sus bonitos ojos sonriéndole...

  - ¡Eh, oiga, pero nada de lástimas ni compasiones! Me defiendo bien yo solita. Lo que no podrá negarme es que la vida es bastante cabrona.
  - Pues sí, así es Violeta. No te lo puedo negar. A ti te ha tocado un mal bocado.
  - ¡Ya estamos! -volvió a exclamar Violeta- ¿Pero es que no puede hablar en cristiano?.

Por cambiar el tema, Juan le preguntó que cómo le iba el día.
  - Hoy chungo, "dita" sea; sí señor, chungo.
  - ¿Has desayunado?
  - Bah. A las seis y media, todavía legañosa, un café con leche en un bareto de mala muerte.
   - Tendrás hambre para la comida.
   - Claro. Pero hoy haré, ¿como se dice eso?
   - Abstinencia.
   - ¡Eso! No puedo ir todavía por la pensión. Le debo a la bruja pasta gansa. Y ya veremos si me deja hoy dormir allí.

Juan sacó un billete de 50 euros:

  - Toma. Supongo que tendrás para un menú barato pero decente y que "esa tipa" -me lo has pegado- te dé cama esta noche. No puedes...
  - ¡Eeeh, alto ahí! De limosnas nada. Yo me trabajo lo que me dan, así es que...
   - Por favor, Violeta, no seas tan orgullosa como yo lo fui el otro día. Lo estoy deseando, ando algo así como hirviendo, pero hoy no podría. Cuando te vea, no sé, como más normal, con más cercanía, confianza... Toma esto como un préstamo. ¡Ya me lo pagarás! En cierto modo me estoy asegurando el que volverás por aquí.
  - Sólo le he entendido bien lo último con ese largar tan raro que se gasta, pero tenga seguro que estos 50 pavos no acabarán en regalo. Gracias, abuelo.

Violeta rió con sorna al decirle lo de "abuelo", le dio un beso muy rápido en la mejilla y salió corriendo con su billete de 50 euros.


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Durante los tiempos que siguieron, al menos dos veces por semana, sin día prefijado, Violeta aparecía por la glorieta y se pasaba un buen rato con Juan.


Violeta le preguntó un día con gracia pero algo avergonzada, si podía llamarlo "abuelo"


  - Es que yo no he tenido abuelos y no sé por qué, mire usted, es algo que me hubiera gustado mucho; no sé, todo eso de jugar, pasear, hablar, que me hubiera llevado al circo. ¡Le parece tontorrón!
  - Me parece, princesa, que tienes más ternura dentro de la que tú te crees, Ah, y ya está bien: puedes llamarme Juan, abuelo y tratarme de tú. En esa boquita, el "usted" dirigido a mí me suena fatal.


El Otoño iba ya avanzado y la umbría de la glorieta enfriaba la calidez del momento. Juan, por miedo a los resfriados malos de viejo, ya vestía una zamarra de largura algo más de tres cuartos. Violeta un sencillo chaquetón debajo del cual, siempre, lucía el suéter granate de la teticas. (Juan le había confesado en una ocasión que sí, que le encantaba esa prenda y que le sentaba de maravilla). A pesar del frescor ambiental, ambos se sintieron envueltos por un extraño pero muy agradable calor.


  - ¿Puedo apoyar la cabeza en tu hombro, abuelo? ¡Huy, qué raro! ¡No puedo hablarle de tú! ¡Juan, es que me impone!
  - Haz lo que quieras, Violeta. Anda, descansa tu cabeza en mí.


Los envolvió un sosiego, una paz enormes. En un momento dado, Violeta corrió su chaquetón hasta cubrir el regazo de Juan. Fue deslizando su mano muslo arriba y más aún hasta alcanzar lo alto de la cremallera y abrir la bragueta de Don Juan Rioseco. Violeta, sin mirarlo a la cara, susurró recostada en su hombro mientras su mano buscaba rutas:


  - Juan, todavía no le he pagado aquellos 50 euros.


Él, mirando hacia las copas de los árboles estaba iniciando el camino hacia todos los cielos y asombrándose de que aquello siguiera existiendo y más todavía con capacidad de actuar.


  - Violeta, princesa, no me hables, no digas nada o me arrepentiré.


Cuando todo acabó, Juan sentía en su cuerpo y alma la más hermosa de las flojedades. Se podía decir que se notaba como ingrávido. Besó en la cabeza a Violeta y acarició sus cabellos. Unos diez minutos más tarde, Violeta dio como un brinco, besó a Juan en la mejilla y salió corriendo.


Este día con "su momento" lo guardó Don Juan Rioseco Pedregoso, en lo más profundo de sus sentimientos como lo más maravilloso que le podía suceder en el poco resto de vida que le quedara.




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Apareció Violeta por la glorieta mirando a Juan y sonriendo con andares casi de cría saltarina.


   - Buenos días, abuelo -y le plantó un sonoro beso en la mejilla.
   - ¡Hola, bonita! Tenía miedo que no volvieras. Saliste tan corriendo...


Ella con un gracioso mohín, levantó los hombros y, mirando hacia el suelo, le contestó lentamente:


  - Me dio algo, no sé, como vergüenza. No sé si sabré decírselo, pero...mire, una cosa es que sepa lo que hago y otra que...
   - Eh, anda, levanta la cabeza y mírame con tus bonitos. Tenía pensado el tema ya por si volvías, porque con aquella estampida que diste yo no sabía...
   - Pero, me entiende, ¿no?
   - Está todo clarísimo, Violeta. Tanto que tengo que proponerte algo: Jamás, nunca más, tendremos nada parecido a aquello. Eso sí, yo quiero que sigas viniendo y charlar o, aunque no nos digamos nada, estar un buen rato uno al lado del otro. Si te vale, da por olvidado todo lo demás...
   
Como una auténtica chiquilla, Violeta, de rodillas en el banco al lado de Juan, se le lanzó al cuello, lo apretó con fuerza y le plantó varios besos en la mejilla.


  - Oye, criatura -dijo Juan- ¡que me ahogas!
  - Por qué no pudo ser usted mi abuelo, coño.
  - Violeta, esa lengua.
  - Perdón.
  - Podemos celebrar este pacto, si no tienes otro plan, zampándonos un buen cocido madrileño ¿Te gusta el cocido?
   - ¡Mmmm, me encanta!
   - Aquí cerca hay un bar de menú, de barrio, pero muy limpio y aseado. Los martes, hacen siempre cocido. Te invito a comer y charlamos más, ¿te vale?


Se ensombreció de pronto el gesto de Violeta.


   - Yo no puedo ir por ahí con usted, Juan. Menos aún a comer en un bar. Qué dirán. No pararán de mirarnos.
   - Mira, Violeta... ¿a ver? Hoy vas vestida muy normal, nada llamativa, o sea, no vas con indumentaria de, lo siento, tu trabajo -hasta has prescindido hoy de nuestro suéter-. ¿Que a pesar de todo dicen? Tú puedes pasar muy bien por nieta mía. ¿Que siguen diciendo? Lo dirán de mí, me tendrán envidia o me machacarán. A ti no te van a criticar. ¿Que nos miran? Ahí no puedo hacer nada: eres muy bonita, Violeta. ¿Tú crees que a mi edad puedo permitirme esos miedos? Bueno, qué, ¿te hace el cocido o no?
  - Abuelo, usted me da fuerza. ¡Comeremos juntos cocido!


El cariño y la amistad siguió creciendo con estos encuentros semanales en la glorieta, entre el viejo y la putita.


En una ocasión, Violeta apareció saltando, muy alegre.
Se plantó de rodillas al lado de Juan, sobre el banco.


  - Acabo de pasar por el bar de los menús. Hoy tienen paella.
   - Pues les sale muy buena -contestó Juan- ¿Quieres que vayamos?
    - Sí, pero hoy pago yo.
    - ¡Ni hablar chiquilla!
    - ¿Serás capaz, abuelo, de no darme ese capricho?


Juan quedó mirando aquel rostro tan bonito, tan joven, ya tan querido. Un cúmulo de sentimientos se le agolpó en la garganta y a duras penas pudo parar la nublazón de sus ojos.


   - Vale, hecho, Violeta. Pero ¿sabes por qué? Porque hace un momento, por primera vez me has tuteado. Pero que quede claro que la primera y última vez que pagas, ¿eh?


Al salir del Jardín Botánico, Violeta se cogió del brazo de Juan.


  - ¿Me dejas, Juan?
  - Vaya tontería, mujer, ¡pues claro que sí!


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De esta forma, maravillosa para Juan, y muy feliz para Violeta, llegaron a pasar hasta seis años más. Ninguno quiso decirlo abiertamente, pero estaba muy claro que entre el viejo y la putita alumbraron uno de los amores más bellos y puros que conocer se pueda.


Llegó el día, tenía que llegar, en que al entrar Violeta en la glorieta, no estaba Juan, SU abuelo. Fue otros días pero el banco de Juan seguía vacío. Violeta se decidió a preguntar al portero de la entrada. "Ese señor murió hace unos 10 días. Vino la familia por si habíamos encontrado por aquí algo de él".


Violeta se encaminó, ya con lágrimas en los ojos, hacia la reja de entrada. Iba mascullando que "...claro, el abuelo Juan notaba que la muerte se le acercaba..., claro, por eso me dio aquel paquetón de billetes... y por eso me dijo que "chitón y a cogerlo, a ver si podía cambiar en algo mi vida... y que si no, que hiciera lo que quisiera..." le dio un sollozo más fuerte. Andaba ya casi en la misma reja, pañuelo en mano y moqueando dolor, cuando escuchó, gritona, la voz del portero:


  - Oye, guapita, ¿y qué te interesa a ti ese señor, qué tenías...?


Violeta se volvió hacia él con el rostro lleno de lagrimas, dolor y una feroz rabia. Le gritó al tipo:


  - Tardarías años en entender... Además, ¡a ti qué cojones te importa, imbécil!.


Ante el gesto de salir del mostrador del portero, Violeta paró un taxi y le salió alguna de sus antiguas -de "antes de SU abuelo"- formas. 


   - Oiga, por favor, cagando leches a tal calle.


(Donde sí que se armó jaleo de verdad fue en la reunión que tuvieron los cinco hijos tras la muerte de su padre. Todo sospechas unos de otros, todo discusiones "A ver que había pasado con los 70.000 Euros que "el papá tenía en la cuenta y que ahora sólo quedaban 30.000 con una sola extracción de la libreta de la diferencia volada, ¡A ver!")




F  I  N

DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano
29 de Julio de 2012                               
     

    








   

   

viernes, 20 de julio de 2012

HACIENDO DEDOS (2ª parte por error en 1ª)



Fotografía de MARZO de 2008


En mi última entrada de ayer mismo, olvidé, no sé si por el estado de mi ojo o la mala leche que guiaba mis dedos tecleando, a un personaje importantísimo que "ha cooperado" de forma entusiasta, idiota, ignorante e imbécil" en la situación que estamos viviendo -sí: viviendo: porque, ¡qué es el vivir sino el soportar diariamente una sodomización!-

(Antes de seguir, darle la enhorabuena a mi visitante ARELLANOS: el tío se crece en cada entrada (querido amigo Pedro, ¿tú crees que el tal Padilla, torero tuerto de parche, burlaría las embestidas del tal ARELLANOS y las mías?).

Sigo: Como antes decía me faltó uno de los principales: el muy ilustre SR. ZAPATERO (hay quien lo apellida REMENDÓN  porque poquísima gente sabe qué es lo que estudió este tipo para presidir los destinos de mi querida ESPAÑA)
Para largar de este elemento, hay que añadir toda esa corte de comediantes que tantísimas veces lo ha apoyado con ese gesto imbécil donde los haya del dedo indice sobre la ceja imitando las de aquel tontolhaba de una serie televisiva y que, el tal personaje, aparecía en la serie como un tal "Dr. Spook" (creo, o algo parecido; me trae al pairo) (Todos sus apoyos aran y, dicen que siguen siendo de la más rancia, repito "rancia" y purísima izquierda, pero, mira tú, van a parir a uno de los hospitales más caros de EEUU, de fundación judía y con regidores judíos, pero a estos tan coherentes y ricachones compatriotas, además de no importarles esta "nimia" cuestión, van luego a retratarse en los campos de refugiados palestinos, los pobres, tan castigados por Israel  (si es que se necesita mi postura personal; ando en contra de Israel y las ayudas y apoyo que recibe de los de siempre)
Bien, este elemento de cejas puntiagudas y sonrisa de Netol, no hizo más, en todo su pésimo mandato que tirar culpas a los anteriores (ojo, no le faltaba bastante razón) y con sus gestos de brazos abiertos y manos ir midiendo las medidas de las cajas virtuales llenas de mierda que iba acumulando.
Por fortuna, a este tipo, alguien lo ha aconsejado bien o lo han hecho callar a la fuerza. En fin, que apenas se lo vea y menos aún se lo oiga.

Roguemos: Que no vuelva al poder en nuestra querida España, un "aparato" tan corto de entendederas con su fraseado más famoso: Europa se hundía: Él seguía manteniendo que España estaba fuerte y lo nuestro no era crisis sino "desaceleración", tal como un cohete fallero que se le acaba la polvora y cae. ¿Se habrá visto tipo tan torpe e imbécil en la historia reciente de España?


Repitan: Danos ánimos, Señor, para, con nuestras viejas escopetas de perdigones, acribillemos los huevos de cualquier nueva aparición como ésta y, como mínimo, se le impida sonreír de manera tan estúpida cuando está largando de un problema tan serio e importante como es España.

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Bien, ya sé que digo siempre lo mismo: que sois gente amable.
Yo seguiría, pero, primero, el ojo, literalmente, me está dando por cofa. Y, segundo, si comienzo e enumerar a gentecita o gentuza, como se quiera, que debería estar en la trena (no hay penitenciarios tan enormes en España), si empiezo por un tal JAUME MATAS   y sigo por  un tal CAMPS (tipo desagradable donde los haya) y sigo y sigo y sigo... esto sería larguísimo. Y si la Justicia (que no se merece esa mayúscula), obrara como tal, se necesitaría un montante de dineros superior al que han robado para encerrarlos de por vida a todos... ¡So cabrones!


DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano.
   

jueves, 19 de julio de 2012

HACIENDO DEDOS.



Fotografía de OCTUBRE de  2009
(Arramblando con higos -dulcísimos- por las higueras salvajes de ALATOZ, que no obstante su espontáneo brotar, siempre están en las tierras de alguien que, siempre, todos, sin excepción, más a mi parienta que a mí, nos dan permiso y, casi, hasta nos empujan, a ir a cogerlos porque se pierden muchos.
¡Que buena gente, coño!

En una ocasión, nos dimos
 tal atracón que al día siguiente fuimos visitantes perpetuos del baño. ¡La tapadera del inodoro no se enfriaba...!


ANDRÉ GIDE  es un literato francés (digo que "ES", como lo podría decir de Cervantes o del tal "Chespir", porque esta gente, tal es su talento y tal la obra que han parido, que yo, al menos, no los veo "muertos", nunca). Bien, este GIDE, narrador, filósofo, ensayista, murió, creo -¡no voy a investigar a estas horas, a mitad de escribir esto! Además de correctores de estilo y otros especímenes interesados de editoriales, tan harto acabé de ellos que por ello me refugié en esto del blog: aquí soy dueño, culpable o ensalzado, por lo que me dé la real gana escribir y cómo hacerlo; lo único que precisa son ojos cariñosos que quieran pasearse por estas letras y frases y... Ya me he perdido. Digo, decía que el genial gabacho (tienen a veces, los vecinos del norte, cosas buenas, sí) moriría, quizás por principios de los XX... (Rediez, cómo me enrollo).
Este genio de las letras, un buen día parió la frase literaria de "HACER DEDOS". FRANCISCO UMBRAL  en un artículo que le leí, aparte de hacer uso de ella, y explicarla, la usó:
Digamoslo a mi sencilla manera: "Hacer dedos", para un escritor significa, más o menos, "escribir lo que sea en los tiempos de sequedad creativa". Es decir, en tanto te viene algo de enjundia, importante, tierno, bonito o tenebroso, tanto da, algo, diría yo, bien trabado y con fondo y, sobre todo, forma, escribir, escribir... Escribir lo que sea. Que el llamado creador "no deje mucho tiempo vacío entre descubrirse y más descubrirse", porque aquel que escribe, a fin de cuentas, es el primer beneficiario de sus propias creaciones; sin darse cuenta se va haciendo cada vez más, creciéndose, viéndose cada vez más diáfano, en definitiva, formando SU PROPIA PERSONA, cada vez más sólida. Otra cosa -y de más alta filosofía- sería entrar en el camino que toma esa autoformación, que, cómo no, tiene encima esa terrible espada monumental de la libertad de elegir de su alma y los inicios de los diversos caminos por los que andar.
Aparte está, claro, el que luego, esa creación sea del agrado de cualquier posible lector, con independencia del camino que haya escogido esa literatura, ese creador, ese escritor...
El amiguete GIDE tiene, para mí al menos, una tremenda cualidad (tengo varios libros de él). Sus ejemplares son delgados, de pocas hojas, pero... muy, pero que muy intensos y a rebosar de un contenido que, en ocasiones, te obliga a parar y releer una parrafada, una hoja... El lector acostumbrado sabe a qué me refiero. (Basta recordar el ejemplo del grande, también, JUAN RULFO . Tan sólo DOS cuentos largos o novelas cortas, colmaron la suma de votos para su premio Nobel.

Lo siento. ¿Os parece bastante, mucho o normal rollo?
Para algo me apunté a esto del blog. Ya he dicho que el que más se beneficia soy yo. Y a pesar de ello, tengo la suerte de contar con alguna gente amable que me visita y me lee, aunque no comenten, cosa que mucho agradezco.

¿HACEMOS DEDOS?

¡Queridas hijas mías, cada año una moda!
¿No sabéis vestir como os dé la real gana? 
A mí me parece que no y me explicaré un poquito. (Lo que me caiga lo aguantaré). Vamos allá.

-Este año la "jóvenas" (un saludo, ministra), va y no tienen ombligo. El año pasado sembraron las calles de ombligos. Pues, mira, lo dicho, este año se han quedado sin ombligo.
Lo malo -o lo bueno; yo cada vez sé menos- es que a mí me da la impresión de que la moda de este año, ha dejado de lado de forma algo cruel a las, digamos, un tanto avanzaditas en edad. Yo, según lo que veo, llega a duras penas hasta allá los 30 añitos, y bien llevados.  Cosa que no me parece nada correcta ni acertada, porque, en ocasiones se topa uno de cara con cuarentonas de amplio reenganche que te tumban, que te hacen pararte, dejarles paso y darle matrícula o un 10 según sus espaldas y grupas.
Pero el caso es que esta moda, por lo que sea, la moda de este año no la visten mis queridas cuarentonas sino mis adorables, y cada vez más increíbles jovencitas y muchachas en sazón y menos inocentes y más "lolitas" o, como se decía antes, "casaderas".
Vayamos al detalle de la moda: ¡Dios Santo! te inundan la visión de muslos y más muslos que surgen tersos y sin apenas temblores y con no más que anuncios leves de celulitis con pantaloncitos cortos, unos más apretados que otros, encima. Se me van las entendederas si en lugar de esta "prendecita" llevan una minifalda de tela vaquera igual de corta o... Bueno, bueno, lo dejo... ¡Menuda fritura de no muslitos sino muslazos a la brasa se haría uno! 
Aquí le entra la duda existencial a uno: esos muslos que lo desequilibran, ¿lo han sido siempre o es que antes nos los tapaban?

(Hay que entender que yo largo como un varón hetero con la grado de rijosidad adecuado, porque de lo contrario, ¿qué narices pinto yo en el mundo con esa heterosexualidad, y encima sin que "los míos" organicen ni días ni caravanas horteras del día del "orgullo hetero"; como así tampoco veo festivales del "orgullo del cura", ni del "orgullo de las comadronas". ni de... en fin: Esto para otro día)

A la moda del pantaloncito "muslero" se ha unido la de los suéters anchisimos pero con una bocamanga "costillera". La calle se ha llenado de costados de jovencitas, con los ijares -sin rodetes, claro- al aire y luciendo primorosos laterales de preciosos sujetadores, cada uno con su valor que sabrá el experto en moda... Pues, qué le vamos a hacer, uno sigue aguantando... y sudando.

Otra es aquella de los suéters de bocamanga normal pero de amplia abertura del "cuelacuellos". Éstos son tan amplios que siempre, mira tu, de descuelgan por un lado, u otro, hasta casi el codo de la doncella -o no, ojo: esto de la doncellez hay que revisarlo, ¡atención RAE, que el concepto de "virginidad", insisto, hay que revisarlo, estudiarlo y definirlo de forma VERAZ-.
Es el caso que ustedes/vosotros sabéis de sobra a qué me refiero: Vds y... ¡claro, coño! a una preciosidad por la calle a la que el suéter, por un lado, le cae hasta casi el codo, dejando al aire un primoroso, fino y precioso tirantillo, fino y de atractivo color que, sin poderlo remediar, te lleva a pensar que es parte de un artilugio que porta la fémina y que sujeta algo que uno podría perfectamente, y con sumo gusto, sustituir con sus manos en su quehacer...
En fin, no me extiendo más. Sólo afirmaré con toda contundencia que los diseñadores de moda, cuando piensan, dibujan, cortan patrones, etc.; todo para la moda femenina, no más piensan en "calentar" a los señores con su justo grado, repito, de rijosidad.

(Anoten: puede que la próxima temporada se estile el llevar las nalgas al aire. En tal caso no me atrevo a predecir la revolución)


ALGUNA JACULATORIA:    

Esto es muy raro en mí, porque llevo largo tiempo sin querer saber nada de política. Lo que no puedo evitar es el ver y enterarme de la sinvergonzonería que reina en España y de los muchos mangantes, ladrones y puros canallas que todavía no han ingresado en la cárcel, en el módulo de los que practican con el ojete de los recién entrados: Lo dejamos y sigo:

- A ver, queridos fieles, responderán según yo les indique:

. Roguemos: Que el tal MARIANO RAJOY deje los micrófonos y alcachofas de una vez, que salga, que se largue ya y nombre sucesor a cualquier alumno aventajado de los últimos cursos de la ESO (¿o ya la han cambiado?); en fin, alguien con algo de "sentido común".
REPITAN: "Roguemos al Señor"

- Roguemos: Que el llamado Sr. AZNAR, se evapore y deje de pasear por el mundo con su inglés macarrónico para poner a parir a su -creo- España- Y para que algún milagro lo libere de su engreimiento y lecciones "magistrales" que larga sin mover su labio superior y su bigotillo de caballerete -tal como lo llamó el "demonio" FIDEL CASTRO-.
REPITAN: Danos fuerzas, Señor, para soportar las flaquezas de nuestro prójimo.

- Roguemos: Haz desaparecer, Señor, de cualquier escena pública y mundillo mediático al llamado FELIPE GONZÁLEZ, que a tantos nos tomó el pelo con su verborrea, chata nariz y labios libinidosos. ¡Que se calle de una puñetera vez y no lo volvamos ni a ver! (Tramposo y embaucador).
REPITAN: Te rogamos, ¡oyenos!

- Roguemos: Señor, con tu inmenso poder y sabiduría, ¿Has llegado a saber,  a dar con la cantidad de hijos de la gran puta que nos han llevado adonde estamos y, peor, todavía andan por la calle, sueltos?
REPITAN: TE DAMOS TODA NUESTRA FUERZA, SEÑOR, YA QUE PARECE QUE TÚ SÓLO NO PUEDES, ¡AQUÍ ESTÁ TU PUEBLO, A TUS ÓRDENES! (Yo aporto las tijeras de podar testículos -¡Ay, oye, cada uno hace lo que puede-).

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Y se acabó el "hacer dedos".

Otro día, si sentado ante "el trabajo" nada se me ocurre, volveré a hacer dedos. ¿Os ha gustado?
¿A QUE ERA GRANDE EL TAL ANDRÉ GIDE. ? Sólo fijaros en el hecho de que por una simple frase de este franchute he sacado todo el rollo anterior.

Hasta la próxima, gente amable.

DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano.

sábado, 14 de julio de 2012

CUENTO EJEMPLAR Y ALGUNA ASTRACANADADO


(Doblada, sí. O inclinada, como quieran -¡Tantas veces nos la meten doblada...!
Digo yo, ¡qué coño más dará si ésta ha salido así)

Bien: Fotografía de un dibujo mío que forma pareja con otro -de unas barcas de bajura- publicado entradas atrás. Acabemos con esta vaina:

"Marina parida sobre cartulina azul  al carboncillo y tiza entre los años 1969/1975"
Todavía, entonces, yo dibujaba... y pintaba (ya saldrán).Aunque el mundo me fue bajando los humos y me decanté totalmente por la escritura... con unos éxitos que mejor no comentar.


Vamos a empezar por EL CUENTO EJEMPLAR

DON CELESTINO Y SU MAL GENIO

Don CELESTINO ENCERRADO GARCÍA era, siempre lo había sido, un tipo muy normal, pero tenía un gran defecto para el mundo actual: era muy recto, con un excesivo concepto de la educación y un, todavía más alto sentido de la convivencia (para él, esto se centraba en no "molestar a nadie si no quieres que no te molesten a ti")

 No podía soportar a ningún congénere expendedor de bromas idiotas -a veces insultantes- y menos aún comentarios vejatorios sobre nadie que no estuviera presente para defenderse u oponer su opinión.

Lo que peor soportaba nuestro CELESTINO es que durante casi cuarenta años de trabajo junto con, prácticamente, salvo algún pequeño relevo, sus seis -a veces siete u ocho- compañeros de departamento, lo llamasen, siempre, "TINO". Él, con los mejores modos, muy al principio, se dirigió a todos sus compañeros de currelo: "Me llamo "CELESTINO, por favor, ¿es que no podéis llamarme así"? Siempre obtenía la misma respuesta: "¡Coño, TINO, siempre con lo mismo, eres pesadito ¿eh?)"

Acabó, en aras de, siempre, buscar la paz, por admitir que lo llamaran como quisieran. Llegaría su tiempo y soportando ser el blanco de bromas con motivo, casi siempre, de su rectitud y compromiso, responsabilidad al fin, con el trabajo y su llegar el primero por la mañana y salir el último. En uno de esos fondos vengativos, recalentado por tantos años, Celestino, aún no sabía la forma, pero se la tenía jurada a toda la panda de imbéciles con los que trabajaba.

Nuestro DON CELESTINO, era -y es, creo que todavía vive- en los ámbitos en los que podía, totalmente intransigente con determinadas normas de familia: la santa convivencia regida por la más esmerada educación -claro, no se llevaba de maravilla con, casi, ninguno de sus cuatro hijos, entre hembras y varones-.  (Los ejemplos requerirían otro capítulo, entre otras cosas porque tipos tan modélicos no hay forma de encontrarlos, o cuando consigues dar con uno, dan para una novela, normalmente trágica porque, a qué engañarnos, gente seria en su relacionarse, educada, con un buen saber estar... ¿se conoce a muchos? Como pobre ejemplo, podemos encontrarnos con alguien que, digamos, parece algo decente... pero ¡ ah!, comienza a largar o a hablar y su parloteo, el tono de su parlamento es de tal estruendo que el establecimiento entero puede parar sus dentelladas al bocata para averiguar de qué mesa brota tal escándalo.

Pero se acercaban los días de mi querido DON CELESTINO (¿y por qué querido del narrador, alias "YO"? Está muy claro para todo aquél que lea por costumbre: He puesto en los sentimientos de un ser de ficción, muchas cosas -¡OJO, NO TODAS!- de las que corren por mis venas y arterias y se van depositando, buenas y malas ansias, en mi corazón que, como no quiere líos de arritmias y todas esas cosas, las transmite rápido a mi cerebro: y de ahí mis insomnios y, sobre todo, este mal del ojo izquierdo que voy soportando (entre otras cosas porque "lo bueno", a uno le es dificilísimo ponerlo en práctica en muchas ocasiones).

Y llegó el día  de la jubilación.

Parece que los compañeros, aun sin caerles muy bien el tema algo sentimental de "despedidas de este tipo" y más con nuestro arisco CELESTINO ("Tino" para ellos durante muchísimos años) organizaron en el restaurante de la esquina, como una especie de aperitivo, un aperitivo "medianejo", lleno de gritos, sorna y bromas de mal gusto para la inmediata inactividad laboral de "TINO".
Mi Celestino a todo sonreía y daba las gracias, pero un buen observador, sin duda hubiera captado el fondo diabólico de la sonrisa de Tino agradeciendo a todos el acto y el detalle de un burdo pergamino enmarcado en un tosco marco... "De tus compañeros en el día... de tal y cual". El gracioso gilipollas del que no se libra nadie en ningún centro de trabajo, en el dorso del cuadro le había adherido una caja de preservativos con una leyenda, supuestamente graciosa, de la que ni me acuerdo ni merece la pena recordarla aquí.
Llegó el momento del brindis del adiós con uno de esos cavas que dan ardor de estómago. Las copas comenzaron a circular, y nuestro Celestino, puso en obra su perverso plan: iba tirando gotas de su venganza, con mucho disimulo, seriedad y discrección que, claro, según era, a nadie extrañaba la prosopeya que "el Tino se estaba gastando". Es el caso que en todas  las copas ajenas dejó caer, en cada una, una generosa dosis de chorritos de "Evacuol".
A la media hora vio salir disparado hacia los servicios a uno de sus compañeros, precisamente el más "graciosete". A Celestino comenzaron a asomarle, ahora por un lado luego por el otro, unos colmillos que se escapaban de una sonrisa auténticamente siniestra.
Cuando se iniciaron abrazos, adioses y buenos deseos, varios abrazaron -o lo que sea- a Celestino con el rostro congestionado y el culo apretadísimo.
Al día siguiente no acudió ninguno a trabajar. El gran jefe comentó: "Cago en todo, esto estando Celestino no hubiera pasado".

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La jubilación de Celestino iba transcurriendo, como ahora se dice, "jubilosamente", tranquila y placentera; sus hijos no le habían asignado el papel de cuidador de nietos ni el de "como no haces nada" recadero y solucionador y extractor de papeleos diversos.
Se hacía sus largos paseos por la mañana y gustaba, luego, de tomar un cafetito en un pequeño bar -más cafetería que bar- en el que comentaba, con un pequeño grupo de gente educada, de todo. En la tertulia ninguno quería sacar el tema económico, ni cosas de España ni de Europa porque, siempre que esto sucedía, uno u otro, y hasta Celestino, sacaban sus fondos negros a relucir y por ende, sin poder evitarlo, surgía, pastosa y olorosa, la palabra "mierda".
Pero el mundo, la vida, es muy roñosa en soltar bienestar, placer de vivir, no. La vida, con pequeñas o grandes cosas tiende siempre a fastidiar a quien sea: Comenzaron a ponerlo enfermo y, peor, colérico, esas llamadas telefónicas de jóvenes vendedores a la intempestiva hora posterior a la comida y cogiendo un agradable duermevela ayudado por las tremendas estupideces de todo tema político de los telediarios (Veamos: Celestino sabía que trataban cosas serias, por supuesto, pero es que no conseguía dar con ningún busto parlante de estos en función de político que todo lo arregla que tuviera ni puta idea de lo que estaba largando como panacea ni de lo que se debía hacer, ahora y hace bastantes años, etc., etc...
Entonces cuando ya el duermevela se iba convirtiendo en un pequeño y glorioso sueñecito, sonaba el aparato y alguna joven voz pretendía venderle lo que fuera, que cambiara de compañía suministradora, de móvil, de... No sabía cómo combatir este tema hasta vivir un día en que llegó a perder los papeles:

-Oiga, caballerete, ¿esto se graba?
 -Por supuesto, Don Celestino
 -Vale, mire, transmítale a su Director Comercial que es un comemierda cabrón que ha parido esta forma de vender, que en lugar de vender no hace más que joder al personal en horas inadecuadas...
 -¡Pero, oiga, Don Celestino!...
 -Y usted, jovencito, búsquese otro trabajo o váyase a la mierda.

Reflexionó con acaloramiento que él no se podía permitir ese comportamiento tan soez. En el paseo del día siguiente fue  recorriendo establecimientos de chinos o todo en el pudiera encontrar lo que buscaba. Y lo encontró.
Llegó un día en el que recibió la dichosa llamada:
De inmediato cogió el "aparatito" que había comprado que, accionado, emitía un sordo y a la vez elevadísimo pitido agudo, muy agudo, capaz de dejar sordo por más de media hora al que lo escuchara. Nuestro Celestino, en cuanto la joven voz comenzaba su discuro, aplicada el trasto al auricular y le daba. Veces había en que todavía escuchaba como un quejido y, seguido, el corte de la comunicación. En ese momento le salía la sonrisa de ser del averno con un colmillo fuera, reluciendo.

Tampoco podía soportar -y lo encuentro de lo más normal- a los que a las tres o  dos y media de la tarde, tocaban a su puerta. Cansinamente, todo hay que decirlo claro, con el duermevela bien jodido, nuestro amigo se levantaba del sofá y abría. !Joder, algunos de los que llamaban por teléfono, se habían materializado y los tenía allí delente:

-Don Celestino, caballero, ¿es usted el dueño de la vivienda?
.....
-¿Nos puede mostrar sus facturas de Gas y Electricidad?. Mire, es que le ofrecemos...
Celestino, ya pasados meses y años de esta monserga, perdía los estribos:
-Miren, jovencitos, no quiero cambiar nada, y si por no cambiar pago más, pues, miren, soy feliz, ¡¡Yo quiero ser el que más paga en España; y ustedes, por favor se lo pido -conste que no muestro mala educación- ¡cojones, no vuelvan por esta casa! Apúntenlo, "piso tal puerta cual: ¡NO VOLVER, COÑO!
No consiguió nada.
Uno de esos días de llamada a la puerta a la hora más inadecuada del día, con nuestro Celestino a un suspiro de entrar en ese ligero sueño que...
Sonó el timbrazo. Celestino, como pudo, se levantó del sofá y fue hasta el rincón donde reposaba una estaca gordísima que le habían regalado en el pueblo -no sabía si de olivo, de almendro o de qué...-
Abrió la puerta y se encontró con dos sonrisas totalmente idiotas de dos jovenzuelos. No los dejó ni hablar:

 -¿Venís a ofrecerme algo?
 -Pues sí, Don Celestino, ¿tiene Vd. a mano unas facturas de gas y electricidad (en otras ocasiones eran compañías de móviles).
 -Mirad, jovenzuelos -Celestino fue, de forma sutil, haciéndolos retroceder hasta el borde del primer escalón de la escalera- Pues, mirad, sí, voy a sacar esas facturas que me pedís. 
Sólo él sabe cómo se dio el giro, pero con la cadera les dio tal empujón que ambos cayeron rodando hasta el primer descansillo.
Al cabo de unos segundos -en los que Celestino había desaparecido de escena- volvió a la puerta de su vivienda.

 -¡¿Pero, gente, qué os ha pasado?!
Seguía con la estaca empuñada. Y siguió.
 -¿Os habéis hecho algún mal serio? -blandió en el aire el tronco manual- Celestino siguió con la sorna de un puro criminal: ¿llamo a una ambulancia o a la policía? -y le daba vueltas en su mano a la enorme estaca- ¿Sabéis,? Es que esta escalera es vieja y está muy deteriorada y a la mínima va y ¡zas! se pega el resbalón y el golpe cualquiera. Siguió: "Yo os recomiedo que no volváis por aquí" Esto último lo dijo dándole vueltas al leño y, ya, con el colmillo siniestro fuera.
Nadie podría explicar cómo, pero los jovenzuelos, nada más vieron bajar un escalón en dirección hacia ellos a nuestro Celestino dándole vuetas a la estaca, se recompusieron de inmediato, olvidaron los golpes de su caída y corrieron escalera abajo.

No volvió nadie de esta gente a molestar, a la hora del duermevela posterior a la comida, a mi amado Don Celestino (sí, he llegado a amarlo; es un tipo como quisiera ser yo, ¡¿y qué?!)

(Debo hacer una pausa como narrador y, claro, como tal, aprovecharla.
Mi edad ya es de las que empiezan a dar la coña con la próstata -alguno, de esta misma edad, por quitarle importancia y aportar broma, la llaman "posdata".
Fuera historias, es el caso que me estoy meando, así, a lo imperativo, como manda la imbécil próstata en estas edades. Así es que hasta dentro de un rato, que consiga vaciar la vejiga y no quede el "residual" de las narices, sí, ese poso que, cuando uno cree que que va a estar tranquilo, va y a los 10 minutos, tienes que volver a visitar la taza.
Aprovecho el asunto -ya lo he anunciado-:

Los hombres, casi todos, orinamos en pie.
Vayamos por el principio: ¿Cuántos hombres existen que, de buena mañana o a la hora que sea, se sientan en la taza -claro, para descargar sólidos, no para orinar- y se paran a pensar en todo lo que piensan, discurren y hasta deciden en tanto vacían la porquería de sus entrañas? Sería un estudio importante el saber las tremendas e importantes resoluciones que muchos gerifaltes han tomado mientras, sentados, así, a lo bruto, cagaban. -A mí es que nunca me ha convencido, en novelas o películas- la escena de esos tipos que van al vater con un libro, una revista o lo que sea para leer. Ustedes/vosotros me perdonáis pero es que cada tarea requiere su atención. Porque, vamos a ver: Si uno va flojo y en dos minutos acaba, ¿para qué narices se lleva lectura al trono? Y si otro va, digamos, taponado o estreñido, o pone todo su afán en descargar o si, encima, quiere leer, se le puede hacer de noche con el ojete sin dar fruto.
Pues, mirad, hay que fijarse también -me perdonen mi basto expresarme, si es que lo es- en el mear de los hombres. Más aún en los de cierta edad -digamos la mía... ¿y a ti/Vd. qué narices le importa?-
Los hombres a los que me refiero suelen orinar o mirando al techo o hacia abajo. Lo más normal es que miren hacia abajo para procurar que "la regadera" no moje demasiadas baldosas y, una vez enfocado bien el tiro, o bien dirigida la manguera, mirar al techo, una mano apoyada en el alicatado, la otra donde debe de estar, y pensar, pensar, pensar... hasta que uno nota que ha llegado el momento de sacudir las últimas gotas. -No obstante, siempre sabe uno que dentro de nada el dichoso "residual" lo hará volver al mismo escenario-.
Bueno, pues eso, he concedido el capricho apremiante a mi próstata y a ver si me da tiempo a terminar antes de que me ataque el tan repetido "residual".
Como tengo el ojo izquierdo a su manera, que a veces me varía la visión, mis dedos teclean a ver si aciertan, así que antes de recomenzar estaba yo repasando la tipografía -de la ortografía ninguna posible culpa tiene el dichoso ojo-. En fin, así estaba y me apretó el famoso "residual". Hale, bajada de cremallera, miro hacia abajo para atinar  bien y ¡zas!, va y el dichoso ojo salta y se tira a darse un baño en las reducidas agüitas del fondo del blanco recipiente de "Roca", que puede acoger de todo menos ojos, coño...
Escuchad, ¡atónito me quedé! Las aguas estaban claras y limpias porque hacía muy poco que había orinado y -pulcro que es uno- pulso, como mínimo, dos veces la cisterna. A pesar de ello me daba algo de asquito meter allí abajo la mano para recuperar mi ojo que, por cierto, el cabrón va y flotaba, ¡no se hundía!, y quedaba siempre con el iris y pupila hacia arriba, como mirándome al estilo "muerto". Y seguía flotando y a mí se me acumulaban los problemas, a saber: me estaba meando de forma acuciante, el ordenador esperándome -y no había "guardado" lo escrito-, el ojo impertinente mirándome siempre... es que ¡tiene huevos; además de no hundirse no paraba de mirarme de esa forma indefinible pero muy como de otro mundo...
Conseguí sacar mi ojo e inmediatamente, con apresuramiento excesivo, liberé la manguera y el dichoso residual regó todo el frontis donde se ubicaba la taza. "Pa'cagase": ahora, dos faenas, limpiar lo mejor posible el riego de mi pilila y adecentar mi ojo para intentar de nuevo llevarlo y acoplarlo a su sitio de donde nunca debió salir ni, menos aún, estropearse.
Aseado yo y -lo mejor que sabía- el cuarto de baño, fui a la cocina a buscar el envase de FAIRY, el lavavajillas. Dicen que es el que mejor limpia, quita grasas y de todo. Fregué bien el ojo díscolo y lo sequé soplándole. Ya bien seco, lo acople a su lugar en mi jeta y fui tanteando hasta dar con la rosca del nervio al que correspondía, fui dándole unas vueltecitas y, hala, una vez enroscado, a la marcha. El tipejo -que ya empezó a mirar, aunque de mala manera, normal- volvió a ejercer sus mermadas facultades todavía en proceso de diagnóstico).

  
A los dos o tres años, mi querido Celestino, se dio cuenta de que no había vencido, en absoluto. Siguió con sus tácticas del pitido agudo por el micro del teléfono y las "caídas casuales" por la escalera.
Entre esto y el vivir, con perdón, la "puta vida" fuera de las cuatro paredes de su departamento antiguo de trabajo, fueron convirtiendo a mi pacífico Don Celestino en un ser bastante avieso que se había autoproclamado "adalid y defensor" de las buenas maneras y convivencia ciudadana.
El último tercio de su vida, en el tramo de una a dos horas después de su frugal siestecita, lo convirtió en su despiadada cruzada:
Se compró un bastón de estilo rústico que más era una buena garrota que un fino apoyo para los andares de un viejo.
Paseaba por las aceras cercanas al patio de su casa. Veía venir en su contra, por la acera, un ciclista a media pastilla. Nadie descubrió nunca el arte que tenía para dar un leve toque entre los radios de cualquier rueda. El ciclista se daba un morrón de mil demonios. Hecho unos zorros veía acercarse a él a un viejales dándole vueltas a una garrota, con pretensión de ayudarlo:
 -¿Estás bien; te notas algo roto; quieres que llame a alguien...?
El del suelo, bastante maltrecho escuchaba la voz de Celestino, pero sólo veía la garrota dando vueltas cerca de su cabeza. Ése, por lo menos, por esa acera no volvía a pasar.
Otras veces descubría a jovenzuelos, muy pulcros y aseados, con unas carpetas bajo la axila, pulsando timbres de algún patio. Viviera o no en ese patio, se les acercaba volteando, como siempre, la garrota:
 _¿Buscáis a alguien? Es que yo soy vecino.
 - No, señor. Es sólo una promoción comercial.
Entonces con un estudiado gesto de mal disimulo, la garrota iba a parar a dar un tremendo golpe a la puerta enrejada del patio.
Los jovenzuelos retrocedían un tanto.
Entonces se oía la voz la voz de algún incauto vecino:
 -¿Sí, diga; quién es?
Era Celestino el que contestaba:
 - Nada. Perdone oiga. Nos hemos equivocado. Mientras, los caballeretes se largaban a paso ligero. Mi Celestino, se plantaba en la acera con una mano en el bolsillo del pantalón, muy chulo él, y seguía volteando su garrota.

De cualquier forma, a los que más odiaba era a los Testigos de Jehová (no sé si se escribe así). Éstos, más mayores, no tenían la agilidad de la juventud y más de uno se llevó -aquí lo medía- un leve garrotazo.

Y más, muchas cosas más. Esto es no más una muestra para demostrar de cómo el mundo puede transformar a un ser pacífico por naturaleza en alguien peligroso plantado en medio de la acera de su barrio con una garrota en la mano y la otra, chulescamente, levantando el faldón de la chaqueta, metida en el bolsillo del pantalón. Hasta de la corbata había prescindido.
¡Ay, mi Don Celestino!
Así, y más duro todavía, terminó el último tercio de su vida.
(Espero que al morir no lo manden al cielo: sólo le faltaba a él, en la otra vida, toparse con todos los sinvergüenzas mangantes que, a base de golpes de pecho y comunión diaria -y dejar aquí abajo bien sembrado su dinerete, a lo simple, robado- habían ido a parar allí y pasaban las tardes con Dios -como en una novela del manchego Rodrigo Rubio, ya fallecido "jugando al mus sin siquiera mirar un momento hacia abajo para ver cómo andaba la cosa, dicen que, por Él creada. (Y digo yo, como creo que le leí a José Luis Sampedro en una ocasión: "¿Y si Él creó todo esto, por qué se despreocupa tanto, por qué no se ocupa algo de sus sembrados?" Algo así, vamos.

                    F  I  N


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Me he cansado -más aún con este ojo de mierda que arrastro- y, quizás, os he cansado, amables visitantes. Y eso que me quedan cosas, pero bueno, va, para otro día.


DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano