domingo, 26 de febrero de 2012

MAL USO DE LA LENGUA...¡para la parla, ojo!

Imagen de entrada.
Chimenea en la cocina de mi "escape" -Agosto 2011 en ALATOZ-
Está ocupada, ahora, por una estufa de cáscara de almendra -que no veas el calor que "tira" ese trasto-.
Está  decorada con una especie de barreño de puro cobre (ese brillo lo ha sacada mi santa a base de inagotable fregoteo) que, si no me equivoco, era -aún lo será, aunque quede poca matanza-, el recipiente en el que a medida que brotaba se removía la sangre que se le iba al gorrino después del certero cuchillazo del matarife y el largo, chirriante y escalofriante grito del cerdo, bien sujetado por varios hombres bien fornidos.
He de confesar que yo, aunque no quiera ver esta ceremonia o ritual -que es una auténtica fiesta en los pueblos donde supervive-, digo, confieso y aseguro que los productos derivados del bicho (que, ojo!, se aprovecha todo él, enterito), son algo majestuoso para el buen yantar de buen paladar y exquisita vitamina para el colesterol.

ADVERTENCIA:
Sería una gloria que hoy sí saliera el cuento que llevo varios días queriendo trasladar aquí y que, aunque contiene un diálogo "durito"´en personajillos nada apropiados para esta lengua, juro que lo escuché personalmente en la misma calle Guillén de Castro por enfrente del MUVIM

QUE JERGA LARGA  LA CHAVALERÍA , PORFA


         Viajaba yo sobre descansados pies hacia mi casa. Cansado el ánimo, dolorcillo puñetero en las cervicales, cifras y prosas financieras como nubarrones plomizos en mi cerebro, músculos adormecidos, piernas entumecidas, culo acorchado (Es lo que más sufre en mi profesión, el culo. Soy administrativo; chupatintas, vamos.

           Busco diariamente el inicio de mi relajo en este caminar, paseo o callejeo desde el despacho hasta mi hogar. Ejercito lo dormido y despejo lo embotado.

               Se emplaza el lugar de mi currelo en el mismo centro del consumo desenfrenado y el correr del dinero de plástico de la ciudad, presidido por su fundador y líder, El Corte Inglés ,  a cuyo alrededor, como moscas que acuden al llamado y reclamo de lo que más les encanta -hay gustos para todo-, se han ido apelotonando, con el tiempo, cientos de comercios, boutiques y franquicias de esas cadenas tan conocidas que pretenden vestirnos a todos igual pero que sólo lo consiguen -eso sí, de forma primorosa- con la juventud (Yo, particularmente, doy mi mejor premio y apoyo de continuidad a las personas que diseñan, sobre todo, para  las jovencitas -me importa un pito si me tachan de "lolitero"-

                 La planta baja de El Corte Inglés aloja la sección de perfumería y cosmética que, para cualquier admirador del armazón femenino. mirón ávido de alimento con el que vitaminar el cansado aliento del vivir, constituye el más casto centro erótico de la urbe (sí que cabe la incongruencia porque sólo por mirar a nadie le han reventado las narices, que yo sepa) O sea que, entre lo que desde allí se vomita a la calle y la contribución de los demás establecimientos de moda, los primeros veinte minutos de la larga media hora que, con pausado paso, invierto en llegar hasta mi sofá, consigo, con este voluntario y tranquilo ejercicio al salir del trabajo, contrarrestar más que bastante mi alicaído arrastrarme y meter en mi espíritu algo de alegría.

                  ¡Qué gloria, oiga, esa calle, ese centro de desequilibrar presupuestos mensuales! Ninfas, jovencitas, adolescentes, mujeres, risas  y sonrisas en labios, ojos pintados para ir de compras, moda del ombligo, la gracia que puede tener el movimiento de un cuerpo, el asombro permanente de cómo pudo conseguirse tan armonía, montes y valles -sí, lógico, ya sé: caminan  por allí hombres... ¡ lo sé ¿los veo?1.

              Sí, uno llega ante su televisor con mejor talante, suavizado el rictus de asco con el que salió del ascensor del edificio de oficinas y despachos de la colmena de la Capital.

                       Pero el día de autos, el que les decía que viajaba yo sobre mis descansados pies, tuve la mala fortuna de además de ver,  oír y, encima, por la cercanía, verme obligado a escuchar...

                       Dos deliciosas criaturas, jovencitas en sazón -¿tal vez 16, 17 añitos? Da igual- trotaban con jaraneros andares unos metros por delante de mí, en el sentido de mis pasos. Pinta de niñas bien. Dulcisimas traseras desde sus cabellos hasta sus talones. Una, rubia de corta melena lacia -no parecía gualdo de tinte- se vestía con ancho jersey de tono ahuesado y oprimía sus altas nalgas con minifalda de tubo de negro color; calzaba botines cortos de tacón ancho y de mediana altura; pantis -impresión mía el que deberían ser pantis- de color de piel morena de agosto enfundaban sus piernas de formas de escultura rabiosamente figurativa. La otra, con estudiado alboroto en su cabello castaño, de corte corto y con alguna mecha rubia, lucía suéter ajustado de color indefinible -tal vez se podría decir gris perla, o algo así- zanjaba su caída en la cintura; vaquero elástico, ay, ceñidísimo, y playeras blancas; mediana mochila a su espalda -aunque mediana, de ésas de las que hay que huir en el metro: se vuelve la ninfa de pronto e, invariablemente, le arrea la mochila a tu humanidad y acabas sentado en el regazo de la señora gorda que va a las rebajas de El Corte Inglés. De momento, deje instalada mi atención en el ya importante y vistoso culo cuyas nalgas oprimían los vaqueros elásticos y la juerga del sube y baja de sus dos mitades.

                  Mis veinte minutos de necesario entretenimiento diario estaban a punto de concluir. La acera se iba llenando, paradójicamente, de más espacios vacíos, sin pies. La boutique más alejada del centro, se iba quedando atrás. Sospeché que tendría la buenaventura de inspeccionar sus anversos pues su caminar era más lento que el mío. De pronto de pararon y se enfrentaron la una a la otra. La rubia oprimía contra la promesa de sus pechos una carpeta de anillas y dos o tres libretas grandes, abrazándolo todo con sus dos brazos; labios finos, bien dibujados y ojos claros -diría que grises- algo achinados y con los párpados maquillados de difuminado verde; nariz graciosa, algo chatilla. La de la mochila me ofreció un perfil de los que te vuelven a congraciar con el motivo que fuera que llevó a Nabokov a parir su famosa Lolita. Los glúteos, que en visión plana y de frente, brincaban antes con desparpajo entre sus caderas, eran ahora una encantadora montaña redonda y respingona que nacía desde su misma cintura; la opresión de su suéter marcaba unas agresivas teticas como pitones de novillo inquieto; labios gruesos, besadores; nariz brevemente afeada por un leve toque aguileño; enormes y redondos ojos negros con muy marcada raya, también negra, en los párpados. Delicioso el conjunto, vamos. El dúo era  la visión más maravillosa con cuyo recuerdo podría llegar hasta la puerta de mi casa para el resto del ya aburrido camino que me quedaba.

              Hablaban fuerte. Me empecé a decepcionar. ¿Qué poca gente habla con tono mesurado? El desencanto total me invadió en cuanto, aún a dos metros para llegar a su altura el ruido -sí ruido-  de su conversación lo escuché convertido en palabras, frases. Las preciosas niñas estudiantes parecían enojadas la una con la otra. Llegó el primer estampido a mis tímpanos:

                - ¡Hostia, no me jodas!
                 -¡ Qué quieres, coño!
                 - ¡Hostia, espérate, no te pierdas ya, leche!
                  -¡Tía, no me toques los cojones (¿¿??) ¿Y qué le digo a la vieja?
                  - ¡Que le den por culo, oye, tía!
                  - ¡Tía, que es mi madre, tú, coño!
                 - Joder, es que siempre nos escoña el plan, tú. ¡Hay que joderse!
                 - Va, tú, que la parada está en el quinto coño. ¡Que no llego, tía!
                    - No jodas que no hay otro más tarde.
                   - ¡Claro, tía, pero no llego a la hora de mi vieja, hostia, ¿te lo digo otra vez?
                    - Oye, tía, hala, que te follen. ¿Eres una huevona!
                   - Tú dirás, maja, o me jodo hoy o el fin de semana. ¿Me acompañas un trozo?
                    - ¡¿Encima, tía?!
                    - Va, joder, no te pongas cabrona.
                    - ¡Qué mamona eres!
                    - ¡Vale, tía, va! ¡A lo mejor va en el mismo bus ese tío del paquete!
                    - ¡Hostia! ¿Sí?
                 - Hay días que sí. Yo no me pego a él porque me da corte... ¡Está de bueno...!
                    - Va, joder, tú ganas, tía... ¡Pero como no esté el tío!
                    - ¡Te morrearía, tía! Eres una amiga guay.
                    - ¡Tócame el conejo, anda. Tira para allá, tía.

El último piropo ya me llegó flojeando decibelios. Me volví a mirarlas. Se encaminaban hacia un esquina próxima. Me pareció que eran hasta patizambas. Si una de estas ninfas, pensé, y al iniciar la más sublime de las caricias, me suelta algo como lo que había escuchado, me deja impotente de por vida.

Hecho trizas ya el encanto de mis diarios veinte minutos, aceleré al paso. Sentí verdadera ansiedad por llegar hasta mi sillón orejero, favorito para mis lecturas, y deborar, antes de la cena, todas las páginas que pudiera del magnífico libro que estaba leyendo.

Mi mujer me recibió más cariñosa que de costumbre. La miré algo extrañado por la ausencia de la "cotidianidad conyugal"... Hasta se había maquillado un tanto. Puso en mis labios un beso sin peso alguno por la mucha levedad que traen los muchos años años de convivencia conyugal. Me dijo al oído mientras me estrechaba:

             - Tus hijos no vienen a cenar. Y llegarán bastante tarde.

Lo que es la lengua, el lenguaje. No pude encontrar por ninguno de mis internos rincones mi líbido ni, mucho menos, reacción alguna en su representante físico.

                                 Luis Ramírez de Arellano
                                 Julio de 2001

Para DESVENCIJADO: 27 fEBRERO 2012.
             



1 comentario:

  1. Des,

    Lo primero… Enhorabuena por la elección de fuente y el tamaño. Desde mi humilde punto de vista, ahora se lee con mayor facilidad.

    Segundo… ¡OLE, OLE Y OLE!. El cuento se publicó.

    Sobre el cuento en sí…

    El “Corte Inglés”… El centro neurálgico de gastar dinero, cuando lo tienes. No sólo les gusta a las Lolitas, sino también a las maduritas cuando podemos permitirnos algún que otro capricho. ¿Por qué?. Porque la hembra es animal de compra, entre otras cosas, y no hay nada más relajante, para nosotras, que poder despilfarrar el dinero con trapitos para cubrir el cuerpo y sentirse bien.

    Y aunque “EL DESENCANTO LOLIL” te despojara de todo tipo de líbido, te aconsejo que sigas paseando con paso quedo por la médula espinal y las vértebras discales y sin discos del centro comercial de nuestra querida Valencia.

    Porque siempre, siempre veras… Culitos, tetitas con pitones a punto de disparar, culos oriundos, pechugonas, divas de Loewe, maduras busconas, “culos oles” de edad indeterminada y siliconadas a tutiplén.

    Tú, te vas… Chano, chano con un MP3 para no escuchar barbaries, y si no te mola la música en el interior del oído, te compras unos tapones en la farmacia… Y a recrear la vista, que para eso está.

    Simpático, tu cuento. Como siempre he terminado riendo a carcajadas con tu guasa.

    Bss,

    Ann@ Genovés

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