sábado, 14 de julio de 2012

CUENTO EJEMPLAR Y ALGUNA ASTRACANADADO


(Doblada, sí. O inclinada, como quieran -¡Tantas veces nos la meten doblada...!
Digo yo, ¡qué coño más dará si ésta ha salido así)

Bien: Fotografía de un dibujo mío que forma pareja con otro -de unas barcas de bajura- publicado entradas atrás. Acabemos con esta vaina:

"Marina parida sobre cartulina azul  al carboncillo y tiza entre los años 1969/1975"
Todavía, entonces, yo dibujaba... y pintaba (ya saldrán).Aunque el mundo me fue bajando los humos y me decanté totalmente por la escritura... con unos éxitos que mejor no comentar.


Vamos a empezar por EL CUENTO EJEMPLAR

DON CELESTINO Y SU MAL GENIO

Don CELESTINO ENCERRADO GARCÍA era, siempre lo había sido, un tipo muy normal, pero tenía un gran defecto para el mundo actual: era muy recto, con un excesivo concepto de la educación y un, todavía más alto sentido de la convivencia (para él, esto se centraba en no "molestar a nadie si no quieres que no te molesten a ti")

 No podía soportar a ningún congénere expendedor de bromas idiotas -a veces insultantes- y menos aún comentarios vejatorios sobre nadie que no estuviera presente para defenderse u oponer su opinión.

Lo que peor soportaba nuestro CELESTINO es que durante casi cuarenta años de trabajo junto con, prácticamente, salvo algún pequeño relevo, sus seis -a veces siete u ocho- compañeros de departamento, lo llamasen, siempre, "TINO". Él, con los mejores modos, muy al principio, se dirigió a todos sus compañeros de currelo: "Me llamo "CELESTINO, por favor, ¿es que no podéis llamarme así"? Siempre obtenía la misma respuesta: "¡Coño, TINO, siempre con lo mismo, eres pesadito ¿eh?)"

Acabó, en aras de, siempre, buscar la paz, por admitir que lo llamaran como quisieran. Llegaría su tiempo y soportando ser el blanco de bromas con motivo, casi siempre, de su rectitud y compromiso, responsabilidad al fin, con el trabajo y su llegar el primero por la mañana y salir el último. En uno de esos fondos vengativos, recalentado por tantos años, Celestino, aún no sabía la forma, pero se la tenía jurada a toda la panda de imbéciles con los que trabajaba.

Nuestro DON CELESTINO, era -y es, creo que todavía vive- en los ámbitos en los que podía, totalmente intransigente con determinadas normas de familia: la santa convivencia regida por la más esmerada educación -claro, no se llevaba de maravilla con, casi, ninguno de sus cuatro hijos, entre hembras y varones-.  (Los ejemplos requerirían otro capítulo, entre otras cosas porque tipos tan modélicos no hay forma de encontrarlos, o cuando consigues dar con uno, dan para una novela, normalmente trágica porque, a qué engañarnos, gente seria en su relacionarse, educada, con un buen saber estar... ¿se conoce a muchos? Como pobre ejemplo, podemos encontrarnos con alguien que, digamos, parece algo decente... pero ¡ ah!, comienza a largar o a hablar y su parloteo, el tono de su parlamento es de tal estruendo que el establecimiento entero puede parar sus dentelladas al bocata para averiguar de qué mesa brota tal escándalo.

Pero se acercaban los días de mi querido DON CELESTINO (¿y por qué querido del narrador, alias "YO"? Está muy claro para todo aquél que lea por costumbre: He puesto en los sentimientos de un ser de ficción, muchas cosas -¡OJO, NO TODAS!- de las que corren por mis venas y arterias y se van depositando, buenas y malas ansias, en mi corazón que, como no quiere líos de arritmias y todas esas cosas, las transmite rápido a mi cerebro: y de ahí mis insomnios y, sobre todo, este mal del ojo izquierdo que voy soportando (entre otras cosas porque "lo bueno", a uno le es dificilísimo ponerlo en práctica en muchas ocasiones).

Y llegó el día  de la jubilación.

Parece que los compañeros, aun sin caerles muy bien el tema algo sentimental de "despedidas de este tipo" y más con nuestro arisco CELESTINO ("Tino" para ellos durante muchísimos años) organizaron en el restaurante de la esquina, como una especie de aperitivo, un aperitivo "medianejo", lleno de gritos, sorna y bromas de mal gusto para la inmediata inactividad laboral de "TINO".
Mi Celestino a todo sonreía y daba las gracias, pero un buen observador, sin duda hubiera captado el fondo diabólico de la sonrisa de Tino agradeciendo a todos el acto y el detalle de un burdo pergamino enmarcado en un tosco marco... "De tus compañeros en el día... de tal y cual". El gracioso gilipollas del que no se libra nadie en ningún centro de trabajo, en el dorso del cuadro le había adherido una caja de preservativos con una leyenda, supuestamente graciosa, de la que ni me acuerdo ni merece la pena recordarla aquí.
Llegó el momento del brindis del adiós con uno de esos cavas que dan ardor de estómago. Las copas comenzaron a circular, y nuestro Celestino, puso en obra su perverso plan: iba tirando gotas de su venganza, con mucho disimulo, seriedad y discrección que, claro, según era, a nadie extrañaba la prosopeya que "el Tino se estaba gastando". Es el caso que en todas  las copas ajenas dejó caer, en cada una, una generosa dosis de chorritos de "Evacuol".
A la media hora vio salir disparado hacia los servicios a uno de sus compañeros, precisamente el más "graciosete". A Celestino comenzaron a asomarle, ahora por un lado luego por el otro, unos colmillos que se escapaban de una sonrisa auténticamente siniestra.
Cuando se iniciaron abrazos, adioses y buenos deseos, varios abrazaron -o lo que sea- a Celestino con el rostro congestionado y el culo apretadísimo.
Al día siguiente no acudió ninguno a trabajar. El gran jefe comentó: "Cago en todo, esto estando Celestino no hubiera pasado".

&&&&&&&&&&

La jubilación de Celestino iba transcurriendo, como ahora se dice, "jubilosamente", tranquila y placentera; sus hijos no le habían asignado el papel de cuidador de nietos ni el de "como no haces nada" recadero y solucionador y extractor de papeleos diversos.
Se hacía sus largos paseos por la mañana y gustaba, luego, de tomar un cafetito en un pequeño bar -más cafetería que bar- en el que comentaba, con un pequeño grupo de gente educada, de todo. En la tertulia ninguno quería sacar el tema económico, ni cosas de España ni de Europa porque, siempre que esto sucedía, uno u otro, y hasta Celestino, sacaban sus fondos negros a relucir y por ende, sin poder evitarlo, surgía, pastosa y olorosa, la palabra "mierda".
Pero el mundo, la vida, es muy roñosa en soltar bienestar, placer de vivir, no. La vida, con pequeñas o grandes cosas tiende siempre a fastidiar a quien sea: Comenzaron a ponerlo enfermo y, peor, colérico, esas llamadas telefónicas de jóvenes vendedores a la intempestiva hora posterior a la comida y cogiendo un agradable duermevela ayudado por las tremendas estupideces de todo tema político de los telediarios (Veamos: Celestino sabía que trataban cosas serias, por supuesto, pero es que no conseguía dar con ningún busto parlante de estos en función de político que todo lo arregla que tuviera ni puta idea de lo que estaba largando como panacea ni de lo que se debía hacer, ahora y hace bastantes años, etc., etc...
Entonces cuando ya el duermevela se iba convirtiendo en un pequeño y glorioso sueñecito, sonaba el aparato y alguna joven voz pretendía venderle lo que fuera, que cambiara de compañía suministradora, de móvil, de... No sabía cómo combatir este tema hasta vivir un día en que llegó a perder los papeles:

-Oiga, caballerete, ¿esto se graba?
 -Por supuesto, Don Celestino
 -Vale, mire, transmítale a su Director Comercial que es un comemierda cabrón que ha parido esta forma de vender, que en lugar de vender no hace más que joder al personal en horas inadecuadas...
 -¡Pero, oiga, Don Celestino!...
 -Y usted, jovencito, búsquese otro trabajo o váyase a la mierda.

Reflexionó con acaloramiento que él no se podía permitir ese comportamiento tan soez. En el paseo del día siguiente fue  recorriendo establecimientos de chinos o todo en el pudiera encontrar lo que buscaba. Y lo encontró.
Llegó un día en el que recibió la dichosa llamada:
De inmediato cogió el "aparatito" que había comprado que, accionado, emitía un sordo y a la vez elevadísimo pitido agudo, muy agudo, capaz de dejar sordo por más de media hora al que lo escuchara. Nuestro Celestino, en cuanto la joven voz comenzaba su discuro, aplicada el trasto al auricular y le daba. Veces había en que todavía escuchaba como un quejido y, seguido, el corte de la comunicación. En ese momento le salía la sonrisa de ser del averno con un colmillo fuera, reluciendo.

Tampoco podía soportar -y lo encuentro de lo más normal- a los que a las tres o  dos y media de la tarde, tocaban a su puerta. Cansinamente, todo hay que decirlo claro, con el duermevela bien jodido, nuestro amigo se levantaba del sofá y abría. !Joder, algunos de los que llamaban por teléfono, se habían materializado y los tenía allí delente:

-Don Celestino, caballero, ¿es usted el dueño de la vivienda?
.....
-¿Nos puede mostrar sus facturas de Gas y Electricidad?. Mire, es que le ofrecemos...
Celestino, ya pasados meses y años de esta monserga, perdía los estribos:
-Miren, jovencitos, no quiero cambiar nada, y si por no cambiar pago más, pues, miren, soy feliz, ¡¡Yo quiero ser el que más paga en España; y ustedes, por favor se lo pido -conste que no muestro mala educación- ¡cojones, no vuelvan por esta casa! Apúntenlo, "piso tal puerta cual: ¡NO VOLVER, COÑO!
No consiguió nada.
Uno de esos días de llamada a la puerta a la hora más inadecuada del día, con nuestro Celestino a un suspiro de entrar en ese ligero sueño que...
Sonó el timbrazo. Celestino, como pudo, se levantó del sofá y fue hasta el rincón donde reposaba una estaca gordísima que le habían regalado en el pueblo -no sabía si de olivo, de almendro o de qué...-
Abrió la puerta y se encontró con dos sonrisas totalmente idiotas de dos jovenzuelos. No los dejó ni hablar:

 -¿Venís a ofrecerme algo?
 -Pues sí, Don Celestino, ¿tiene Vd. a mano unas facturas de gas y electricidad (en otras ocasiones eran compañías de móviles).
 -Mirad, jovenzuelos -Celestino fue, de forma sutil, haciéndolos retroceder hasta el borde del primer escalón de la escalera- Pues, mirad, sí, voy a sacar esas facturas que me pedís. 
Sólo él sabe cómo se dio el giro, pero con la cadera les dio tal empujón que ambos cayeron rodando hasta el primer descansillo.
Al cabo de unos segundos -en los que Celestino había desaparecido de escena- volvió a la puerta de su vivienda.

 -¡¿Pero, gente, qué os ha pasado?!
Seguía con la estaca empuñada. Y siguió.
 -¿Os habéis hecho algún mal serio? -blandió en el aire el tronco manual- Celestino siguió con la sorna de un puro criminal: ¿llamo a una ambulancia o a la policía? -y le daba vueltas en su mano a la enorme estaca- ¿Sabéis,? Es que esta escalera es vieja y está muy deteriorada y a la mínima va y ¡zas! se pega el resbalón y el golpe cualquiera. Siguió: "Yo os recomiedo que no volváis por aquí" Esto último lo dijo dándole vueltas al leño y, ya, con el colmillo siniestro fuera.
Nadie podría explicar cómo, pero los jovenzuelos, nada más vieron bajar un escalón en dirección hacia ellos a nuestro Celestino dándole vuetas a la estaca, se recompusieron de inmediato, olvidaron los golpes de su caída y corrieron escalera abajo.

No volvió nadie de esta gente a molestar, a la hora del duermevela posterior a la comida, a mi amado Don Celestino (sí, he llegado a amarlo; es un tipo como quisiera ser yo, ¡¿y qué?!)

(Debo hacer una pausa como narrador y, claro, como tal, aprovecharla.
Mi edad ya es de las que empiezan a dar la coña con la próstata -alguno, de esta misma edad, por quitarle importancia y aportar broma, la llaman "posdata".
Fuera historias, es el caso que me estoy meando, así, a lo imperativo, como manda la imbécil próstata en estas edades. Así es que hasta dentro de un rato, que consiga vaciar la vejiga y no quede el "residual" de las narices, sí, ese poso que, cuando uno cree que que va a estar tranquilo, va y a los 10 minutos, tienes que volver a visitar la taza.
Aprovecho el asunto -ya lo he anunciado-:

Los hombres, casi todos, orinamos en pie.
Vayamos por el principio: ¿Cuántos hombres existen que, de buena mañana o a la hora que sea, se sientan en la taza -claro, para descargar sólidos, no para orinar- y se paran a pensar en todo lo que piensan, discurren y hasta deciden en tanto vacían la porquería de sus entrañas? Sería un estudio importante el saber las tremendas e importantes resoluciones que muchos gerifaltes han tomado mientras, sentados, así, a lo bruto, cagaban. -A mí es que nunca me ha convencido, en novelas o películas- la escena de esos tipos que van al vater con un libro, una revista o lo que sea para leer. Ustedes/vosotros me perdonáis pero es que cada tarea requiere su atención. Porque, vamos a ver: Si uno va flojo y en dos minutos acaba, ¿para qué narices se lleva lectura al trono? Y si otro va, digamos, taponado o estreñido, o pone todo su afán en descargar o si, encima, quiere leer, se le puede hacer de noche con el ojete sin dar fruto.
Pues, mirad, hay que fijarse también -me perdonen mi basto expresarme, si es que lo es- en el mear de los hombres. Más aún en los de cierta edad -digamos la mía... ¿y a ti/Vd. qué narices le importa?-
Los hombres a los que me refiero suelen orinar o mirando al techo o hacia abajo. Lo más normal es que miren hacia abajo para procurar que "la regadera" no moje demasiadas baldosas y, una vez enfocado bien el tiro, o bien dirigida la manguera, mirar al techo, una mano apoyada en el alicatado, la otra donde debe de estar, y pensar, pensar, pensar... hasta que uno nota que ha llegado el momento de sacudir las últimas gotas. -No obstante, siempre sabe uno que dentro de nada el dichoso "residual" lo hará volver al mismo escenario-.
Bueno, pues eso, he concedido el capricho apremiante a mi próstata y a ver si me da tiempo a terminar antes de que me ataque el tan repetido "residual".
Como tengo el ojo izquierdo a su manera, que a veces me varía la visión, mis dedos teclean a ver si aciertan, así que antes de recomenzar estaba yo repasando la tipografía -de la ortografía ninguna posible culpa tiene el dichoso ojo-. En fin, así estaba y me apretó el famoso "residual". Hale, bajada de cremallera, miro hacia abajo para atinar  bien y ¡zas!, va y el dichoso ojo salta y se tira a darse un baño en las reducidas agüitas del fondo del blanco recipiente de "Roca", que puede acoger de todo menos ojos, coño...
Escuchad, ¡atónito me quedé! Las aguas estaban claras y limpias porque hacía muy poco que había orinado y -pulcro que es uno- pulso, como mínimo, dos veces la cisterna. A pesar de ello me daba algo de asquito meter allí abajo la mano para recuperar mi ojo que, por cierto, el cabrón va y flotaba, ¡no se hundía!, y quedaba siempre con el iris y pupila hacia arriba, como mirándome al estilo "muerto". Y seguía flotando y a mí se me acumulaban los problemas, a saber: me estaba meando de forma acuciante, el ordenador esperándome -y no había "guardado" lo escrito-, el ojo impertinente mirándome siempre... es que ¡tiene huevos; además de no hundirse no paraba de mirarme de esa forma indefinible pero muy como de otro mundo...
Conseguí sacar mi ojo e inmediatamente, con apresuramiento excesivo, liberé la manguera y el dichoso residual regó todo el frontis donde se ubicaba la taza. "Pa'cagase": ahora, dos faenas, limpiar lo mejor posible el riego de mi pilila y adecentar mi ojo para intentar de nuevo llevarlo y acoplarlo a su sitio de donde nunca debió salir ni, menos aún, estropearse.
Aseado yo y -lo mejor que sabía- el cuarto de baño, fui a la cocina a buscar el envase de FAIRY, el lavavajillas. Dicen que es el que mejor limpia, quita grasas y de todo. Fregué bien el ojo díscolo y lo sequé soplándole. Ya bien seco, lo acople a su lugar en mi jeta y fui tanteando hasta dar con la rosca del nervio al que correspondía, fui dándole unas vueltecitas y, hala, una vez enroscado, a la marcha. El tipejo -que ya empezó a mirar, aunque de mala manera, normal- volvió a ejercer sus mermadas facultades todavía en proceso de diagnóstico).

  
A los dos o tres años, mi querido Celestino, se dio cuenta de que no había vencido, en absoluto. Siguió con sus tácticas del pitido agudo por el micro del teléfono y las "caídas casuales" por la escalera.
Entre esto y el vivir, con perdón, la "puta vida" fuera de las cuatro paredes de su departamento antiguo de trabajo, fueron convirtiendo a mi pacífico Don Celestino en un ser bastante avieso que se había autoproclamado "adalid y defensor" de las buenas maneras y convivencia ciudadana.
El último tercio de su vida, en el tramo de una a dos horas después de su frugal siestecita, lo convirtió en su despiadada cruzada:
Se compró un bastón de estilo rústico que más era una buena garrota que un fino apoyo para los andares de un viejo.
Paseaba por las aceras cercanas al patio de su casa. Veía venir en su contra, por la acera, un ciclista a media pastilla. Nadie descubrió nunca el arte que tenía para dar un leve toque entre los radios de cualquier rueda. El ciclista se daba un morrón de mil demonios. Hecho unos zorros veía acercarse a él a un viejales dándole vueltas a una garrota, con pretensión de ayudarlo:
 -¿Estás bien; te notas algo roto; quieres que llame a alguien...?
El del suelo, bastante maltrecho escuchaba la voz de Celestino, pero sólo veía la garrota dando vueltas cerca de su cabeza. Ése, por lo menos, por esa acera no volvía a pasar.
Otras veces descubría a jovenzuelos, muy pulcros y aseados, con unas carpetas bajo la axila, pulsando timbres de algún patio. Viviera o no en ese patio, se les acercaba volteando, como siempre, la garrota:
 _¿Buscáis a alguien? Es que yo soy vecino.
 - No, señor. Es sólo una promoción comercial.
Entonces con un estudiado gesto de mal disimulo, la garrota iba a parar a dar un tremendo golpe a la puerta enrejada del patio.
Los jovenzuelos retrocedían un tanto.
Entonces se oía la voz la voz de algún incauto vecino:
 -¿Sí, diga; quién es?
Era Celestino el que contestaba:
 - Nada. Perdone oiga. Nos hemos equivocado. Mientras, los caballeretes se largaban a paso ligero. Mi Celestino, se plantaba en la acera con una mano en el bolsillo del pantalón, muy chulo él, y seguía volteando su garrota.

De cualquier forma, a los que más odiaba era a los Testigos de Jehová (no sé si se escribe así). Éstos, más mayores, no tenían la agilidad de la juventud y más de uno se llevó -aquí lo medía- un leve garrotazo.

Y más, muchas cosas más. Esto es no más una muestra para demostrar de cómo el mundo puede transformar a un ser pacífico por naturaleza en alguien peligroso plantado en medio de la acera de su barrio con una garrota en la mano y la otra, chulescamente, levantando el faldón de la chaqueta, metida en el bolsillo del pantalón. Hasta de la corbata había prescindido.
¡Ay, mi Don Celestino!
Así, y más duro todavía, terminó el último tercio de su vida.
(Espero que al morir no lo manden al cielo: sólo le faltaba a él, en la otra vida, toparse con todos los sinvergüenzas mangantes que, a base de golpes de pecho y comunión diaria -y dejar aquí abajo bien sembrado su dinerete, a lo simple, robado- habían ido a parar allí y pasaban las tardes con Dios -como en una novela del manchego Rodrigo Rubio, ya fallecido "jugando al mus sin siquiera mirar un momento hacia abajo para ver cómo andaba la cosa, dicen que, por Él creada. (Y digo yo, como creo que le leí a José Luis Sampedro en una ocasión: "¿Y si Él creó todo esto, por qué se despreocupa tanto, por qué no se ocupa algo de sus sembrados?" Algo así, vamos.

                    F  I  N


&&&&&&&&&&&&&&&&&&&


Me he cansado -más aún con este ojo de mierda que arrastro- y, quizás, os he cansado, amables visitantes. Y eso que me quedan cosas, pero bueno, va, para otro día.


DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano 












2 comentarios:

  1. He leído con cierta atención (porque cierta?. No lo se) su relato, o cuento ejemplar como lo llama Vd.
    Me ha recordado muchas cosas, la vida misma, el día a día.
    YO CONFIESO. He sido un precursor en llamar por teléfono a la hora de comer, no en la siesta, porque podía darse el caso que se fueran a trabajar pronto y nos los pillara.
    En aquel entonces a nadie se le ocurría y tenía un éxito brutal. Conseguía hablar con la gente que me interesaba y no había forma de localizar.
    Morosos, clientes inactivos, y algunos tan cabrones como yo.
    Cuando aquello, mi gestión, se dieron cuenta los jefes de Marketing y de ventas lo útil que era, yo ya me había salido. Mi sentido común me hacia pensar que no podía ser uno de “esos pesaOS”. También llego mi jubilación temprana. Además ya había cambiado de táctica. Otro día se la cuento.
    Ahora, a D. Celestino yo le daría varios consejos, a no ser que sus soluciones le diviertan más.
    1º El teléfono siempre debe tener identificador de llamada. (Por si llama familia y puede ser algo urgente. Y siempre lo ha de tener muy cerca.
    2º Llamada sospechosa, coger el “celular” inmediatamente para que el timbre no te exaspere.
    3º Se confirma, cabronazo. – Es Vd. D……… - Un momentito por favor, ahora le atiendo, que me llaman a la puerta. Dejas descolgado y ese día hasta que termines de dormitar no se vuelve a coger el teléfono. No hay nada tan urgente que no espere media o una hora. Concretamente, ese teleoperador a parte de cagarse en tu padre no te vuelve a llamar mas. Y así con toda llamada molesta.
    4º Llamada a la puerta: No se abre a nadie que no llame con la contraseña o de la forma que tú has estipulado a familia y amigos. Si se ha escapado alguno y tiene interés ya te localizara.
    Todo esto, no es nada original, es ya muy sabido. Pero es defensivo, borde y efectivo.
    Hay mi Sr Desvencijado:¡Como están las cosas! Van, vienen a por nosotros.
    Haremos la revolución y llamaremos ¡A las barricadas!

    ResponderEliminar
  2. Toi en èl treball y posteando dd móvil... Ah veremos q sale,

    Des,

    Diver.... Me recuerda parte de tú vida y la de todos, hasta èl nas de no poder zzzzzzz tras la comida. En mi casa aún no hay bastón que si paraguas al estilo Chicho Ibáñez con daga en el extremo... Que nos toquen los cataplines más de la cuenta que saldrán con la marca de zorro o con la del destripador. Je, Je, Je...


    Muy Bueno tus pinitos fatasticos y tu ojo, ves: es facil. Bss,

    Ann@

    ResponderEliminar