jueves, 14 de octubre de 2010

FOGONES MONACALES (sigue...)


Fotografía de Mayo de 1979

(Claustro de la Abadía de Santo Domingo de Silos,
en Burgos, una de las mayores joyas del arte romá-
nico -quizás la 1ª en España, y en Europa nada lejos
del primer lugar-).

Ya ha quedado dicho en hojas atrás que éste fue el primer Monasterio en el que me hospedé en mi vida (año 1969, el mismo de mi casorio), yo solo y agarré unas anginas de órdago como analfabeto total de los airecillos castellanos y el tremendo helor de la catedral de Burgos, por mucho calor que despida su enorme belleza y por mucho mes de Junio que fuera (era un Junio castallano puro, no de mi Valencia).

Por ciscunstancias algo novelescas que no vienen al caso, tal vez fue el mismo de la fecha de la instantánea, 1979 (diez después de mi conocimiento "anginoso" de este, entonces, maravilloso lugar y refugio) fue cuando volví a Silos, ya acompañado de, creo recordar, tres amigos, atraídos por lo que yo siempre contaba que había vivido, visto y respirado en aquella mi primera visita de 1969. A partir de entonces, y con pocos fallos, durante varios, bastantes años, repetíamos experiencia, buscando hospedaje en otros monasterios que nos aportaran nuevas "bases" y, sobre todo, nuevas experiencias, aunque nuestro preferido fuera, siempre, este de Silos.

Aunque en algún momento "señale" o puntualice, quiero hablar "en general" de la cocina y condimentos de estos hombres y mujeres, retirados en clausura, con una norma en su regla de admitir huéspedes. (Calculo que allá por los siglos X, XI, XII (antes algunos, con vestigios visigóticos) en los que comenzaron a levantarse estos monasterios, tanto por prebendas de reyes de turno o hidalgos de arcas llenas (no nos engañemos: o para intentar ganar indulgencias para sus hazañas con lozanas criadas rurales, esposas de sus mozos de cuadra o palafraneros, etc-; celebrar cualquiera de sus batallas a sangre y polvo con miles de cabezas de enemigos cortadas o, cosa corriente, por darle casa en la que pintar algo, como Abad, al más tonto de sus hijos, ni guerrero ni comedor ni follador; o a la más fea de sus hijas de imposible emparejamiento - Uno de los monasterios que visitábamos, San Pedro de las "Dueñas", monjas benedictinas, como ya dije, "uno no quiere señalar", pero no hay que leer mucho para deducir "qué se conocía por 'dueña'; el progenitor que más dote donaba al Monasterio, "colocaba" a su hija de Abadesa; y así podemos ir bajando hasta la tornera o portera.

Vayamos a lo que importa: Lo que primero llama o despierta las papilas del visitante o huésped es el exquisito sabor de lo que sirven.
Empezando por el desayuno, en ninguno, monjes o monjas, falta, con perdón, un pan que te cagas, mermeladas y miel "caseras", o bien elaboradas en sus cocinas o la de algún "artesano" del pueblo; también mantequilla, ésta, según la Abadía, o se notaba propia o era de esa que va en paquetitos, como en los hoteles infieles. No había empalago ninguno de dulzores excesivos ni en confituras ni en secreciones de las abejas. Leche de sus establos; eso sí, café como podían; y algún plato con bollería o pastas, ésto sí, de fuera, adquirido. Todo, dispuesto al moderno estilo de auto-servicio y que el hospedero vigilaba que no se acabaran los recipientes del suministro. Como en todos los grupos, aquí, en el mío, también siempre destacaba el que se ponía totalmente morado (Normalmente, en todos los de monjes los huéspedes éramos pocos y, oh gloria, ninguna mujer. La clausura, en los monjes, no admitía hospedar mujeres, menos todavía si la hospedería se ubicaba dentro del propio Monasterio, ay, cerca de las celdas de hombres "cortados", por puro amor a su Fe o sufriendo indeciblemente toda su vida de celibato).
A pesar de quedar muy convenientemente servidos, durante la excursión de turno, andando o en coche, al volver, antes de entrar en el monasterio, en cualquier bar o taberna del pueblo, caía o un "vinico" o una "cervezica", con cacaos o altramuces o aceitunas o... lo que fuera.

En unos monasterios se comía en el refectorio, junto con toda la comunidad. Esto tenía su encanto contra la pega, a veces fuerte, de comer rápido y en silencio total. En cualquier caso, en comedor de huéspedes o junto con la comunidad, lo primero: un rezo corto todo el mundo en pie. Luego, un hermano, normalmente, hasta que se le unía el padre hospedro una vez terminado su condumio, nos iban sirviendo. Especie de calderetas de no sé qué metal, llenas de sopicaldos o arroces melosos o secos con contenido más que suficiente para seis, siete personas cuando cada recipiente era para cuatro. Encima, cada dos por tres, nos preguntaban si queríamos más.

(¿Acabaré este tema alguna vez? Tanto se me agolpan los recuerdos que suelto algunos rebeldes que se me plantan en los dedos sin haber sido llamados a figurar aquí. A ver si a la próxima acometida o empuje, parimos de una vez)

Queridas gentes, que desayunen al estilo monacal.
Hasta, si es posible, el reventón final.

DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano

No hay comentarios:

Publicar un comentario