sábado, 2 de octubre de 2010

QUIEBROS EN LA VIDA.


Fotografía de Agosto de 1975.

"La Madonna y el niño"


Hubiera sido algo de memez titular la
foto como "La Virgen y el Niño", cuando desde siglos y siglos, un niño, un hijo abrazado a su madre desmiente, sin más, tal virginidad.

Y el hecho de utilizar esta antigua foto (todos hemos creído en algún tonto momento de nuestra vida en la felicidad), es por servirme de la imagen para comentar los imprevistos golpes del vivir, las pedradas de la vida que, de pronto, cambian tu actualidad, tu presente y tu futuro.

El niño de la foto, un año y dos meses después de la instantánea murió, una viscosa marranada a la que no le dio la gana dar auxilio salvador, o estaba despistado -como siempre- el Dios que dicen que lo creó, pero que luego se olvidó de él dejado caer en tan enmarañado y merdoso mundo. Bien, todo se puede considerar normal. Miles de niños mueren a diario en el mundo sin que el Gran Tipo deje su partida de mus (parafraseando al fallecido escritor manchego Rodrigo Rubio).

Pero es el tema que mi vida, nuestra vida, la Madonna y yo, cambió.
Tenemos una vida antes y otra después de la muerte del angelote de azulado mirar.
Uno, más o menos, derramó las sangrantes y rabiosas lágrimas y su alma reventó de decepciones, improperios, sapos y culebras. Aún me quedó, relativamente lleno, el depósito del alma de sufrires acuosos salados. De hecho, a estas alturas de mi vida, soy más llorón que nunca.
Pero, ah, la madonna. ¿Quién convence a una madre de que su tan inmenso amor no puede proteger a un hijo?
Tanto derramó que quedó seca por muchos meses, años...
La tremenda ternura que emana en la foto desapareció para siempre jamás. Se transformó, toda aquella delicadeza, en una cabalgante madurez de hermosura gigante, belleza dura, una real hembra, pero, ojo, rompedora, atractiva protegida por unas barreras que, a veces, eran sólo un mirar paralizante: "..."atrévete, da un paso, anda". En otras era negativas secas; en otras ironías tan rasposas que daban urticaria al pesado de turno.
(Como anécdota: Yo he tenido, en diversas ocasiones, que hablar y sonreír con tipos que, según me había contado ella, le habían propuesto cama. Alguno casi amigo; otros, conocidos; los menos, de trato de trabajo).
Ni hacíamos caso. Nos reíamos. Todavía vivíamos esa etapa de amistad con sexo que puede ser aún amor.
Pero a lo que me interesa: Nuestra vida en común cambió totalmente. Ella sobre todo. Podría asegurar que no ha vuelto a su expresión nunca más la ternura. Sólo apuntes en cuanto comenzaron a venir nietos. Pero jamás la expresión excelsa de la foto.

¿Y por qué todo esto? Cuando uno va teniendo más momentos de soledad al tiempo que no puede impedir el ir cumpliendo años, cada vez mira más hacia atrás, lo que ha dejado, vivido, lo que vivió; retrocede hasta su niñez si es que aquella estapa la recuerda feliz. Sí, no se puede dejar de mirar atrás quizás buscando algo hermoso que vivimos en lo que todavía podamos apoyarnos para seguir, porque... porque no podemos mirar constantemente hacia delante: lo que vemos es un camino cada vez más corto, más empinado, repleto de sustos, úlceras, ciruigías urgentes, mochilas para poder respirar... y lo peor: cánceres o Alzheimer. No. A estas edades no apatece nada mirar hacia adelante, sino recuperar vivencias, como mínimo, amables, calientes. Y, al tanto: no me meto en absoluto con los optimistas incorregibles: Cada uno se busca la tranquilidad o seudofelidad como puede.Solamente yo, según mi leal entender, pienso que es un error total eso del presente, que para mí no existe más, medido en tiempo, que en una millonésima de segundo en la que tu cerebro ha experimentado algo dichoso, que precisamente se convierte en dichoso cuando lo recuerdas, jamás en la velocidad a la que lo has vivido.

Querida gente, disfrutad de la tarde, del fin de semana, de una buena cena, de una buena copa y, el que pueda, de un encamado triunfal. Os lo digo: Es lo que a altas edades más recordaréis con una sonrisa, cada vez más caras.

DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano

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