domingo, 4 de marzo de 2012

Continuación (y final) de la anterior entrada, el cuento

EL CABEZA DE TURCO


...Perdona, otra vez. Sigue. ¿Nació sin...

Cuando llegó el momento, no sé, no puedo explicarlo, no sé decir claro todo lo que sentí en aquel quirofano al ver asomar la cabecita del hijo por entre las piernas de ella. Un movimiento reflejo casi me abalanzó a cogerlo y, abrigándolo entre mis brazos, lavándolo con mis llantos alegres, bendecirlo, ¡BENDECIRLO! y protegerlo y aislarlo de cualquier perniciosa influencia...¡Qué dos años de maravillas! No tenía más que hijo. Retornaron la tranquilidad y lo dulce a mis sueños, arrullado por la nana de su acompasada respiración cerca de mí. Hasta llegó a no importarme la imbecilidad ambiental. El mundo que yo quería, mi mundo, el habitable, era el niño, mi hijo. Y sí, cura, viví convencido: ¡este mundo cambiaría al otro, podríamos con él! Sencillamente, era mi esperanza. Ya ve, a pesar de todo, incluso tuve mi tiempo feliz, como cualquier mortal dotado de masa gris en su cabezota. Pero, ah... ¡siempre el pero en mi vida!  Lo mataron, cura, ¡lo mataron! Todo y todos lo asesinaron. Una sucesión de pequeños y macabros sucesos, desparramándose descontroladamente, acabaron con el niño, con mi hijo. Todo lo que roza la perfección va deteriorándose siempre por sus partes más débiles. Todo ocurrió con una normalidad asquerosamente cotidiana. Como en los telediarios llenos de muertos que no parecen cadáveres sino atrezo. 

Se me encogía el alma, cura, al dejarlo todos los días a tan temprana hora en la guardería. El mundo ya no da para padres, no hay para mantener proles. El trabajo de la pareja obliga a dejar al niño, a la criatura, al cuidado de profesionales. Un virus enrabietado, de esos que van saltando de parvulario en parvulario. Los niños caían uno tras otro. Mi niño llegó a casa encendido por la fiebre. Casi su primera enfermedad. Alrededor de un minuto, ¡menos de dos, seguro! estuvo aquel mierda examinando a mi hijo. Que iba loco, decía; que había mucha gripe ese año en los niños, que... ¡y a mí qué! ¡¿Y mis impuestos?! Era de suma importancia nacional, fíjese, cura, la compra de no sé cuántos avioncitos y tanques para ver de matar cada vez mejor o, casi, casi, peor, jugar a las guerras con esas maniobras de los cojones... ¡¿Y qué, cuánto se gastaba en médicos que sanaran al niño, mi hijo, al del vecino, a su compañero de juegos, a... ¡putamadre, cura!  Perdone.

              Sigue, tranquilo. No pasa nada.

Ni siquiera anunció nueva visita por posibles complicaciones. Debíamos, al día siguiente, abrigarlo bien y llevarlo al ilustrísimo pediatra de cabecera en el real ambulatorio. Al niño, al hijo se le quemaban las risas. Mis labios se abrasaban al contacto con sus mejillas... La endiablada cadena de acontecimientos se precipitó, rápida. Volvimos a llamar de urgencia y apareció otro al día siguiente. Inyecciones, al parecer, muy fuertes. Horrible. Una violenta reacción alérgica fue seguida de un no sé qué pulmonar... Me rompo reviviendo aquella noche...

             Para un poco. Toma un cigarro y mi pañuelo.

Si me freno, se acabó, no sigo...Ella y yo, uno a cada lado. Ya ni abría los ojos aquel ángel de carne. Lamparilla encendida. Todo encendido, la hoguera más impresionante la del niño. Ella era un brillante rescoldo; todo yo una furia incendiaria; se le agitaba el cuerpo al niño.Mi hijo estaba sufriendo y, veas tú, recordé la frase de Camus, algo así como "me resisto a amar una creación donde los niños sufren". Daban las ocho y media de la mañana cuando apareció un medico que atendía una llamada nuestra, de urgencia, de las tres de la madrugada... Ya la avalancha lo arrolló todo. Nos vimos en una  ambulancia que sólo hacía girar sus luces y gritar a sus sirenas... No avanzaba, la agobiante circulación cortaba el camino hacia la vida a mi hijo... ¡Hay que vender coches! ¡Hay que comprarse un coche nuevo!. Tuve el impulso de bajar con él en mis brazos y correr, correr. La fincas no se movían, las calles seguían con su estrechura ¡y no pasábamos!...De pronto me pareció que azuleaban los labios del niño, se iban poniendo cianóticos. Me tiré sobre su pecho y la quietud y el silencio taladraron mis percepciones...¡¡Dios!!... Dios, Dios... Si saber ni cómo se hacía apreté mi boca contra la suya y sople queriendo vaciarme yo y que se llenase él. Las sienes me iban a reventar. Zarandeé al olvidado Dios, le rugía suplicando aire y más aire para el niño...¡Mi aliento tenía que llevarle vida...!

             Descansa. Cálmate. Fuma de nuevo.

Deje. ¿No ha visto nunca lagrimones así en un hombre? Entró muerto en la clínica, cura, ¡muerto! ¡Tres cuartos de hora tardó la ambulancia en llegar ¡Diga, coño, ¿cuántos y cuántas cosas podemos ya señalar como culpables; o es que no lo ve?!  El corazón del niño fue reanimado, pero Él, la persona, su risa, EL NIÑO estaba ya muerto. Encefalograma plano. Corazón bombeando con máquinas. Un vegetal, eso, un vegetal...¡¿Qué hacía yo, diga, con una esperanza de latido de máquina?! Yo me desesperaba buscando razones con la nariz pegada al cristal a través del que veía, en aquella UVI esa  cosa que fue el niño, mi hijo, la esperanza.

Todo al fin falló un día. El cuerpo se cansó de la máquina o no admitió más bombeo de una mentira de vida. Ella no quiso la incineración. Escondimos su cuerpo dentro de un nicho. Un amigo se ocupó del resto de trámites que la muerte trae consigo.

No recuerdo lo que fue de mí en ese tiempo inmediato posterior. Cuando fui volviendo a lo real, sólo una obsesión tenía: ¿Qué diablos me retenía ya aquí? Me veía morir pronto no más de desearlo. Y va y llegó la puntilla:
Recibimos en nuestra casa una carta dirigida, con nombre y apellidos -los dos- bien claros, oiga, ¡dirigida a mi hijo muerto y enterrado haría unas dos semanas! ¿Quién podía escribir a un muerto y, por añadidura, un niño, un niño muerto? Al pronto no sentí más que curiosidad y mucha extrañeza. Al rasgar el sobre, me heló las manos la más preciosista publicidad de lápidas mortuorias, con precios incluidos, descuentos por pronto pago y cómodos plazos... ¡La hostia, con perdón! ¡¿Qué o quién estaba detrás de semejante cabronada?! ¡¿Qué putada de publicidad era aquel tríptico en papel couché?! El frío ártico que antes me había invadido, iba siendo derretido por una lava de hirviente rabia, ira... ¿Ya va entendiendo, cura? Ni se podía imaginar aquel hijoputa adónde lo iba a llevar ese pequeño descontrol del magnífico montaje publicitario que había montado para su empresa mortuoria.

              Ya, ya...

¡Calle! Déjeme terminar. Es lo que más me sosiega, el final, el revivir el instante supremo en que me cargué al mundo, al imbécil ese que se ofreció en sacrificio por la idiotez, soberbia e indignidad de la humanidad. Me calma, sí. No sabe cómo. Fui directamente al cementerio y, como pude, arañándome y sangrándome las manos, arranqué la lápida que cubría los restos del niño. Me presenté en aquella magnífica empresa necrófila. Qué diseño, que decoración, ¡que interiorismo! ¿Es usted el gerente o propietario? le pregunte al tipo atildado. Mire, seguí -yo frío, ¿sabe? Muy frío-, es que he recibido esta publicidad de ustedes. Se movió, se levantó, sacó la sonrisa de vender y adelantó toda su estúpida y ejecutiva humanidad. Sí, señor, el propietario, Usted me dirá, me dijo el tontarras lleno de sonrisas, al tiempo que adelantaba hacia mí su mano abierta... Grandioso, cura: Por más que retrocedió y gritó, no escapó. Aplasté su cabeza dejando caer repetidas veces sobre ella el nombre completo, grabado en granito, del niño, de mi hijo, de mi esperanza. Su reclamo publicitario había tenido respuesta. Yo sudaba carámbanos y me embriagaba bebiendo de una calma desconocida. Cuando acudiendo a sus bramidos, entró gente los cuajos de la gris computadora del cabrón, paridora de tan brillante idea de ventas, se esparcían pastosos. Aún pisé algún pedazo que palpitaba y podía dañar a alguien... Ahora sí que fumaré con gusto. ¿Cree que podrá conseguirme un coñac?

            Luis Ramirez de Arellano
            Febrero de 2002

Epílogo: Con 18 meses  de vida, muere mi hijo en 1977.
(a la semana o semana y media se recibió en nuestra casa, ya con un hueco, la publicidad que narra el cuento. Hecho absolutamente cierto y del tipo de los que sobre los que nos da por escribir, tarde o temprano nos hace montar lo que sea, minirrelato, relato largo o lo que sea. No podemos reprimir el agarrar por delante un folio en blanco. No puedo demostrarlo porque, claro, destruí por completo aquella miserable misiva. Sólo se pueden fiar de mi palabra)

        Para DESVENCIJADO
                Luis Ramírez de Arellano
                En 4 de Marzo de 2012



5 comentarios:

  1. Des,

    Es el relato me ha sobrecogido, y es el que más me ha gustado de todos los que hasta ahora he leído. Será por la ausencia de trivialidad absoluta de tus hermosos cuentos de jovencitas bellas y maduras sabrosonas.

    Claro, el relato es tan verídico como la vida misma y el asunto que trata el peor sufrimiento para cualquier humano: la muerte de un hijo.

    Es una herejía que se lleven a los “ángeles de carne y hueso”, máxime cuando se ha ido por errores humanos, que sí, que todos los cometemos… Pero hay cosas que, como dice el bueno de "Clint" Eastwood, “Sin perdón”, a veces, vas más tranquilo por la vida.

    Entiendo que, en el momento del suceso, escribieras y rompieras en mil pedazos todos cuantos estaba cerca, sobre todo el desvergonzado panfleto mortuorio.

    Sí los muertos también tiene ofertas… ¡Y se quedan tan panchos!. Es un oficio más, como otro cualquiera. Sí, pero se está hablando de una vida, de una esperanza… de todo lo que tienes.

    Me ha gustado el toma y dale entre el cura y la víctima-asesino. Con sus, no hace falta que me lo digas que te lo digo yo que no tengo abuela.

    Y además arremetes con toda la podredumbre de la sociedad de consumo y consumista que somos:

    - También falla su iglesia
    - El animal más incompetente sobre la tierra y que, encima, por ser bípedo, cree ser el rey
    - Como en los telediarios llenos de muertos que no parecen cadáveres sino atrezo.
    - "Las llamadas misiones de paz"
    - Hasta llegó a no importarme la imbecilidad ambiental.
    - Una vida igual a una máquina
    - Y muchos etcéteras más. Porque, no dejas títere con cabeza.

    Analizado, el relato, como si fuera una profesional, que no lo soy ni de lejos, te diría que me ha encantado ver como sabes matar de un plumazo a uno de los mucho hijoputas que nos van matando poco a poco. Aunque sea sobre el papel y con letras, no dudo que si hubieras podido lo hubieras pertrechado de igual modo. Yo también.


    Hasta le hubiera dejado peor que al pobre de tu amigo tras el fallo de la máquina, que también se lo llevó de tu lado.

    Maestro, es bueno escribir sobre aquello que te quita el sueño, aunque duela mucho es necesario hacerlo, después llega un poco de alivio para tu sufrimiento.


    Muy bueno, de lo mejor que he leído. Besitos.

    Ann@ Genovés

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    1. Son tal cantidad de elogios que, ni en la cantidad ni en el tono, estoy acostumbrado a que me dediquen. Cierto que sí hay gentes que me mandan piropos, pero lo tuyo es como un enorme ramo de rosas rojas, pero no de invernadero, de las que tumban con su aroma.
      Considera mi agradecimiento como un beso por cada una de esas rosas que te nombro.
      APARTE: Me está siendo difícil el plantar mi comentario a tu poema de L.M.PANERO. Es muy duro para la poética que alberga mi masa gris. Creo que me he quedado un poco con los 50, algo de los 60 y,sobre todo, el 98 y 27.
      Intentaré comentarte algo "coherente"
      Más besos, preciosidad.
      DES - Luis Ramírez de Arellano

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  2. Caramba Desvencijado: Como ha trabajado Vd., he entrado por casualidad en su blog y no terminaba nunca.
    Pensando y mirando hacia atrás, yo creo que Vd. y yo empezamos a entablar amistad en la época de mi "MILI". Hasta entonces simplemente había sido el hermano pequeño con el cual, si bien habíamos convivido mucho o muchísimo, pues éramos nada más que dos hermanos que nos unía la sangre y que nosotros además no habíamos tenido nada que ver en ello, lo cual no quiere decir que no existiera ese cariño fraternal y como era normal cierta admiración por mi parte hacía el hermano mayor.
    En esa fecha por finales de los 60 con los Beatles en plena ebullición, el noviazgo con su santa y yo con la mía, en esa fechas repito fue cuando empezó nuestra amistad.
    Y a que viene esto. Pues a que es raro como me decía Vd. el otro día que no hilvane, o conozca, o vea, e incluso haya vivido en ocasiones situaciones de sus escritos, si además añadimos las tertulias de cenas, bocatas mañaneros, comidas, siempre bien regadas de estos últimos años en que nos hicimos autónomos, pues la verdad, es que secretos, pues los justos y los que deben de haber.
    Critica o comentarios sobre su literatura sabe que no hago, pero no sobre la suya, sino de ninguna. No hay nada peor, que un ignorante atrevido. Simplemente, disfruto, me gusta, o no, lo que leo y ahí me quedo.
    Ahora bien, cuando se trata de comentarios, respecto al contenido de actualidad, político, de la vida misma, me quedo con la última, ya me conoce.
    Y después de lo dicho no voy a decir nada de lo último que ha escrito, simplemente le voy a contar una anécdota: Recuerdo la cara de un empleado muy joven de la funeraria cuando vino a por tu hijo y alguna otra cosa más. Y ya está. Hay cosas escenas que jamás se olvidan. Me cago en la puta.

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    1. Para ARELLANOS: Vd., mi querido amigo no necesita nada más que el actual cariño y amistad que me profesa. Cualquier cosa que diga (¡tanto nos conocemos!) sé perfectaente de los rincones que le salen (Ambos somos de lágrima facilona)
      Gracias, tronco. Apunta un orujo por mi cuenta.
      DESVENCIJADO - Luis Ramírez de Arellano.

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  3. Des,

    Si no ten han elogiado como yo lo he hecho, es porque lso que te leen son personas que al escribir nos les sale hacerlo. No porque no lo merezcas.

    Recojo cada una de tus rosas y con ellas enciendo mis mejillas. Gracias, amigo. Bss,

    Ann@ Genovés

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