martes, 6 de julio de 2010

DIOS, JESUS, RELIGIÓN... (¡FIN!)


Fotografía de Mayo de 1989 - Claustro románico puro de la ABADIA DE SANTO DOMINGO DE SILOS (Burgos). Una de las mayores joyas de España del arte románico (siglos X - XI -XII).
La foto está movida y con poca luz. En aquellos benditos años, los monjes recibían muy pocos huéspedes y les molestaba que los fotografiasen en su vida íntima (sus rezos son tan íntimos como el hablar con Dios).
Apoyé la máquina donde pude para no utilizar el flash; los nervios por no molestarlos o que me vieran... Salió esta fotografía, a fin de cuentas, para mí, una de mis preferidas.
Retrata el canto alegre gregoriano y corto que la comunidad dedica, como un piropo en su mes -Mayo-, a la Virgen y el Niño en sus brazos (talla románica preciosa que todavía conserva colores de pintura, después de tantos siglos), inmediatamente antes de subir, por la puerta de Las Vírgenes, a la entrada del templo (¡qué pena, ya neoclásico!) para cantar/oficiar el rezo de Vísperas.
Tanto, tantísimo tengo escrito de Silos, su Abadía y sus monjes que nada voy a repetir aquí. Cuando todo fue degenerando (turismo masivo, su éxito clamoroso con discos y CDs de canto gregoriano -lo hacen de maravilla, que conste-), una de mis inencontrables y nada conocidas novelas, que narra la oxidación pausada de una pareja (matrimonio), la situé en este escenario, "El Valle de Tabladillo" y su principal arquitectura, El Monasterio benedictino de Santo Domingo de Silos.
Tanto y con tanto cariño visitaba anualmente este lugar, con unos amigos, como para cargar pilas (nadie se engañe: no íbamos a rezar ni mucho menos: caminar, conocer Castilla, comer y, claro, también descansar el alma con las salmodias preciosas del canto gregoriano. No nos importaba en absoluto, al grupo, algo de fama que cogimos: ¡a la mierda! nosotros sabíamos a lo que íbamos) Un mal día murió el Abad Pedro, hombre bendito -o santo si quieren-. Lo sustituyó, sin ánimo de extenderme más, un joven maduro con no sé cuántos estudios en Roma y fuera de Roma, alto, delgado, que siempre andaba con su cartera de ejecutivo a punto de partir para un viaje. Todo cambió. Todo se cagó... Eso sí, una sonrisa de "asesor de imagen" nunca le faltaba al nuevo y "agresivo" Abad... Basta.
No es que querré y recordaré siempre este lugar y a algunos de sus monjes con los que mantuve interesantísimas charlas (vuelvo a decirlo: nadie se engañe: más al día y mucho más actualizados que cualquier cura capitalino, a pesar de, por su clausura, aparente ostracismo. Me hicieron mucho bien. Luego, quien manda, manda... uno de sus votos sagrados es "la obediencia", es decir, lo que ya he dicho: ¡la cagamos!) Vuelvo al principio, no es que querré y recordaré siempre este lugar, ¡es que forma parte de mí! ¡Lo llevo marcado a fuego en el alma!
Lo visité por primera vez en el año 1969. Estaba a reventar. Se me había ocurrido casarme en lugar de amigarme y hacer la misma vida que de casados pero sin los enormes inconvenientes de las maromas que atan al matrimonio. Parecía que se casaba todo el mundo menos yo, y claro, mi, entonces enamorada novia. En fin recalé allí por no matar a alguien, algunos, aquí.
Años más tarde -¿quizás 1979?- un monje fantástico, el que más me atendió en aquella mi primera visita de 1969, sin más me dio noticias suyas, del Monasterio y de todo aquel mundo que me había fascinado y, hay que decirlo, equilibrado un tanto.
Las visitas se hicieron casi anuales. Todo el que venía una vez, no es que quería es que estaba deseando volver.
Quizás del año de la fotografía viene el nacimiento de la cruz preciosa que llevo al cuello y que se quemará/derretirá conmigo cuando la palme.
Había un "hermano" o "fray", el hermano Remigio, que estaba oculto todo el día en los sótanos de un ala del Monasterio, menos en los rezos de "las horas", en las que aparecía con su cojera y su libro de oraciones para situarse en el coro en segunda fila. Aquél era su reino, esos sótanos del Monasterio.
(Debo aclarar que no obstante la "independencia de las órdenes monásticas", no escapan a las normas o reglas de la Iglesia. El monje que estudiaba u era ordenado sacerdote, era "Padre"; el que no, era "lego" o "fray" o "hermano"; lo de siempre y lo de fuera: trabajos y escala inferior en la Comunidad. A mí, con perdón, es que siempre me ha llamado la atención eso de llamar "padre" a todo cura viviente. Bueno, tal como han devenido las cosas, muchos, a un tiempo, habrán acertado y disimulado)
El nombrado hermano Remigio, era bastante feo, cojo y huraño...(Ya ha fallecido) Bien, huraño hasta que un día conseguías charlar un poco con él. Tenía su leyenda negra (común en todos los monasterios) consistente en que por su "pinta y cojera" tuvo alguna dificultad para ser admitido en la Comunidad. Hasta los monjes tenían que ser "bonitos" en honor a Dios. Se votaban las admisiones -no sé si hoy aún- por toda la comunidad reunida en capítulo y con bolas negras y blancas, ya saben. Este hombre huidizo y solitario, con hábito negro, se transformaba, al meterse en un mono azul de trabajo, en uno de los más maravillosos artistas que he conocido (de haber decidido su vida fuera de un convento, se hubiera forrado además de acaparar premios y distinciones) Consumado tratador de la forja, de la marquetería, de los esmaltes y metales... Excelso artista, artesano, como se quiera.
La fama merdosa que todavía no había alcanzado a este remanso de pura paz ubicado en un precioso valle de Burgos, hacía que muchas de las cosas que los monjes vendían a los escasos visitantes fueran puramente artesanas. Es decir que el tal fray Remigio, tenía unos cuantos moldes con los que fabricaba cruces como la mía. Extraídas del molde, pulía y pulía, hasta obtener la máxima belleza que puede contener la sencillez.
También salían de sus manos otras cruces de plata con esmaltes, estilo bizantino, cristiano clásico... preciosas. Compré dos que adornan mi cuchitril. No son para llevarlas colgadas al cuello como barato cardenal cualquiera.
No sé precisar el año, quizás 1980/1982, desde ese entonces mi cruz vive y duerme conmigo, me cuelga en todo lo que hago. En las ocasiones en que por alguna radiografía o similar o tratamiento de piel, hacen que me la quite, va a parar a mi bolsillo. No sé, ¡ya no puedo ir sin ella!
Ya ha quedado expuesto que mi FE católica pasó a mejor vida, o peor, yo qué sé, pero esta cruz, aparte de una buenísima época que, ya lo he dicho, llevo marcada en mi alma, me recuerda constantemente a uno de los más, si no el más, grande hombre del que la historia me ha dado razón, JESÚS DE NAZARET, y de cómo, por ser como era, fue clavado de forma cobarde e infame en una cruz. PARA MÍ ES LA MEMORIA PERMANENTE DE LA BURRERÍA Y MALDAD HUMANA y la pregunta agotadora, para los creacionistas, de si Dios, su Dios sabía esa cosa que estaba creando llamada humano.
Ha quedado claro, creo, que mi cruz en nada declama mis creencias, en estos tiempos en los que andamos con "signos externos" de creencias e idioteces por el estilo. ¿Se ha convertido en un "amuleto"; es fetichismo; es superstición...? Me da igual, esta cruz, salvo causas muy ajenas a mi voluntad, jamás se separará de mí hasta que muera.
¿Tal vez excesiva confesión? Quizás. Mi cuerpo sí, hay que ocultarlo bien...¡ da pena! pero, ¿mis adentros; por qué...?
DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano

1 comentario:

  1. Hace poco, muy poco, pasé unos días en Silos con mi señor padre. Pese a que hacía años que no iba por allí, lo vi muy cambiado. Los monjes distantes, con miedo de de aproximarse al huesped, por si el Gran Hermano abad (que todo lo ve) los pillaba in fraganti. Y más de un monje más pendiente de qué huespedes acudían o faltaban a las misas que en la propia liturgia.

    Excepto Moisés, todo un caballero y accesible como siempre...

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