lunes, 24 de mayo de 2010

AMIGOS (Sigue)



Los que se fueron (me dejaron), quizás, no sé, siguiendo mejores pastos.
Tenía yo 19 años. Él, 20 años.
No era "un amigo" Era "MI AMIGO". Vicente, está muerto desde hace siglos; puedo decir su nombre.
En aquella edad y al día de hoy, yo no sé si aquello era "cariño", "quererse" o qué. Sí que recuerdo que nada raro que gritan los periódicos de hoy nos ocurrió. Sólo que él me buscaba y yo a él. Estábamos bien juntos, contándonos nuestras cosas de adolescentes, sin más.
Tengo tanto escrito de él y sobre él (hasta colecciones epistolares) que muy poco puedo añadir aquí.
Se fue. Quería estudiar náutica. Años eternos en Barcelona. (En Valencia no había escuela de Náutica). Años durante los cuales la correspondencia fue abundante entre nosotros. Yo, creo desde la distancia de años, no concebía la vida sin Vicente, el guapo, el que nos quitaba a todos los ligues, y más si, en sus permisos, se le ocurría aparecer por el grupo con su uniforme blanquísimo y gorra de plato bajo el brazo y luciendo su sonrisa (recuerdo una rubia de por el barrio de la calle Salamanca que me la limpió sin apenas enterarme. Menos mal, aquella chiquilla sabía demasiado lo que atraía... A mí, no me hubiera sentado bien).
Un día -maldito día- me llamaron al trabajo: Vicente, MI AMIGO, había muerto. De prácticas ya en un gran petrolero, tuvo un accidente en el propio buque... ¡Y qué más da el cómo, coño!
Fue un golpe terrible para mí. Como si el Dios, en el que todavía creía algo, se hubiese plantado ante mí y me hubiese soltado un guantazo de mil demonios... Para mí, eso de "la muerte" -19 años tenía- era algo como inexistente. Pero algún cabrón se empeñó -sea quien sea- en que me enterase de su existencia de la peor manera posible.
Claro que lloré. Hasta quedarme seco. Claro que bebí; me daba igual la marca de coñac que me ponían... Sincera y tontamente no entendía absolutamente nada. ¡¿Qué había pasado?! ¡¿Qué era eso de la muerte?! ¡Qué era aquel ataúd donde me dijeron que, dentro, iba Vicente! ¿Y qué cojones hacía allí dentro si no me había contestado a mi última carta?
No vale la pena seguir. Fue un golpe durísimo; muy cruel... Y lo peor, nadie me había preparado para ello.
(Tengo escrito de Vicente y su muerte, tan jodidamente traidora, por todos mis cajones y armarios... No es éste el sitio de alargarme. Sólo diré que hay formas y métodos más caritativos de enseñarle a un joven de 19 años lo que es esta puta vida...).
Quiero seguir mañana, o cuando ande dispuesto, con el otro gran muerto en mi vida (Obviando, lógicamente a mi rubianco de mirares azules que hasta los 18 meses de vida fue mi hijo Alejandro -esta putada no podré olvidarla jamás-. Pero aquí no hablaré de él. Ha habido, he escuchado a imbéciles intelectuales, de la horterada u ordinariez que significa escribir como si hablaras con los muertos. Mi hijo Alejandro, tendría hoy 34 años, si la puta vida no lo hubiera entregado a la puerca Parca. Todos esos años años llevo hablando con él. Entre otras cosas porque, a veces, no tengo a nadie con quién "hablar" más que con él... ¡Pues me sienta de maravilla! ¿Y que le vayan dando por atrás al discrepante!
DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano

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