miércoles, 12 de mayo de 2010

DULCE DESENGRASE










Esta estatuilla (creo -o aseguraría- de "Lladró"), me la regaló un amigo, que aún conservo pero que apenas nos vemos, con motivo de mi boda (hace toda una vida vida; todos mis recuerdos son "ya casado", o casi todos). En serio, en el año 1969. El que quiera que haga cuentas; yo me niego. Este amigo, parece que ya nació en cuna con el cartel de "comercial". Quiero decir, acertó de pleno con este regalito. Las formas más hermosas que siempre adoré y adoraré, una esbelta y hermosa hembra "al dente".
He descubierto en mis diarios, una pasaje "seudopoético" o de poesía en prosa que un día me dio por dedicar a esta hermosura de la naturaleza. Los puristas ya juzgarán. Sería como un soplo que me da en ciertas partes, su opinión, claro. Para algo escribo aquí lo que me da la gana y todos tienen ocasión de pegarme los estacazos que quieran.
Aquí va:
LA LINEA CURVA (Loa)
==================
La mujer.
Creacionismo/evolución, igual me da.
Todo quedó conmocionado:
¡había aparecido lo curvo,
el suave y dulce deslizamiento
de la vista!
Sin brusquedades esquinadas.
Primero sucedió el asombro,
hasta el desconcierto,
¡qué es ese trazado,
tan suave, bello, combado!
Tan sólo era la cadera de una mujer.
Pero siguieron los asombros desorbitados
de los ojos.
¿Y esa mandíbula sin crestas?
¿Y esos pómulos?
Pretenden agresividad, invasión,
pero, ay, son redondeados.
¿Y esos labios?
¿Hinchados? ¡No!
Acogedores, atractivos, besadores.
¿Y esos pechos?
Coronados por pequeños
o grandes promontorios
de variopinta coloración...
De ellos maman vida los hijos,
de ellos obtiene levitancia la mujer
por labios y lengua hábiles de hombre enamorado.
¡Qué hermosos!
¿Grandes, pequeños?
Tanto da si a caricias
y función responden.
Sí, cierto,
alguna mujer hay que delata su
esqueleto,
sus costillas,
huesos de sus caderas...
¡Vale!
Aun éstas redondean su apariencia.
La cascada -curva, no se olvide-
del vientre
hacia la frondosidad
(zonas selváticas, pulmones de la humanidad, Africa, Brasil, están siendo taladas, afeitadas por intereses paganos de los humanos... No paganos, inhumanos)
Mujeres, muchas hay hoy
que descubren su tesoro
con rasuramientos impúdicos,
en definitiva, ¡feos!
Toda mujer debe llevar
su bosque de misterio,
su entrada oculta, ah, ojalá,
hasta su corazón,
enmascarada en una humedad...
enmarañada, espesa,
en la que, a la mano,
a los dedos de la mano del amante,
le cueste algún delicioso tiempo llegar.
¿Qué griego, qué romano,
fue capaz de igualar la
rotundidad y redondez
de unos muslos de mujer
con sus columnas dóricas, jónicas...?
Rodillas... malo.
Hay que rogar por,
al lugar llegando la vista
la redondez no se asperece;
¡muy difícil, rodillas bellas!
Sí, pero
¡mantienen la armonía de la redondez!
No rompen el conjunto curvo,
suave, calmado y quemante
que la vista
del ojo del amor amante
recorre ensimismado,
cautivado... y cautivo.
No quiero hablar de los pies.
Otras culturas -¿orientales?-
los adornan y erotizan.
Tienen tan difícil cometido,
tan inmensa responsabilidad...
¡Mantener en pie y en
movimiento, con donaire,
salero y alegría,
de semejante magnífica obra!
Mejor abrigados, escondidos
en diseños de artesanos zapateros.
Si se desnudan,
que sea con recato,
sin mostrar u ocultando,
con sábanas o claroscuros,
las huellas de su duro trabajo.
Esi sí, jamás caminen desnudos
por tierra y calles,
elementos contaminados de vil humanidad.
Lo peor que pueden sufrir...
somos así llevando mascotas a pasear,
¡pisar mierda!
Imperdonable e innoble para
su alta misión de
portar y transportar
sobre sus plantas
la obra cumbre de lo humano:
el bípedo inteligente femenino.
Mas, ay, mi ánimo
se niega a cerrar
sin loar el vistazo,
juguetón, curioso y de mirón admirado,
del dorso del lienzo que
tan magnífico se ofrece
al mirón, sí,
pero de la belleza enamorado.
Algunos, burdos en la parla,
hablan de "la espalda",
los riñones,
el culo, la celulitis,
las pantorrillas, gordas, flacas,
sin forma, tobillos (feísimo palabro)
al que niegan siempre finura..
Ni caso.
El dorso de la mujer
arranca de su nuca,
de donde ya no nacen cabellos,
terso muro de caída vertical
y redondeada
cubierto en su inicio
por un musgo apenas perceptible
salvo para los labios,
ebrios y ardientes,
del amor que la adora.
Paletillas, omóplatos que
parecen apuntes de alas,
siempre cubiertas con suavidades,
suaves, suaves.
Su centro, que la parte en dos,
es apenas un apunte redondeado
de los anillos que unen
vértebras, costillas.
La vista cautiva
no puede parar hasta llegar
a la turbadora visión
de esos dos suavísimos hoyuelos
que sitúan el mirar sobre los riñones.
¿¡Se podrá encontrar mayor gracia
que esas dos minúsculas y
grandiosas depresiones de la piel?!
Mas no puedo continuar,
llego al lugar que más me trastorna.
He de prepararme...
He respirado al estilo relajación;
he añadido hielo y licor
a mi vaso, y...
La maravilla del mundo,
partida en dos, pero juntas,
inseparables;
la grieta con pigmentación algo más oscura.
Dos volutas voluptuosas,
plenas y abultadas de redondez
de tantas variantes de la curva
como mujeres en el mundo son.
Los más hermosos y,
sencillos por su grandiosidad,
capiteles que nada ni nadie,
con su limitación humana,
pudo ni imaginar moldear;
son esas nalgas esplendorosas y espléndidas,
ménsula en la que parece descansar
la belleza de la espalda,
y también,
en el mayor atractivo juego
de valles, montañas y pliegues,
desde donde se derraman
esos muslos que jamás obedecerán,
al menos de forma consentida,
a fuerza alguna de sansones bíblicos abridores,
sino, en su dulce y delicioso
separarse,
no más que al enorme poder
de la caliente caricia del amor.
Ah... la mujer...
la curva bella,
el entregado amor...
Todo, lo creía olvidado.
¡Pero no!
Mínima alegría... Algo es algo.
DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano.

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