miércoles, 2 de junio de 2010

(Sigue: DE FÁCTICOS Y DERIVADOS)






Esta señal de "prohibido el paso" es la que yo plantaría ante todos los ejércitos del mundo.





Vaya por delante:

-Soy antimilitarista.

-No odio a ningún militar (son personas con preferencia por tal profesión -¿equivocados? No seré yo quien los juzgue-) A los que podria odiar, por fortuna, ya están muertos.

-Rechazo de plano lo que significa el estamento de "lo militar", "los cuerpos militares", "los bloques militares". Todavía -y soy mayorcito- no he acabado de encajar esos dos conceptos de "militares - tropas" en "¡misión de paz!". Como decían los finos con dineros: "¡Anda, tócate los pies!" ¿Adónde va un tio que no se sabe si es un almacén andante de sofisticadísimos aparatos de matar efectísimos proclamando que va en "misión de paz"?

Fui de los que votaron "NO" a la integración de España en la OTAN. Como la mayoría, no llegué a entender dónde narices aquel señor del "mirusté", andaluz y dueño total de la palabrería quiso puntuar su famosa frase para liarnos a todos. "OTAN de entrada NO" A ver si se acuerda alguien dónde cojones puso la coma, puntuación importantísima en la lengua española para la perfecta comprensión de las frases.


Bueno, dejemos el cabreo -que debía haber sido epílogo-.

Yo soy de aquel grupo o gentío de "hombrecitos para formar como hombres" a los que todavía nos tocó hacer "la mili", por "galones". Encima, me apunté voluntario (algo de listillo tenía): Si debía ir, digamos por narices, si lo hacía voluntariamente, hasta podía elegir cuerpo y, con un poco de suerte, destino cercano a "los papás".

Cai en una base aérea. Pasé una mili fatal. Sólo contaré un detalle: Por ser de "aviación" nos llamaban "señoritos" los militronchos de otros cuerpos. Veamos: por la mañana, en la Torre de Mando, otros dos soldaditos y yo, hacíamos el trabajo de oficina de un sargento y un brigada, cuya misión principal durante la semana era estar al tanto de la llegada del avión que provenía de Canarias, a reventar de artículos incomprables aquí y, sobre todo, tabaco (uno de los sargentos de mi oficina no fumaba, pero compraba, a precio tirado, cartones y cartones que revendía a nosotros, los soldaditos , "a precio peninsular")

Por la tarde, después de comer y habarles hecho el trabajo a los suboficiales de la Oficina por la mañana, toma, traje de faena y... a barrer las calles de la base (es una de las mayores estupideces que, aún con el tiempo que hace, he conocido y me ha tocado hacer en la vida: barrer un polvillo que nada más darle al escobón volvía a asentarse de donde lo habías quitado); ir en "brigadas" hasta las pistas de aterrizaje (militares y comerciales del cercano/unido aeropuerto de la capital) a despejar las balizas de hierbas, o quitar maleza de los bordes de las pistas... Esto durante un año, durante el que a las 7 de la tarde podías salir de la Base, pero, ojo, a retreta no se te ocurriera llegar tarde para dormir en tu litera. Esto hasta que conseguí, con artimañas, sacar un pase para salir al mediodía y, por mi puesto en la oficina, disimular éste y obtener también otro para dormir en casa... (el peor hedor que recuerdo haber soportado en mi vida, es el que me pateaba las narices cuando, en los pocos meses que pude dormir en mi casa, llegaba a pasar lista de primera hora y entraba en la compañía en la que, cerradas ventanas y puertas, habían dormido unos 70/80 jóvenes en plenitud de sudores, gases y pies emanando cansancio de instrucción... Oigan, de verdad, ¡horrible! Ese criminal olor no se lo deseo al peor de mis enemigos. Pegarle un tiro, así, a lo rápido ,acabar con él, sería un acto piadoso antes que exponerlo a aquella fétida atmósfera.
Ya vamos llegando a lo que yo quería. Los soldaditos, como en la base había Policía Militar, sólo hacíamos "refuerzos", es decir, lo más jodido: guardias por la noches, con el máuser cargado, en unos puestos de un solitario que acojonaban (en agunos no se veía, en noche sin luna, a dos metros), en turnos de TRES horas. Cuando te relevaban, llegabas al puesto de guardia a tumbarte en una litera con cartucheras llenas de balas (no te las podías quitar), agarrado al mosquetón y con el hedor, reducido a esencia concentrada, de las compañías por las mañanas: allí, intentábamos dormir, al menos durante tres horas, en un cuartucho pequeño, seis, siete u ocho, jovenes oliendo a botas, uniforme sudado, cuero de cartucheras... y miedo.
Algunas noches -esto era una bendición- me tocaba el refuerzo en las pistas donde estaban "aparcados" los aviones de caza (¿F-18? Lo siento, no me acuerdo), unos reactores pequeños, monoplazas de guerra, que España había heredado de EEUU de , decía, su guerra de Corea. Y he dicho bendición porque las pistas donde anclaban los aparatos "de guerra" estaban iluminadas. Yo me acojonaba sólo de acercarme a los aviones y verlos llenos de tornillos y remaches, planchas sobre planchas y, más aún, me admiraba de que todos los días volaran... ¡Y ya llegamos!
Había en la Base un buen grupo "del Ala 11" de suboficiales y oficiales pilotos de combate jovencísimos con los que la soldadesca no teníamos el más mínimo problema: Ellos se ponían el uniforme fardón, pañuelo de seda o hilo (¡yo qué sé!), de vivo color, normalmente verde, rojo, al cuello; uniforme de vuelo y casco colgando de la mano, y se dirigían hacia su centro de órdenes de vuelo para el día. Tenían que entrenar y hacer horas de vuelo... En aquel entonces -ay, mi memoria-, no me iré mucho de los años 1965/1966, me enteré de que una hora de vuelo de estos guapetes para jugar a las guerras, costaba en keroseno, combustible de los cazas, unas 50.000 ptas. de entonces. Multipliquen por cinco o seis pilotos que salían a entretenerse un rato volando.
Vamos a ir acabando: Yo, sólo de ver aquellos trastos parados en la pista me preguntaba, primero, cómo era capaces de volar; segundo, en caso de un muy hipotético conflicto, al disparar sus ametralladoras y cohetes bajo las alas, ¿no se romperían? ¿Y 50.000 ptas. por una hora de "juego de guerras?
Entre todas estas cosas, y muchísimas más (entre ellas el trato vejatorio y humillante de sargentos y tenientes hacia nosotros -no más topé con un Teniente y un Capitán, auténticos seres decentes y bien educados; claro, que eran de carrera, creo), digo, decía, ¿cómo me puede caer año tras año la famosa celebración del día de las Fuerzas Armadas? ¿Alguien conocedor de las terribles armas de destrucción masiva -que, por cierto, están en todas partes, o estaban en todas partes menos en IRAK- inundan el mundo occidental, puede decirme, en realidad, para qué narices sirven los ejercitos con tan sofisticado armamento corto? ¿Y si en algún país poderoso, la gente se vuelve majara y eligen como presidente a un texano algo más bobote del que todos hemos conocido y va y le da por apretar "ese" botón un día, a ver, digo, PARA QUÉ COJONES TANTO GASTO DE MIS IMPUESTOS DE EJERCITOS? ¿Para qué esos desfiles tan marciales y perfectos, esos carros de combate que cualquier afgano se carga con una mina bien disimulada?... Podría estar toda la noche despotricando en contra de todo lo militar (claro que también sé que podría contestarme mucha gente con argumentos bien argumentados en su favor, pero... no acabaríamos nunca).
Terminaré sólo recordándoles una frase del muy genial GILA, ya fallecido (esta gente debía vivir muchos más años que el mortal común), cuando en una entrevista, un avispado preguntador le inquirió. ¿Y a usted, Miguel, humorista, qué es lo que más gracia le hace? Gila no tardó en contestar ni un segundo: "Los desfiles militares... ay, mire, todos tan tiesos, serios y uniformes..."
Pues eso, y hace unos pocos días, otra celebración del famoso día de F.A.
¿Cuánto de mis impuestos se habrán gastado este año para vestirse de guerreros, volar aparatos ruidosos, romper asfaltos con carros de combate y hacerse la ilusión de que amedrentan a alguien?
A ver si mañana, más cortitas, me salen algunas cosas más de éstas.
DESVENCIJADO
Luis Ramírez de Arellano

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